La “revolución sexual” de
la pornografía
Oscar Yescas Domínguez
Durante
la convulsionada década de los sesentas se iniciaron una serie de movimientos
sociales que protestaban contra el racismo, exigían mayor democracia, más
libertad menos autoritarismo, igualdad entre hombres y mujeres, luchaban por
derechos para homosexuales y lesbianas, etc.
En
las décadas de los setentas y ochentas estos movimientos contestatarios
continuaron y el entorno social experimentó una serie de cambios radicales que
vinieron a revolucionar las condiciones de vida, los procesos de trabajo y las
relaciones interpersonales. En gran medida, varios de estos cambios obedecían
al surgimiento de una nueva crisis de la ideología dominante de corte
autoritario, enfrentada a un incremento de la movilización de grandes masas de
la población que exigían una mayor participación en las diferentes instancias
de la vida social, sobre todo en el proceso de toma de decisiones.
El
momento cumbre de las protestas a nivel mundial se dio en 1968, cuando miles de jóvenes de varios países (Francia,
Checoslovaquia, Estados Unidos, México, etc.,) se movilizaron simultáneamente
para cuestionar el metaaprendizaje adquirido en su formación como profesionales
de línea vertical, adiestrados en el manejo de un estilo de liderazgo basado en
una filosofía autócrata.
El
movimiento juvenil de vanguardia que tuvo sus máximas expresiones en el
hippismo norteamericano, en las protestas contra la guerra en Vietnam, en la
difusión de la música de rock y en el surgimiento de una cultura "underground"
que rechazaba los valores establecidos del "american way of life",
resultó ser un verdadero movimiento contracultural, de corte antiinstitucional
y creador de su propia cultura que incluía valores que rechazaban el materialismo
vulgar inherente al consumismo.
Todos estos movimientos sociales se caracterizaban por la
irrupción de la palabra de las masas en contextos anteriormente vedados, lo
cual puso en crisis a la ideología social que confundía autoritarismo con buen
liderazgo por lo que tenían como denominador común la lucha en contra del
autoritarismo prevaleciente en aquella época en la que se inculcaba ante todo
la obediencia de parte de los hijos para con sus padres, de parte de la mujer
para con su marido, de parte de los alumnos hacia su maestros, etc.
Dentro de estos movimientos destacó el de liberación sexual,
que se le denominó la “revolución sexual” porque incluía una redefinición de
las figuras masculina y femenina, un cambio de lo que se consideraba “ser
hombre” y “ser mujer”. Buscaba romper los roles sexuales rígidos y
estereotipados prevalecientes y lograr una igualdad de derechos sociales,
civiles y sexuales, pero sobre todo luchaba en contra de la represión de la
sexualidad que existía en aquella época.
Fueron verdaderos movimientos contraculturales que se oponían
a la cultura dominante y provenían de grupos sociales emergentes que construían
una identidad propia en la medida que crecía la participación en estos
movimientos contestatarios.
Era un contexto histórico sociocultural en el cual el
ejercicio de la sexualidad era aceptado socialmente solo si realizaba dentro de
la institución del matrimonio. Las
relaciones sexuales prematrimoniales no eran aceptadas socialmente y las
mujeres que llegaban a practicarlas eran desvalorizadas ante los demás.
La
llamada revolución sexual se caracterizaba por la irrupción de los jóvenes en
la escena social exigiendo la libertad para elegir donde, cuando y con quien
ejercer libremente su sexualidad. Sus demandas incluían la libertad de elegir su
guardarropa sin ser cuestionados, donde las mujeres pudieran usar minifalda o
pantalones cortos, lo hombres el cabello largo sin ser tratados como afeminados.
Este
movimiento social sin fronteras se dio
en forma masiva e imparable al grado de generar una contracultura que se oponía
a la cultura conservadora y autoritaria y que enarbolaba la libertad de
expresión, de vestimenta, de orientación sexual y libertad para ejercer la
sexualidad en forma autónoma sin restricciones, como las demandas legítimas de
parte de un sector amplio de la juventud de aquella época.
La cerrazón y el autoritarismo con el que fueron recibidas las
demandas de la juventud de aquella época solo lograron expandir las expresiones
de protesta y radicalizar algunas posturas de tal forma que algunos comportamientos se retomaron como
parte del nuevo estilo de vida en franca provocación a las figuras de
autoridad.
De esta forma, el usar el cabello largo por parte de los
hombres era una manifestación de rebeldía ante la autoridad y no tenía ninguna
relación con la finalidad estética con la que hoy se usa el cabello largo en
los jóvenes contemporáneos. El uso del cabello largo por parte de los jóvenes
enfrentó respuestas represivas por parte de padres de familia, maestros de
escuelas y policías que detenían a los jóvenes en las calles solo por el hecho
de traer el cabello largo.
El
usar minifalda o pantalones por parte de las mujeres también fue rechazado y
reprimido por las respectivas figuras de autoridad en los diferentes ámbitos de
convivencia social, pero la rebeldía juvenil se sostenía y con el paso del
tiempo se lograron imponer lo que en aquellos tiempos se consideraban “modas
pasajeras” pero que el tiempo ayudó a demostrar que en realidad eran
expresiones contraculturales que venían a establecerse de manera permanente en
el repertorio de comportamientos sociales.
En
el contexto del conservadurismo en el inicio de la segunda mitad del siglo XX,
la virginidad era un valor muy apreciado socialmente, de tal forma que la
figura de la mujer joven se valoraba en función de si su himen permanecía
intacto o había sido desflorado. Las mujeres que no eran vírgenes se les
consideraba indignas de ser llevadas al altar y contraer matrimonio con ellas
porque la ausencia de virginidad era considerada como sinónimo de promiscuidad
sexual o de “mujer fácil”.
Como
integrante de aquella generación que vivió su juventud en la década de los
setentas, participé activamente en los movimientos juveniles de aquella época y
compartí con miles de amigos, compañeros, conocidos y desconocidos el deseo de
cambiar el mundo que nos rodeaba. Deseábamos cambiar el mundo y deseábamos ser
agentes activos de la transformación social, marcando la diferencia con las
generaciones que nos antecedieron.
Con ese objetivo en mente elegí estudiar Psicología, para
actuar como agente de cambio social utilizando la ciencia y el método
científico para contribuir a la transformación de nuestra realidad social.
Ese
ha sido la motivación que ha guiado mi comportamiento durante las últimas
décadas y con esa intención durante los últimos diez años he publicado infinidad
de artículos con el objetivo de participar en la lucha ideológica, romper la
hegemonía de la ideología de la clase dominante y lograr la concientización de
la población acerca del origen social de sus problemas personales y contribuir
a su empoderamiento individual, grupal y comunitario.
Una
y otra vez he comprobado que la palabra escrita es mucho más eficaz que el uso
de las armas para lograr la liberación social, para contribuir al cambio de los
individuos, de los grupos, de las organizaciones y de las comunidades.
En este proceso de producción de artículos y su posterior
publicación he percibido que los artículos que son más leídos y que despiertan
más interés son aquellos en los que toco el tema de la sexualidad humana. Esto fue
mucho más claro cuando publique mi último artículo en mi blog personal
titulado: “La prostitución: ¿un mal necesario?”
ya que en solo cinco días
de haber sido publicado este artículo lleva hasta el momento que escribo estas
líneas, 814 lecturas por parte de quienes siguen mi blog.
Observando el polígono de frecuencias de las visitas a mi blog
veo que en estos últimos los accesos a mi espacio virtual en la blogosfera se
dispararon en forma considerable y buena parte de ese aumento cuantitativo se
concentraron en el artículo que menciono.
Con
estas cifras en mente confirmo que el tema de la sexualidad humana siempre despierta
un interés inusitado en todas las
personas, pero al mismo tiempo, veo que este interés continúa manteniéndose
reservado, oculto, disfrazado, no reconocido porque aunque parezca increíble,
el tema de la sexualidad humana sigue siendo considerado tabú en pleno siglo
XXI.
Desde
una perspectiva psicosocial puedo decir que este interés generalizado en los
temas relacionados con la sexualidad humana se genera por la necesidad social que
existe acerca de información científica y objetiva sobre la misma, es decir,
existe una demanda social implícita de información sobre la sexualidad humana. También
podría decirse que este interés obedece a que existe una insatisfacción
generalizada en la práctica sexual contemporánea.
Lamentablemente
esta demanda social implícita de educación sexual encuentra el silencio y
negativa de las instituciones gubernamentales y educativas, para incluir
programas de educación sexual en los diferentes niveles de educación formal y
esto sucede porque lamentablemente el tema de la sexualidad humana sigue
generando incomodidad, porque el sólo
hecho de conversarlo sigue siendo considerado tabú por un sector amplio de
nuestra sociedad.
Esto
lo he comprobado de manera reiterada en los cursos que sobre educación sexual
he estado impartiendo en el departamento de psicología y Comunicación de la
Universidad de Sonora, cuando veo las dificultades, turbación, ansiedad e
incomodidad que los estudiantes muestran al tocar el tema de la sexualidad.
Esto
sucede en parte porque en nuestro sistema educativo formal los temas de
educación sexual se encuentran ausentes o revisados de manera ligera o
incompleta. Así podemos ver que cuando se incluyen contenidos sobre sexualidad
humana en ciertos programas educativos, éstos se enfocan a la difusión de un
modelo de sexualidad reproductiva y se
limitan a la promoción de información sobre métodos anticonceptivos.
Un
primer vistazo a este panorama nos podría conducir a la afirmación de que ante
la existencia de esta demanda de información sobre sexualidad humana no
existiera educación sexual, afirmación que es parcialmente cierta ya que de
manera más precisa podríamos decir que no existe educación sexual formal, pero
debemos reconocer que sí existe un tipo de educación sexual que es informal.
¿Por
qué digo esto?, porque se observa que existe por un lado esta demanda implícita
de educación sexual en todos los niveles y por otro lado se observa en medios
masivos de difusión, revistas, internet y redes sociales un alud de mensajes
con contenido sexual.
Recordemos
que existen dos tipos de aprendizaje, el aprendizaje formal que se realiza en
las instituciones de educación formal (Primaria, Secundaria, preparatoria,
Universidad, etc.). Son instituciones diseñadas para proporcionar educación
formal a nuestras comunidades, basadas en experiencias estructuradas de
aprendizaje, es decir, mediante programas diseñados en base a tecnología
educativa.
Es
un tipo de aprendizaje que implica la presencia de un experto (el maestro), una
institución educativa (la escuela o universidad), el uso de libros y la aplicación de un
sistema de evaluación.
Por
otro lado, existe un aprendizaje informal que consiste en el hecho de que
aprendemos en cualquier lugar, con cualquier persona y en cualquier momento.
Este aprendizaje se puede dar en casa, en la calle, con los grupos de amigos,
observando la televisión, navegando en internet, etc.
Continuando
con el tema del aprendizaje de la sexualidad, podríamos decir que en contexto
actual del desarrollo tecnológico que implica la proliferación de teléfonos celulares, redes
sociales e internet, las nuevas generaciones de adolescentes y jóvenes, aprenden
la mayor parte de su conocimiento sobre sexualidad a través de a través de
internet debido a que como plantea el sociólogo Manuel Castells: “La
sociabilidad se da hoy en internet”.
El
problema radica en el hecho de que en la web se difunde un modelo de la
sexualidad humana que se restringe a un modelo genital, ya que la difusión de material sexualmente explícito,
conocido comúnmente como pornografía, reduce la sexualidad humana es al sexo, a
la actividad sexual, al ayuntamiento de genitales.
Dejan
de lado los un enfoque integral de la sexualidad humana que contempla aspectos
biológicos, psicológicos y sociales.
Cualquier
persona puede comprobar que existe una cantidad infinita de páginas que nos
proporcionan un alud de información de tipo sexual. Basta con ingresar a la web
y de manera hasta involuntaria se topa uno con páginas dedicadas al sexo.
En
tan sólo pocos años el desarrollo de la tecnología nos ha abierto numerosas
fuentes de información con contenido sexual. Estas fuentes de información están
accesibles a todo tipo de público y los principales usuarios de internet y
redes sociales son adolescentes, jóvenes y adultos.
En
este contexto de desarrollo de la tecnología con su fluidez de la información y
acceso masivo a la misma, cabría plantear las siguientes preguntas:
¿Este
alud de imágenes de contenido sexual que nos proporciona internet representa
una continuación de la revolución sexual iniciada en los setentas?
¿Contribuye
la difusión masiva de este tipo de información a satisfacer la demanda social
que existe sobre información científica de la sexualidad humana?
¿El
material sexualmente explícito (pornografía) que circula en internet puede ser considerado
parte de una educación sexual?
Mi
respuesta ante estas interrogantes es totalmente negativa para cada una de
ellas porque lo que estamos recibiendo a través de estos medios de difusión de
material sexualmente explícito es un modelo reducido de la sexualidad humana a
su expresión genital.
La
llamada pornografía no representa revolución sexual alguna y lo que en realidad
provoca es el uso de la sexualidad como una mercancía más que se vende, en
donde la figura de la mujer se reduce a la condición de un objeto sexual que es
valorado en función del tamaño de sus senos, glúteos y disponibilidad sexual.
Representa
en los hechos una enajenación de la sexualidad y está muy lejos de representar
un modelo científico de la sexualidad y con la difusión de materiales
sexualmente explícitos solo contribuye a agudizar los problemas que presenta en
nuestra sociedad contemporánea el ejercicio de nuestra sexualidad: violencia
hacia las mujeres, violación de niñas y mujeres, acoso sexual callejero, feminicidio,
enfermedades de transmisión sexual, embarazo en adolescentes, madres solteras, actitudes
homofóbicas, etc.
Es
un verdadero problema colectivo cuya solución requiere de una responsabilidad
social que es compartida por padres de familia, autoridades educativas y
educadores.
Los
padres de familia deben responsabilizarse del uso que sus hijos le dan a sus
dispositivos móviles y a internet, deben abrir puentes de comunicación con sus
hijos para tocar el tema de su desarrollo psicosexual y dejar que la principal
fuente de información sexual siga siendo internet. Deben tomar conciencia de
que en su vida cotidiana actúan como modelos de aprendizaje sexual donde sus
hijos aprenden a comportarse como hombres o como mujeres.
Las
autoridades educativas no deben seguir ignorando esta demanda social de
impulsar programas de educación en sexualidad en todos los niveles del sistema
de educación formal y deben tomar cartas en el asunto preparando las
condiciones para presentar una oferta educativa. Los planes de estudio deben
incluir materias relacionadas con la educación sexual en todos los niveles.
Las
autoridades gubernamentales deben impulsar programas de capacitación en
educación sexual como acción obligatoria en todas las instituciones
gubernamentales y organizaciones privadas.
En
el caso de los educadores nos toca reconocer esta demanda social sobre la
sexualidad humana para prepararnos y plantearnos la necesidad de formar
educadores sexuales que actúen como agentes de cambio social y satisfagan esta
demanda de educación sexual que experimenta nuestra comunidad.
La
tarea es colectiva, no es responsabilidad exclusiva de un solo sector y
actuando de esta manera podremos reducir los efectos negativos de la difusión
de un modelo genital de la sexualidad, para promover el conocimiento de un
modelo integral de la sexualidad humana que tenga como parte de sus objetivos
centrales cambiar las figuras que hoy se conocen como lo que significa “”ser
hombre” y “ser mujer”, difundir la existencia de los derechos sexuales que
tiene toda persona y reconocer que en nuestra sociedad existe una amplia
diversidad sexual
Sólo
de esta manera podremos contribuir a lograr una cultura de respeto, de equidad
de género y terminar con la discriminación sexual que hoy existe. Finalmente quiero decir que la foto que acompaña este artículo es la del grupo que actualmente cursa la materia Educación en sexualidad humana, que imparto en la universidad de Sonora en el semestre 2,018-2