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lunes, 22 de octubre de 2018


La construcción social de la equidad de género
Oscar Yescas Domínguez

La revolución de la sexualidad
El proceso de construcción social de la identidad de género
¿Qué es el amor para ti?
Hacia la construcción social de la equidad de género

       La revolución de la sexualidad
       A lo largo de la historia de la humanidad las culturas particulares de cada sociedad han establecido códigos de conducta para los hombres y las mujeres. Estas normas sociales por lo regular se han se han basado en establecer una disimilitud de los roles masculino y femenino, que los han hecho ver como complementarios, pero al mismo tiempo contrapuestos.
Durante siglos hombres y mujeres presentaron grandes diferencias en privilegios, derechos y oportunidades que los mantuvieron separados y en posiciones diferentes. Tan sólo veamos cual ha sido el papel de la mujer en diferentes culturas de la historia. El común denominador que podemos encontrar en la historia de la humanidad es que se observa una opresión permanente del hombre sobre la mujer.
Cuando no era la sirvienta, la mujer ha sido la amante, el ama de casa, la madre de los hijos, la administradora del hogar, la cocinera, la limpiadora, la enfermera, etc. Todos ellos han sido roles dependientes o al servicio del hombre. Son escasos los ejemplos de la historia en los que la mujer ha ocupado posiciones de poder.
Con el paso del tiempo esta situación ha cambiado pero las visiones tradicionales de la mujer persisten en negarse a reconocer a la mujer como un ser humano con plena autonomía. Ninguno de los roles sociales adjudicados en el pasado a la mujer permitía desarrollar en su interior una autonomía como individuo social. La mayoría de los roles sociales a los que podía la mujer eran de servidumbre, obediencia y lealtad hacia el hombre.
Esta disimilitud entre el hombre y la mujer se mantuvo un largo tiempo, durante largos siglos hasta que en el siglo XX la situación comenzó a cambiar gracias a la movilización colectiva de hombres y mujeres que juntos luchaban por mayor democracia, justicia e igualdad.
Con estas luchas la servidumbre femenina hacia el varón fue disminuyendo gradualmente y con ella la distancia entre los roles masculinos y femeninos.
De manera inevitable la lucha por las demandas de mayor democracia, justicia e igualdad rebasaron el ámbito de lo público y llegó al terreno de lo privado al cuestionar la supremacía del varón y las múltiples restricciones hacia las mujeres por lo que gracias a la lucha feminista de las décadas de los sesentas y setentas, se llegó a descubrir que “lo personal es político”.
Debido a ello, es importante reconocer que la lucha realizada por diferentes movimientos sociales en distintas partes del mundo, han contribuido a modificar de manera inevitable la percepción social de los géneros concediendo mayor libertad a las mujeres y reduciendo privilegios de los hombres, con lo cual se ha contribuido a reducir la distancia existente entre los mismos.
 Por todas estas luchas y los derechos conquistados el siglo pasado, se reconoce al siglo XX como el “siglo de las mujeres” porque en los últimos 80 años la situación de las mujeres comenzó a cambiar y estos cambios no se han detenido hasta la fecha.   
En mis cursos de Psicología organizacional cuando hablaba de la dinámica de cambios sociales que vivimos y su impacto en las organizaciones contemporáneas acostumbraba a utilizar la expresión “en los últimos 50 años han ocurrido más cambios sociales que en los últimos 200 años que han pasado”.
Creo que el ritmo de la dinámica de cambios sociales se ha incrementado cada día más, por lo que sospecho que ya no puedo limitar el rango a 200 años, sino que éste tiende a ampliarse ya que en el terreno de las relaciones entre hombres y mujeres los cambios se han dado con mayor rapidez y profundidad, porque detrás de un cambio vienen otros más que modifican las relaciones entre los géneros.
En base a lo anterior Gilles Lipovetsky afirma que “En los últimos 70 años las relaciones entre hombres y mujeres han experimentado más cambios que en todos los milenios anteriores, de tal forma que las mujeres se han liberado de muchas ataduras y han conquistado varios derechos sociales y sexuales al grado de que se ha llamado a esta cauda de cambios sociales “la emancipación femenina” o “revolución sexual” (Gilles Lipovetsky La tercera mujer).
       Se puede afirmar sin lugar a duda que las diferencias entre los sexos han disminuido considerablemente, pero esto no quiere decir que estamos alcanzando la equidad de los géneros.
       A medida que se generalizan en todo el mundo las exigencias de libertad e igualdad, la división social de los sexos se ve recompuesta bajo nuevos rasgos de tal forma que se reduce la asimetría existente entre los géneros masculino y femenino.
La vida amorosa no ha escapado a la tarea de construcción de la democracia a nivel internacional.  Ejemplos de ello es que la virginidad ha perdido su valor de antaño, el inicio de relaciones sexuales entre las mujeres se acerca a la edad de inicio a la de los hombres, la invención de la píldora anticonceptiva liberó a la mujer del temor de ejercer su sexualidad y resultar inevitablemente embarazadas, etc.
      
       El proceso de construcción social de la identidad de género
       Para comprender el comportamiento de hombres y mujeres debemos analizar cómo se da el proceso de construcción de la identidad de género. Pero también para comprender el ejercicio contemporáneo de la sexualidad humana, tenemos necesidad de estudiar cómo se ejerció la misma en el pasado. Esto nos permite en primera instancia descubrir que la sexualidad humana ha tenido una relatividad sociocultural a lo largo de la historia de la humanidad.
       Cada sociedad construye sus propias normas de género mediante las cuales asigna comportamientos socialmente aceptables para los hombres y para las mujeres, lo que incluye una determinación social de sus vidas sexuales. Por eso es que se habla de una relatividad sociocultural de la sexualidad ya que no existen comportamientos sexuales universalmente aceptables. Lo que es aceptable sexualmente en una cultura puede no ser aceptado en otras culturas.
       A través de un proceso de socialización hombres y mujeres aprenden los roles de género, es decir, como debe comportarse un hombre y como debe comportarse una mujer. La identidad masculina y femenina se construye en base a un aprendizaje social.
Desde el nacimiento se identifica a hombres y mujeres con base a sus órganos sexuales de tal forma que desarrollan una identidad de género. Si poseen un pene son parte del género masculino, si se posee una vagina son parte del género femenino. Se construye una identidad psicosocial en función de su adscripción a un género, por lo que la identidad psicosocial de toda persona tiene una base biológica.
De esa identidad de género se desprenden los roles sexuales que son los comportamientos sociales asignados a hombres y mujeres. Estos roles de género son aprendidos fundamentalmente al interior de la familia, en base al aprendizaje informal que se obtienen a través de la observación de los modelos que siguen los miembros de la familia, principalmente los padres.
Desde su más tierna infancia las y los niños asimilan las normas de género y refuerzan su aprendizaje sobre las mismas durante la adolescencia, ya que entrando en esta etapa de desarrollo psicosocial la gente joven siente más presión para ajustarse a los roles de género determinados culturalmente.
En este proceso de aprendizaje los niños varones gozan de más libertad e independencia que las niñas, tienen más oportunidad de participar en la vida pública y son más sujetos a presión para probar su heterosexualidad y hombría.
Se les pide ser más valientes y enérgicos, se les enseña a suprimir cualquier comportamiento o emociones que puedan considerarse “femeninos”. Se les incita a usar la violencia física contra otros, a tener cuerpo de atleta y un cuerpo musculoso, a probar su heterosexualidad con un aprendizaje sexual precoz.
En cambio, a las niñas se les somete a otro tipo de presiones sociales: ser dóciles y sumisas con los hombres, se les minimiza su inteligencia subvalorando sus opiniones e ideas. Se les enseña a aceptar que sus derechos sean limitados, a aceptar un monitoreo sobre su forma de vestir, se supervisan sus  amistades y movimientos. Se les educa a evitar tener relaciones sexuales antes del matrimonio y de manera implícita y contradictoria a ceder a tener relaciones sexuales no deseadas.
A través de la influencia de la cultura social, hombres y mujeres aprenden diferentes responsabilidades y roles sociales a seguir.
Las personas que no se ajustan  a las normas de género dominantes sufren burlas, menosprecios o son objeto de aislamiento social. Especialmente aquellas que se sospecha son homosexuales, niños que presentan rasgos femeninos, mujeres con múltiples parejas sexuales, o personas que adoptan una identidad de género diferente de aquella con las que fueron criados.
Los medios masivos como parte de las instancias socializantes ejercen una poderosa influencia en la difusión de normas de género. Parte del aprendizaje social relacionado a la identidad de género proviene de la televisión, películas, revistas, publicidad e internet, que presentan imágenes distorsionadas de la mujer y del hombre, basados en estereotipos sexuales que utilizan para promover el consumo de todo tipo de mercancías utilizando el sexo como gancho personificado en la figura de mujeres atractivas.
A lo largo del aprendizaje social la mayoría de las mujeres ven violados varios de sus derechos humanos y sexuales. Por mencionar sólo uno de ellos podemos señalar que a las mujeres se les viola su derecho de movilidad social al restringirse su capacidad de desplazarse libremente en las comunidades en que viven. Las mujeres no pueden desplazarse con la misma libertad que los hombres en los espacios abiertos porque enfrentan violencia, acoso sexual e inseguridad física.
Esta desigualdad en la crianza de niños y niñas genera diferentes percepciones de la realidad social, de autoimagen, autoestima, de la vida misma. Mantiene una asimetría entre hombres y mujeres que en los últimos tiempos ha disminuido pero que todavía persiste la discriminación hacia las mujeres de muchas formas.
¿Qué es el amor para ti?
Recuerdo que cuando presenté mi examen profesional para obtener el título de licenciado en Psicología por parte de la Universidad Veracruzana, un miembro del jurado al final de la ronda de preguntas y respuestas me cuestionó de la siguiente forma con toda la intención de moverme el tapete: ¿qué es el amor para ti?
En aquel momento (1984) di mi mejor respuesta la cual vista en retrospectiva, ahora la veo un tanto ingenua e incompleta:
“El amor vendría a ser una fusión de identidades psicológicas, esta complementariedad que se experimenta con otra persona en una relación de pareja, esta integración de intereses, afectos, sentimientos, ideas, que llevan a que haya un salto cualitativo de una identidad individual a una identidad de pareja, que conlleva el cambio del lenguaje individual del yo a un lenguaje del nosotros, que nosotros estamos haciendo eso. Es la entrega incondicional hacia otra persona, es una relación entre dos personas que se caracteriza por la entrega total en cuerpo y alma, es decir por la fusión de identidades”.
Treinta y cuatro años después veo una perspectiva diferente, basado en el enfoque de género ya que el amor es vivido de manera diferente por el hombre y por la mujer, ya que a lo largo de la historia toda cultura concibe el amor tomando como punto de partida una disimilitud de los roles masculino y femenino.
Existe una doble moral sexual que contempla una indulgencia hacia la infidelidad masculina, mientras actúa con severidad ante las demandas de libertad sexual de las mujeres.
En este contexto el amor se ha convertido en una construcción social que contempla una desigualdad estructural entre hombres y mujeres. Por esta razón a lo largo de la historia, las mujeres  y los hombres conceden diferente nivel de importancia al concepto del amor. Históricamente se observa una verdadera asimetría en el significado, las implicaciones, los sueños y las aspiraciones que cada género le concede al amor.
Para la mujer efectivamente el amor significa renuncia, implica una entrega total, en cuerpo y alma para él. La mujer enamorada solo vive para el amor y piensa únicamente en el amor. Su vida entera gira en torno al ser amado, quien se convierte en el único y supremo fin de su existencia. Para la mujer el amor es la subordinación total al otro expresado en palabras: “haría cualquier cosa si me lo pidieras”.
Mientras que el hombre tiene una percepción diferente del amor. Mientras que la mujer se entrega, el hombre la toma y quiere poseer a la mujer, tomarla para enriquecerse e incrementar su potencial de existir.
Para el hombre, el amor es una ocupación entre otras que mantiene en su vida, mientras que para la mujer el amor, se convierte en el sueño de su vida y llena toda su existencia como individuo.
Por esas razones podríamos decir que el amor significa dos cosas diferentes para el hombre y para la mujer. En las sociedades modernas el amor se ha convertido en un aspecto distintivo de la identidad femenina. Se exalta una vocación femenina para el amor. El amor es la expresión de sentimientos y en las mujeres se inculca la expresión de sentimientos, mientras que a los hombres se les inhibe la espontaneidad.
Sin embargo, a pesar de las diferencias de género podríamos decir que el amor en nuestra época se ha metamorfoseado e “una comunicación interpersonal llevada al extremo, comprometiendo la totalidad de uno mismo en la relación con el otro”. (Lipovetsky, 1996).
Con el paso del tiempo los roles de género van cambiando y en ese sentido, podemos ver que la gente joven de nuestra sociedad va aceptando una mayor igualdad de género. Las normas de género están cambiando en todo el mundo y la lucha por la justicia, la democracia y la igualdad están contribuyendo a transformar los roles de género estereotipados y rígidos.
       Recordemos que el movimiento feminista de la segunda mitad del siglo XX nos heredó el aprendizaje de una premisa fundamental: Lo personal es político. Algo que parece haber sido olvidado

Hacia la construcción social de la equidad de género
Es innegable que la condición social de las mujeres ha cambiado considerablemente en las últimas décadas, en el sentido de que se han conquistado derechos, espacios y comportamientos que antes no les eran permitidos. Sin embargo, los avances en la conquista de derechos sociales y en la libertad sexual de las mujeres no han sido suficientes para lograr la equidad de género ya que las visiones tradicionales de la mujer se niegan a considerarla como un individuo autónomo que puede vivir por sí misma.
En este contexto se puede observar que el tema de la equidad de género ha ganado una importancia creciente de manera importante, al grado de que, en las pasadas campañas electorales de México, este tema formó parte de las promesas de campaña electoral por parte de Morena.
Los conocedores del marketing político saben que los temas que se incluyen en las campañas electorales intentan responder a determinadas necesidades sociales, de tal forma que la inclusión de ciertos temas lleva la intención de ganar votos de determinado sector de nuestra sociedad.
Resalto esto último para señalar que la equidad de género no es solo una promesa de campaña, ni algún tipo de moda pasajera, sino que en realidad la sociedad contemporánea en general y la mexicana en particular, enfrenta una problemática social en el terreno de la sexualidad y las relaciones interpersonales, que generan la necesidad social de construir una verdadera equidad de género como alternativa de solución.
 A pesar de los grandes avances sociales en la condición femenina no ha sido posible cambiar la desigualdad que existe entre hombres y mujeres. Las cuestiones de género se siguen caracterizando por una discriminación sexual y lo que es mucho más grave por un incremento de la violencia hacia las mujeres cuya expresión más inaceptable es el feminicidio que se observa en nuestros días.
Necesitamos cambiar las visiones tradicionales sobre lo que significa ser hombre y lo que significa ser mujer. Como en la mayoría de las situaciones que reflejan la necesidad de cambio social, la educación es la alternativa de solución más adecuada. En este caso, la propuesta concreta es impulsar programas de educación sexual integral en los diferentes niveles del sistema de educación formal, en todas las instituciones gubernamentales y en todos los ámbitos de convivencia social, de tal forma que podamos realmente construir la equidad de género que necesitamos para construir una sociedad donde realmente existe la democracia, la justicia y la igualdad.
Algunas de las críticas que he recibido a mis escritos han sido en el sentido de que son muy largos y la gente no lee. Triste realidad para alguien como yo que en base a mi trayectoria académica tengo mucho que decir. Por lo que muy a mi pesar, termino este artículo con el compromiso de que en una siguiente entrega, amplíe mis ideas sobre la construcción social de la identidad de género.
Finalmente, les informo que cualquier comentario que gusten escribir en mi blog será bienvenido, leído y respondido sin falta alguna.
Lipovetsky, Gilles
La tercera mujer Ed. Anagrama. Colección argumentos
México, 2,012
Yescas, Oscar. Notas para comprender la sexualidad humana
Yescas, Oscar. Consideraciones sobre la problemática juvenil
Yescas, Oscar. La prostitución: ¿Mal necesario?
Yescas, Oscar. La “revolución sexual” de la pornografía
Yescas, Oscar. Democracia y educación  sexual
Yescas, Oscar. Notas sobre la condición femenina (desde una perspectiva masculina)

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