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sábado, 13 de octubre de 2018


Notas sobre la condición femenina (desde una perspectiva masculina)
Oscar Yescas Domínguez
13 octubre 2,018

        En los últimos setenta años la situación social de las mujeres ha recibido más cambios que los que recibió miles de años antes del inicio de estos cambios recientes. Por ello, debemos tener presente que las condiciones sociales que vivimos hoy en día no han existido siempre y que gran parte de los derechos sociales, humanos y laborales de los que hoy en día disfrutamos no siempre han existido y se han obtenido gracias a la participación social que dieron lugar a diversos movimientos colectivos que lucharon por tales derechos.
        El siglo XX es considerado el siglo de las mujeres porque es el siglo que revolucionó sus condiciones de vida, su identidad y su destino. Es el siglo en el cual lograron su independencia personal y profesional, el reconocimiento de la actividad profesional femenina, una mayor libertad sexual, el derecho a experimentar placer, es el siglo donde la virginidad perdió importancia y dejó de ser una regla moral, además de que hoy en día la edad de inicio de las relaciones sexuales femeninas se acerca a la edad de inicio de los adolescentes y jóvenes masculinos.
        Por todas estas razones es que se habla de que estamos frente a una emancipación femenina, que contribuye a que en las sociedades occidentales se construya una nueva figura social de lo femenino, una construcción social que simboliza una ruptura con la figura tradicional de la mujer que ha existido a lo largo de la historia de la humanidad.
        El gran filósofo y sociólogo Gilles Lipovetsky señala que esta nueva figura femenina es La Tercera Mujer que se caracteriza por el hecho de que la mujer deja de ser objeto y se sitúa como una Mujer Sujeto que da inicio a una nueva construcción social de los géneros basado en una verdadera revolución democrática. Es decir, no sólo se transforma la figura femenina, sino que al construir esta nueva figura de la mujer, se requiere de la construcción de una nueva figura del hombre, una representación social de lo masculino que deje atrás los privilegios que hoy en día tenemos los hombres y que representan desventajas para las mujeres.
        Sin embargo, a pesar de estos grandes avances y cambios en la Historia de las mujeres, se observa que todavía persiste una invariación de lo femenino en la mente de miles de personas, tanto hombres como mujeres, que ven con reservas y cierta resistencia la construcción social de esta nueva figura femenina, el surgimiento de esta tercera mujer.
        A pesar de los grandes cambios que se observan en la condición femenina vemos que todavía persiste la asignación a la mujer de un conjunto de funciones tradicionalmente asignadas a las mujeres tales como lo relativo al quehacer doméstico, el énfasis en lo sentimental como muestra de debilidad o la belleza física como elementos clave en la construcción de la identidad femenina.
        Alguna vez se pensó que la modernidad y los cambios sociales traducidos en esta emancipación social de las mujeres contribuiría a borrar la división sexual de las normas que determinan la coexistencia entre hombres y mujeres, pero hoy en el siglo XXI vemos que los cambios sociales acercan al hombre y a la mujer en varios aspectos de la vida social, pero continúan manteniendo una separación de roles sociales entre hombres y mujeres, manteniendo privilegios para los primeros y limitaciones para las segundas, lo que impide la construcción de una verdadera democracia social, una sociedad igualitaria y sobre todo, la existencia de justicia social.
        La primera observación que podemos destacar de este hecho es que la democracia no llega hasta sus últimas consecuencias, se limita a una democracia electoral, ni siquiera una democracia participativa. La construcción de la democracia se enfoca en el ámbito de lo público y deja de lado el ámbito de lo privado ya que no afecta las relaciones privadas entre hombres y mujeres, entre padres e hijos y en consecuencia, se presenta un desnivel entre el comportamiento público y el comportamiento privado. 
    Los avances políticos en materia de equidad de género son insuficientes ante el impacto e influencia de los medios masivos de comunicación, internet y redes sociales que siguen explotando la figura femenina como gancho sexual para promover un consumo masivo. La ausencia de programas de educación sexual en el sistema de educación formal, genera un vacío de información en el desarrollo psicosocial de generaciones enteras que es llenado con el fácil acceso a páginas de internet con contenido de material sexualmente explícito (pornografía), que reproducen imágenes de la mujer como objeto sexual al servicio de los hombres.
    Los cambios sociales continúan evolucionando pero nos enfrentamos a un hecho grave que que consiste en el hecho de todavía persiste una concepción social de la mujer que prevalecía en el pasado como figura de objeto sexual y que hoy se presenta en una cruda realidad que realmente representa un grito de alarma ya no en el estilo de vida de nuestras mujeres, sino en el cuidado de su propia seguridad.
        Me refiero al hecho de que la violencia contra las mujeres sigue aumentando de manera alarmante en todos los países, una violencia que ya no sólo es psicológica o sexual, sino que representa una violencia amenaza la vida de las mujeres al aumentar las cifras de feminicidio en varias partes del mundo, miles de mujeres son asesinadas por violencia familiar, por  violencia en las calles, por tráfico sexual de mujeres, por orientación sexual diferente a las mayorías, etc. Junto a este alarmante problema que va en ascenso, se observa que al mismo tiempo se sigue presentando una  indiferencia brutal hacia estas diferentes formas de violencia hacia la mujer, que funcionan como verdaderas resistencias a reconocer las condiciones en las que viven las mujeres en nuestros días.
     Por ejemplo, puede decirse que la mayoría de los hombres sigue considerando como algo “normal y natural” el acoso sexual callejero a las mujeres, existe un silencio de los varones que son testigos de piropos callejeros, un silencio cómplice porque no actúan en contra del mismo. La mayoría de los hombres no perciben los sentimientos de impotencia, de rabia, de temor, de coraje que las mujeres experimentan cuando son objeto de “piropos sexuales” en la calle. Ya no digamos el malestar que sienten cuando son manoseadas en el transporte público y que por sentimientos de vergüenza o impotencia no lo denuncian.
        Esto lo puedo atestiguar de primera mano cada vez que imparto el curso de Educación en sexualidad humana en el Departamento de Psicología y Comunicación de la Universidad de Sonora, ya que desde hace varios años en cada grupo de estudiantes que lo han tomado hemos analizado el tema del acoso sexual callejero y después de algunas lecturas y discusiones les pido a mis estudiantes que redacten un ensayo personal en el cual describan experiencias personales que hayan tenido relacionadas con este tema y cómo se sintieron durante y después de ellas.
    Al leer dichos ensayos en la privacidad de mi cubículo universitario, quedé impactado por las terribles experiencias que mis jóvenes alumnas han tenido desde el inicio de su adolescencia hasta su edad actual, pasados los veinte años, cuando describen que han sido objeto de violencia sexual de múltiples formas, desde abuso sexual hasta el acoso sexual callejero. Me impresionó el gesto de enorme confianza que me brindaron al compartirme experiencias traumáticas por las que atravesaron durante sus vidas y esa confianza sólo renovó mi energía para seguir luchando por una sociedad donde no exista más abuso, acoso o maltrato hacia las mujeres y mucho menos feminicidio.
        Los lugares de acoso sexual descritos sucedieron en “cualquier lugar”, la calle, la escuela, el camión urbano, la tienda, la universidad, etc. Las personas que las acosaron fueron “cualquier persona”, jóvenes, adultos, ancianos, sacerdotes, maestros, choferes de camión, albañiles, doctores, etc. No existe un perfil del acosador callejero, como no existe un perfil del violador sexual, cualquier hombre puede ser acosador o violador sexual.

        Al leer los ensayos de mis alumnas universitarias me encuentro con verdaderas descripciones de sentimientos de angustia, inseguridad, coraje, rabia, impotencia y desamparo por el solo hecho de caminar solas por la calle. ¿Algún hombre se ha sentido así por caminar solo en calles aisladas? No miento al decir que quedo profundamente conmovido cada semestre al leer esos testimonios que reflejan una situación que los hombres no visibilizamos: la imposibilidad de que una mujer pueda caminar tranquila por la calle a solas sin que ningún hombre la moleste, la acose, la siga, le diga obscenidades.
        Lo más lamentable es la actitud asumida por algunas mujeres que en lugar de solidarizarse con la mujer que es objeto de acoso sexual en la calle, condenan a la mujer justificando la agresión de la que es objeto argumentando que ella la provoca por el tipo de vestimenta “provocativa” que utiliza, “ que llama la atención de los hombres”, además de preguntarse “qué andaba haciendo sola por la calle”?
        Tales actitudes sólo reflejan el grado de introyección de una ideología patriarcal y machista que justifica las actitudes sexuales agresivas de los varones y el predominio del hombre sobre la mujer a la que se le sigue considerando como objeto sexual al servicio del varón.
        Pero debo decir que el acoso sexual a mujeres en la calle, a pesar de que representa un grave problema que debemos poner en la mesa de las discusiones, es tan sólo la punta del iceberg en el gran problema social que representa la violencia hacia las mujeres.
        Podemos mencionar que México es un país que tiene una tasa muy alta de embarazo en adolescentes, tan alta que la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) determinó que México ocupa el primer lugar a nivel mundial en el tema del embarazo en adolescentes.
Jovencitas que no maduran sexualmente y que ya están embarazadas, no precisamente por sus novios, sino por un adulto que puede ser un familiar, un vecino, un amigo de la familia “cualquier hombre”, que se aprovecha de la inocencia infantil para abusar sexualmente de una adolescente.
        El embarazo no planeado cambia la vida de toda persona y si es una adolescente la que está embarazada, su vida se trunca y su porvenir se viene abajo. Ahora, ¿Cuál es la reacción más común que se tiene cuando una joven resulta embarazada? Es acusada de promiscua, irresponsable y por lo regular recibe si no un rechazo, un menosprecio social y es “devaluada” socialmente, con un futuro incierto en el cual es más probable que encuentre más hombres que quieran abusar de ella “porque ya la probó”. Triste destino en realidad que en algunos casos conduce al suicidio como la única salida.
        La violencia hacia las mujeres también se da al interior de las familias de formas muy diversas. El hombre que cela a su mujer y le restringe sus libertades, sus amistades, sus salidas de casa. La mujer a la que solo se le asignan las “oportunidades” de casarse y tener hijos, ser esposa y madre de familia. Su cruz es atender al marido, alimentar a sus hijos y cuidar y mantener limpia la casa.
        A la mujer se le asigna por lo regular al ámbito de lo privado, mientras que el hombre considerado el proveedor de la familia disfruta de oportunidades de diversión y esparcimiento “porque es hombre”. ¡Terribles situaciones que se siguen observando en pleno siglo XXI!
        Otro tipo de violencia hacia las mujeres es la explotación sexual de mujeres y niños que se presenta como un mercado floreciente con mayor número de consumidores, una “industria” muy lucrativa que mantiene a una delincuencia organizada que secuestra, golpea, tortura, humilla, viola, explota y vende a mujeres, niñas y niños para satisfacer impulsos sexuales de individuos que no les interesa la situación de la mujer objeto que están penetrando ,mientras les brinde placer sexual.
        Pero el mayor grado de violencia hacia las mujeres es el feminicidio, es decir, el asesinato de una mujer que ocurre por lo regular después de una violación sexual. El número de mujeres asesinadas en México ha aumentado en forma alarmante en lo que va del 2,018, superando cifras de años anteriores.
Según datos de la Secretaría de Gobernación se registra un promedio de dos asesinatos por día y las estadísticas oficiales muestran un total de 402 víctimas durante el primer semestre del año. Las entidades que lideran las estadísticas son el Estado de México con 39 asesinatos, Veracruz con 38, seguido por Nuevo León y Chihuahua, ambos con 30 registros.
Ante esta situación el Comité para la Eliminación de la Discriminación contra la Mujer (CEDAW), adscrito a la ONU, ha indicado en su más reciente reporte que, pese a los esfuerzos del Gobierno de México aún se requieren adoptar medidas “urgentes” para prevenir, investigar y juzgar las muertes violentas y desapariciones de mujeres en el país. El informe elaborado por 23 expertos indica que las mujeres y niñas mexicanas siguen siendo blancos de la inseguridad, violencia, crimen organizado y tráfico de drogas
En su último balance, el Observatorio Ciudadano Nacional del Feminicidio apunta que la mayoría de las mujeres en México han sido asesinadas de manera brutal, mediante diversos métodos: golpes, estrangulamientos, asfixia, quemaduras, envenenamientos y heridas. “Las víctimas de feminicidio fueron encontradas en espacios públicos como: carreteras, terrenos baldíos, hoteles, bares, hospitales, restaurantes, entre otros. Lo que evidencia el nivel de riesgo e inseguridad que viven las mujeres en estos espacios”, detalla el reporte.
Las cifras de este organismo no gubernamental dibujan una realidad más peligrosa para las mujeres que la que dan a conocer los datos oficiales. Según su información, entre 2014 y 2017 unas 8.904 mujeres han sido asesinadas en México, sin embargo, solo un 30% de los casos fue investigado bajo los protocolos del feminicidio. “En cuanto a la relación de la víctima con su victimario, la información revela que la autoridad desconoce en un número significativo el vínculo entre ambos, lo que evidencia que las investigaciones carecen de diligencias básicas que permitan identificar a los agresores, situación que lleva a que los casos queden en la impunidad”, indica el Observatorio
        Es importante señalar que el feminicidio que se observa en México en nuestros días no es responsabilidad exclusiva de los autores materiales. En realidad existe una corresponsabilidad social en el asesinato de mujeres que no podemos ignorar. Esta corresponsabilidad social podemos encontrarla al observar la forma en cómo educamos a nuestros hijos, de una manera diferente si es hombre o si es mujer, les damos un trato desigual a nuestros hijos.
En esa línea de pensamiento, el intentar psicologizar las muertes violentas de mujeres reduciendo las causas a la motivación individual e historia personal de los victimarios, solo contribuye a ocultar las causas sociales de la violencia hacia las mujeres.
El incremento del feminicidio obedece en realidad a la desigualdad de género que padecemos en nuestra sociedad. Una desigualdad que tiene su origen en el interior de la familia cuando se educa en forma diferente a los niños y a las niñas. Cuando hablo de educación al interior de la familia me refiero al comportamiento cotidiano del padre y de la madre que con su ejemplo contribuyen al aprendizaje informal de cómo se comporta un hombre y cómo se comporta una mujer.
Dando mayor libertad, privilegios y derechos a los hombres, por el simple hecho de ser hombres y mayores restricciones, vigilancia y menos derechos a nuestras hijas por el simple hecho de ser mujeres. Debemos cambiar esta doble moral sexual cuanto antes, porque estamos contribuyendo en forma indirecta al incremento de la violencia hacia la mujer (solo porque es mujer).
Por lo regular el hombre es educado para tener privilegios por el simple hecho de ser hombre y a la mujer se le educa con restricciones en su libertad y oportunidades de desarrollo, promoviendo en ella una mentalidad de sumisión y obediencia al hombre.
La principal cualidad que se estimula en la mujer es su belleza física. "mujer de cabellos largos e ideas cortas".  Esta desigualdad sexual es provocada por la ausencia de programas de educación sexual en nuestras escuelas, en nuestras comunidades, en nuestras instituciones. Necesitamos promover la creación de programas de educación sexual integral que contribuya a la generación de nuevas imágenes de la mujer y del hombre.
Los derechos humanos y sexuales de la mujer son violados constantemente y su figura se reduce a la condición de objeto sexual. La publicidad contribuye a esta discriminación al utilizar la figura femenina como gancho sexual para promover la venta de sus artículos.
La desigualdad de género se observa en el mundo del trabajo al dar mayores oportunidades de desarrollo laboral a los hombres, en las escuelas cuando las mujeres tienen que cumplir con labores del hogar aparte de sus labores de estudiantes, en las calles al ser visibilizadas como objetos sexuales y valoradas en función de sus atributos físicos a quienes se les puede “piropear" y dar insinuaciones de tipo sexual con toda libertad, en el interior de los hogares cuando la mujer es la responsable del cuidado y limpieza de la casa, de la preparación de los alimentos, del cuidado de los niños, de la atención al marido, etc.
No en balde existe ese dicho mexicano que reza:  El peso de un hogar en México no descansa en los cimientos de la casa, sino en los hombros de una mujer.
Necesitamos dejar de ver como algo normal el acoso sexual callejero hacia las mujeres con el piropeo verbal y terminar con el acoso sexual en universidades y oficinas de trabajo.
Debemos empezar a verlo como violaciones a los derechos de las mujeres este tipo de insinuaciones, acercamientos, frotamientos, comentarios y acciones que privan sus derechos a caminar solas tranquilamente por nuestras calles sin que nadie les moleste.
Debemos reflexionar sobre la presencia de una desigualdad sexual en nuestra sociedad que nosotros estamos perpetuando, necesitamos ver que la liberación sexual y social de las mujeres representa también una liberación de los hombres, al dejar atrás el seguimiento de roles sexuales estereotipados que no corresponden a los tiempos actuales que presentan una tendencia a la democratización de nuestras vidas sociales y personales
La manera de lograrlo es a través de la implementación de programas de educación sexual integral que promuevan equidad de género, respeto a los derechos humanos y sexuales de hombres y mujeres. Se requiere la implementación urgente de campañas para sensibilizar a las propias mujeres sobre sus derechos y la importancia de denunciar cualquier violencia de género.
Llegó la hora de que los hombres perdamos parte de nuestros privilegios que disfrutamos por el simple hecho de ser hombres. Es el momento de decir basta, no más violencia hacia las mujeres.
Llegó la hora de que hombres y mujeres unamos nuestras voces para decir a voz en cuello: Ni una más, no mas feminicidios, cero tolerancias a la violencia hacia las mujeres
Llegó la hora de que los hombres comprendamos que es más lo que tenemos que perder si continuamos perpetuando la desigualdad de género. Es el momento de reconocer que la lucha por la democracia, la justicia y la igualdad social conducen de manera inevitable a la democratización de la relación de pareja y de padres e hijos. No puede haber democracia social sin democracia al interior de la familia, sin construir relaciones de equidad entre hombres y mujeres.
Participemos de manera activa, consciente y comprometida en la construcción social de nuevas figuras de la mujer y del hombre en cuyo significado podamos incluir la igualdad de género por la que tanto han luchado hombres y mujeres en el pasado y que todavía se sigue considerando una utopía porque no se refleja en la realidad.
Construyamos una cultura de respeto a los derechos sociales, humanos y sexuales de hombres y mujeres. Una cultura basada en una educación sexual integral que contemple como un requisito indispensable el respeto a los derechos humanos para lograr una salud sexual y un bienestar social.
Los cambios sociales que se viven en el México del 2,018, requieren de cambios a nivel individual tanto en autoimagen, como en la imagen que tenemos de los demás y sobre todo en las imágenes que tenemos de los que significa ser hombre y lo que significa ser mujer.
La nueva figura femenina debe dejar atrás su condición de mujer objeto y asumir su condición de mujer sujeto, la liberación social requiere de la liberación femenina. Sólo de esta forma podremos darle continuidad al proceso de democratización que vivimos actualmente, de tal forma que la democracia llegue hasta sus últimas consecuencias, deje de ser parte exclusiva de lo público y se instale en el ámbito de lo privado  al modificar las relaciones actuales entre hombres y mujeres, para construir relaciones realmente igualitarias, democráticas y caracterizadas por el respeto mutuo.
La liberación social de las mujeres representa la liberación social de los hombres, construyamos juntos hombres y mujeres una nuevo mundo donde realmente prevalezca la democracia, la libertad y la igualdad.  Hombres y mujeres nos necesitamos mutuamente para construir esta nueva sociedad, con nuevas figuras del hombre y de la mujer. Los hombres debemos construir una nueva figura de lo que significa ser hombre, una nueva imagen que se respete a sí mismo, respeta a los demás sin distinción de género y que incluya el conocimiento de los derechos humanos y sexuales de hombres y mujeres. La Historia demuestra que la acción conjunta de hombres y mujeres participando en movimientos colectivos ha sido el motor principal para lograr grandes cambios sociales. Los movimientos colectivos que han dado grandes cambios en la historia de la humanidad no han hecho discriminación alguna por ser hombre o por ser mujer. 
Nos falta dar un cambio más, la lucha continúa y esta incluye la reconstrucción de los géneros con nuevos perfiles igualitarios del hombre y de la mujer. De nosotros depende terminar con la violencia hacia nuestras mujeres, que al final del día representa una violencia hacia nosotros mismos. 

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