La construcción social de
la equidad de género
Oscar Yescas Domínguez
La revolución de la
sexualidad
El proceso de
construcción social de la identidad de género
¿Qué es el amor para ti?
Hacia la construcción
social de la equidad de género
La revolución de la sexualidad
A lo largo de la historia de la humanidad las culturas
particulares de cada sociedad han establecido códigos de conducta para los hombres
y las mujeres. Estas normas sociales por lo regular se han se han basado en establecer
una disimilitud de los roles masculino y femenino, que los han hecho ver como
complementarios, pero al mismo tiempo contrapuestos.
Durante
siglos hombres y mujeres presentaron grandes diferencias en privilegios,
derechos y oportunidades que los mantuvieron separados y en posiciones
diferentes. Tan sólo veamos cual ha sido el papel de la mujer en diferentes
culturas de la historia. El común denominador que podemos encontrar en la historia
de la humanidad es que se observa una opresión permanente del hombre sobre la
mujer.
Cuando
no era la sirvienta, la mujer ha sido la amante, el ama de casa, la madre de
los hijos, la administradora del hogar, la cocinera, la limpiadora, la
enfermera, etc. Todos ellos han sido roles dependientes o al servicio del
hombre. Son escasos los ejemplos de la historia en los que la mujer ha ocupado posiciones
de poder.
Con
el paso del tiempo esta situación ha cambiado pero las visiones tradicionales
de la mujer persisten en negarse a reconocer a la mujer como un ser humano con
plena autonomía. Ninguno de los roles sociales adjudicados en el pasado a la
mujer permitía desarrollar en su interior una autonomía como individuo social.
La mayoría de los roles sociales a los que podía la mujer eran de servidumbre,
obediencia y lealtad hacia el hombre.
Esta
disimilitud entre el hombre y la mujer se mantuvo un largo tiempo, durante
largos siglos hasta que en el siglo XX la situación comenzó a cambiar gracias a
la movilización colectiva de hombres y mujeres que juntos luchaban por mayor
democracia, justicia e igualdad.
Con
estas luchas la servidumbre femenina hacia el varón fue disminuyendo gradualmente
y con ella la distancia entre los roles masculinos y femeninos.
De
manera inevitable la lucha por las demandas de mayor democracia, justicia e
igualdad rebasaron el ámbito de lo público y llegó al terreno de lo privado al cuestionar
la supremacía del varón y las múltiples restricciones hacia las mujeres por lo
que gracias a la lucha feminista de las décadas de los sesentas y setentas, se
llegó a descubrir que “lo personal es político”.
Debido
a ello, es importante reconocer que la lucha realizada por diferentes
movimientos sociales en distintas partes del mundo, han contribuido a modificar
de manera inevitable la percepción social de los géneros concediendo mayor
libertad a las mujeres y reduciendo privilegios de los hombres, con lo cual se
ha contribuido a reducir la distancia existente entre los mismos.
Por todas estas luchas y los derechos conquistados
el siglo pasado, se reconoce al siglo XX como el “siglo de las mujeres” porque
en los últimos 80 años la situación de las mujeres comenzó a cambiar y estos
cambios no se han detenido hasta la fecha.
En
mis cursos de Psicología organizacional cuando hablaba de la dinámica de
cambios sociales que vivimos y su impacto en las organizaciones contemporáneas
acostumbraba a utilizar la expresión “en los últimos 50 años han ocurrido más
cambios sociales que en los últimos 200 años que han pasado”.
Creo
que el ritmo de la dinámica de cambios sociales se ha incrementado cada día
más, por lo que sospecho que ya no puedo limitar el rango a 200 años, sino que
éste tiende a ampliarse ya que en el terreno de las relaciones entre hombres y
mujeres los cambios se han dado con mayor rapidez y profundidad, porque detrás
de un cambio vienen otros más que modifican las relaciones entre los géneros.
En
base a lo anterior Gilles Lipovetsky afirma que “En los últimos 70 años las
relaciones entre hombres y mujeres han experimentado más cambios que en todos
los milenios anteriores, de tal forma que las mujeres se han liberado de muchas
ataduras y han conquistado varios derechos sociales y sexuales al grado de que
se ha llamado a esta cauda de cambios sociales “la emancipación femenina” o “revolución
sexual” (Gilles Lipovetsky La tercera mujer).
Se puede afirmar sin lugar a duda que las diferencias entre
los sexos han disminuido considerablemente, pero esto no quiere decir que
estamos alcanzando la equidad de los géneros.
A medida que se generalizan en todo el mundo las exigencias de
libertad e igualdad, la división social de los sexos se ve recompuesta bajo
nuevos rasgos de tal forma que se reduce la asimetría existente entre los
géneros masculino y femenino.
La
vida amorosa no ha escapado a la tarea de construcción de la democracia a nivel
internacional. Ejemplos de ello es que
la virginidad ha perdido su valor de antaño, el inicio de relaciones sexuales
entre las mujeres se acerca a la edad de inicio a la de los hombres, la
invención de la píldora anticonceptiva liberó a la mujer del temor de ejercer
su sexualidad y resultar inevitablemente embarazadas, etc.
El proceso de
construcción social de la identidad de género
Para comprender el comportamiento de hombres y mujeres debemos
analizar cómo se da el proceso de construcción de la identidad de género. Pero
también para comprender el ejercicio contemporáneo de la sexualidad humana,
tenemos necesidad de estudiar cómo se ejerció la misma en el pasado. Esto nos
permite en primera instancia descubrir que la sexualidad humana ha tenido una
relatividad sociocultural a lo largo de la historia de la humanidad.
Cada sociedad construye sus propias normas de género mediante
las cuales asigna comportamientos socialmente aceptables para los hombres y
para las mujeres, lo que incluye una determinación social de sus vidas
sexuales. Por eso es que se habla de una relatividad sociocultural de la
sexualidad ya que no existen comportamientos sexuales universalmente
aceptables. Lo que es aceptable sexualmente en una cultura puede no ser
aceptado en otras culturas.
A través de un proceso de socialización hombres y mujeres
aprenden los roles de género, es decir, como debe comportarse un hombre y como
debe comportarse una mujer. La identidad masculina y femenina se construye en
base a un aprendizaje social.
Desde
el nacimiento se identifica a hombres y mujeres con base a sus órganos sexuales
de tal forma que desarrollan una identidad de género. Si poseen un pene son
parte del género masculino, si se posee una vagina son parte del género
femenino. Se construye una identidad psicosocial en función de su adscripción a
un género, por lo que la identidad psicosocial de toda persona tiene una base
biológica.
De
esa identidad de género se desprenden los roles sexuales que son los
comportamientos sociales asignados a hombres y mujeres. Estos roles de género
son aprendidos fundamentalmente al interior de la familia, en base al
aprendizaje informal que se obtienen a través de la observación de los modelos
que siguen los miembros de la familia, principalmente los padres.
Desde
su más tierna infancia las y los niños asimilan las normas de género y
refuerzan su aprendizaje sobre las mismas durante la adolescencia, ya que
entrando en esta etapa de desarrollo psicosocial la gente joven siente más
presión para ajustarse a los roles de género determinados culturalmente.
En
este proceso de aprendizaje los niños varones gozan de más libertad e
independencia que las niñas, tienen más oportunidad de participar en la vida
pública y son más sujetos a presión para probar su heterosexualidad y hombría.
Se
les pide ser más valientes y enérgicos, se les enseña a suprimir cualquier
comportamiento o emociones que puedan considerarse “femeninos”. Se les incita a
usar la violencia física contra otros, a tener cuerpo de atleta y un cuerpo
musculoso, a probar su heterosexualidad con un aprendizaje sexual precoz.
En
cambio, a las niñas se les somete a otro tipo de presiones sociales: ser
dóciles y sumisas con los hombres, se les minimiza su inteligencia subvalorando
sus opiniones e ideas. Se les enseña a aceptar que sus derechos sean limitados,
a aceptar un monitoreo sobre su forma de vestir, se supervisan sus amistades y movimientos. Se les educa a
evitar tener relaciones sexuales antes del matrimonio y de manera implícita y
contradictoria a ceder a tener relaciones sexuales no deseadas.
A
través de la influencia de la cultura social, hombres y mujeres aprenden
diferentes responsabilidades y roles sociales a seguir.
Las
personas que no se ajustan a las normas
de género dominantes sufren burlas, menosprecios o son objeto de aislamiento
social. Especialmente aquellas que se sospecha son homosexuales, niños que
presentan rasgos femeninos, mujeres con múltiples parejas sexuales, o personas
que adoptan una identidad de género diferente de aquella con las que fueron
criados.
Los
medios masivos como parte de las instancias socializantes ejercen una poderosa
influencia en la difusión de normas de género. Parte del aprendizaje social
relacionado a la identidad de género proviene de la televisión, películas,
revistas, publicidad e internet, que presentan imágenes distorsionadas de la
mujer y del hombre, basados en estereotipos sexuales que utilizan para promover
el consumo de todo tipo de mercancías utilizando el sexo como gancho personificado
en la figura de mujeres atractivas.
A
lo largo del aprendizaje social la mayoría de las mujeres ven violados varios
de sus derechos humanos y sexuales. Por mencionar sólo uno de ellos podemos
señalar que a las mujeres se les viola su derecho de movilidad social al
restringirse su capacidad de desplazarse libremente en las comunidades en que
viven. Las mujeres no pueden desplazarse con la misma libertad que los hombres
en los espacios abiertos porque enfrentan violencia, acoso sexual e inseguridad
física.
Esta
desigualdad en la crianza de niños y niñas genera diferentes percepciones de la
realidad social, de autoimagen, autoestima, de la vida misma. Mantiene una
asimetría entre hombres y mujeres que en los últimos tiempos ha disminuido pero
que todavía persiste la discriminación hacia las mujeres de muchas formas.
¿Qué es el amor para ti?
Recuerdo
que cuando presenté mi examen profesional para obtener el título de licenciado
en Psicología por parte de la Universidad Veracruzana, un miembro del jurado al
final de la ronda de preguntas y respuestas me cuestionó de la siguiente forma
con toda la intención de moverme el tapete: ¿qué es el amor para ti?
En
aquel momento (1984) di mi mejor respuesta la cual vista en retrospectiva,
ahora la veo un tanto ingenua e incompleta:
“El
amor vendría a ser una fusión de identidades psicológicas, esta complementariedad
que se experimenta con otra persona en una relación de pareja, esta integración
de intereses, afectos, sentimientos, ideas, que llevan a que haya un salto
cualitativo de una identidad individual a una identidad de pareja, que conlleva
el cambio del lenguaje individual del yo a un lenguaje del nosotros, que
nosotros estamos haciendo eso. Es la entrega incondicional hacia otra persona,
es una relación entre dos personas que se caracteriza por la entrega total en
cuerpo y alma, es decir por la fusión de identidades”.
Treinta
y cuatro años después veo una perspectiva diferente, basado en el enfoque de
género ya que el amor es vivido de manera diferente por el hombre y por la
mujer, ya que a lo largo de la historia toda cultura concibe el amor tomando
como punto de partida una disimilitud de los roles masculino y femenino.
Existe
una doble moral sexual que contempla una indulgencia hacia la infidelidad
masculina, mientras actúa con severidad ante las demandas de libertad sexual de
las mujeres.
En
este contexto el amor se ha convertido en una construcción social que contempla
una desigualdad estructural entre hombres y mujeres. Por esta razón a lo largo
de la historia, las mujeres y los
hombres conceden diferente nivel de importancia al concepto del amor.
Históricamente se observa una verdadera asimetría en el significado, las
implicaciones, los sueños y las aspiraciones que cada género le concede al
amor.
Para
la mujer efectivamente el amor significa renuncia, implica una entrega total,
en cuerpo y alma para él. La mujer enamorada solo vive para el amor y piensa
únicamente en el amor. Su vida entera gira en torno al ser amado, quien se
convierte en el único y supremo fin de su existencia. Para la mujer el amor es
la subordinación total al otro expresado en palabras: “haría cualquier cosa si
me lo pidieras”.
Mientras
que el hombre tiene una percepción diferente del amor. Mientras que la mujer se
entrega, el hombre la toma y quiere poseer a la mujer, tomarla para
enriquecerse e incrementar su potencial de existir.
Para
el hombre, el amor es una ocupación entre otras que mantiene en su vida,
mientras que para la mujer el amor, se convierte en el sueño de su vida y llena
toda su existencia como individuo.
Por
esas razones podríamos decir que el amor significa dos cosas diferentes para el
hombre y para la mujer. En las sociedades modernas el amor se ha convertido en
un aspecto distintivo de la identidad femenina. Se exalta una vocación femenina
para el amor. El amor es la expresión de sentimientos y en las mujeres se
inculca la expresión de sentimientos, mientras que a los hombres se les inhibe
la espontaneidad.
Sin
embargo, a pesar de las diferencias de género podríamos decir que el amor en
nuestra época se ha metamorfoseado e “una comunicación interpersonal llevada al
extremo, comprometiendo la totalidad de uno mismo en la relación con el otro”.
(Lipovetsky, 1996).
Con
el paso del tiempo los roles de género van cambiando y en ese sentido, podemos
ver que la gente joven de nuestra sociedad va aceptando una mayor igualdad de
género. Las normas de género están cambiando en todo el mundo y la lucha por la
justicia, la democracia y la igualdad están contribuyendo a transformar los
roles de género estereotipados y rígidos.
Recordemos que el movimiento feminista de la segunda mitad del
siglo XX nos heredó el aprendizaje de una premisa fundamental: Lo personal es
político. Algo que parece haber sido olvidado
Hacia la construcción
social de la equidad de género
Es
innegable que la condición social de las mujeres ha cambiado considerablemente
en las últimas décadas, en el sentido de que se han conquistado derechos,
espacios y comportamientos que antes no les eran permitidos. Sin embargo, los
avances en la conquista de derechos sociales y en la libertad sexual de las
mujeres no han sido suficientes para lograr la equidad de género ya que las
visiones tradicionales de la mujer se niegan a considerarla como un individuo
autónomo que puede vivir por sí misma.
En
este contexto se puede observar que el tema de la equidad de género ha ganado
una importancia creciente de manera importante, al grado de que, en las pasadas
campañas electorales de México, este tema formó parte de las promesas de
campaña electoral por parte de Morena.
Los
conocedores del marketing político saben que los temas que se incluyen en las
campañas electorales intentan responder a determinadas necesidades sociales, de
tal forma que la inclusión de ciertos temas lleva la intención de ganar votos
de determinado sector de nuestra sociedad.
Resalto
esto último para señalar que la equidad de género no es solo una promesa de
campaña, ni algún tipo de moda pasajera, sino que en realidad la sociedad
contemporánea en general y la mexicana en particular, enfrenta una problemática
social en el terreno de la sexualidad y las relaciones interpersonales, que
generan la necesidad social de construir una verdadera equidad de género como
alternativa de solución.
A pesar de los grandes avances
sociales en la condición femenina no ha sido posible cambiar la desigualdad que
existe entre hombres y mujeres. Las cuestiones de género se siguen
caracterizando por una discriminación sexual y lo que es mucho más grave por un
incremento de la violencia hacia las mujeres cuya expresión más inaceptable es
el feminicidio que se observa en nuestros días.
Necesitamos
cambiar las visiones tradicionales sobre lo que significa ser hombre y lo que
significa ser mujer. Como en la mayoría de las situaciones que reflejan la
necesidad de cambio social, la educación es la alternativa de solución más adecuada.
En este caso, la propuesta concreta es impulsar programas de educación sexual
integral en los diferentes niveles del sistema de educación formal, en todas
las instituciones gubernamentales y en todos los ámbitos de convivencia social,
de tal forma que podamos realmente construir la equidad de género que
necesitamos para construir una sociedad donde realmente existe la democracia,
la justicia y la igualdad.
Algunas
de las críticas que he recibido a mis escritos han sido en el sentido de que
son muy largos y la gente no lee. Triste realidad para alguien como yo que en base
a mi trayectoria académica tengo mucho que decir. Por lo que muy a mi pesar,
termino este artículo con el compromiso de que en una siguiente entrega, amplíe
mis ideas sobre la construcción social de la identidad de género.
Finalmente,
les informo que cualquier comentario que gusten escribir en mi blog será
bienvenido, leído y respondido sin falta alguna.
Lipovetsky, Gilles
La tercera mujer Ed.
Anagrama. Colección argumentos
México, 2,012
Yescas, Oscar. Notas para
comprender la sexualidad humana
Yescas, Oscar. Consideraciones
sobre la problemática juvenil
Yescas, Oscar. La
prostitución: ¿Mal necesario?
Yescas, Oscar. La
“revolución sexual” de la pornografía
Yescas, Oscar. Democracia
y educación sexual
Yescas, Oscar. Notas
sobre la condición femenina (desde una perspectiva masculina)
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