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domingo, 31 de enero de 2021

 

Cuando la ambición en política toma forma de locura

Oscar Yescas Domínguez

31 de enero de 2,021


La mayoría de Psiquiatras y psicólogos no aceptan la idea de que nuestra sociedad pueda estar enferma o carecer de salud mental y caen en un reduccionismo psicológico al afirmar que sólo unos cuantas personas pueden ser etiquetados como “inadaptados sociales” y se limitan a psicologizar los grandes problemas sociales negando que el problema de esta inadaptación provenga de nuestra propia cultura. Parten de la premisa que usa el criterio de la adaptación social como parámetro de salud mental. La adaptación es sinónimo de normalidad para ellos, olvidan que el concepto de “normal” que utilizan en Psiquiatría y Psicología clínica proviene del uso estadístico de este concepto utilizado en las ciencias naturales que estudia el comportamiento de los animales. De acuerdo a este enfoque quienes se comportan como la mayoría de las personas son la norma y quienes se comportan de manera diferente a la mayoría representan una desviación de la norma. Quienes se comportan como la mayoría son “normales”, quienes se comportan de manera diferente a la mayoría son “anormales”.

Vivimos en el contexto de una sociopatología sin darnos cuenta, a pesar de que la vida cotidiana nos da señales de que algo está funcionando mal en nuestra sociedad, pero preferimos ignorar lo evidente, fingir mirar hacia otro lado, porque no sabemos que hacer. Un problema que está a la vista de todos es la existencia de una enorme desigualdad social que está creciendo cada día y con ella crece el número de personas que viven en condiciones de pobreza extrema. Basta con salir a las calles de nuestras ciudades y observar que ha aumentado el número de personas mendigando en las calles, pero fingimos no verlas pensando que son posibles timadores que quieren vivir sin trabajar pidiendo dinero en las calles y construimos una percepción de la pobreza disfrazada de invisibilidad social.

Parte de la patología de nuestra vida cotidiana consiste en considerar como algo “normal” la existencia de pobres y ricos, inclusive llegamos a culparnos a nosotros mismos de nuestras condiciones de vida pensando que no aprovechamos las oportunidades que tuvimos a nuestro alcance, pero en ningún momento nos ponemos a pensar que la desigualdad social representa la violación de múltiples derechos humanos, entre ellos el derecho a la vida.

Desde hace décadas nuestra sociedad nos da indicadores de que algo está funcionando mal, estos indicadores son las cifras de alcoholismo, drogadicción, feminicidios, violencia intrafamiliar, violencia en general, etc., pero como son comportamientos colectivos caemos en un proceso de validación consensual y llegamos a pensar que es normal que ocurran estos problemas sociales, porque son defectos socialmente modelados, ya que cuando una mayoría de personas comparte un comportamiento, no se le llega a considerar un defecto y la confianza de las personas no se ve amenazada por ser diferente a los demás.

Día tras día nos damos cuenta de que aumentan precios de artículos y productos y nuestro sueldo es cada vez más insuficiente para satisfacer nuestros deseos y necesidades básicas. Sin embargo, esto no ha impedido que nuestras deudas sigan aumentando porque intentamos mantener un ritmo de consumo que cada vez es más insostenible. El afán de consumir nos ha llevado a un punto en el cual las deudas que tenemos son impagables porque nuestros gastos superan en mucho a nuestros ingresos. El resultado es que estamos viviendo una esclavitud moderna porque trabajamos para poder pagar las deudas que tenemos, deudas que nunca terminamos de pagar porque seguimos consumiendo y amentando las deudas y nuestras vidas se nos va como decía Amparo Ochoa sobre la vida de las mujeres: “como la mugre por el lavadero”.

Hemos perdido nuestra condición humana de homo sapiens porque padecemos una “ceguera moral” que nos impide discernir entre lo correcto y lo incorrecto, entre lo justo y lo injusto, entre lo moral y lo inmoral. Esta ceguera nos impide solidarizarnos ante los reclamos de justicia de víctimas de tragedias y sólo cuando la desgracia nos golpea y somos objeto de injusticias es cuando alzamos la voz. Hemos perdido la sensibilidad social y percibimos como “anormales” a quienes protestan contra las injusticias y luchan por sus derechos, (porque no es asunto nuestro) y carecemos de empatía ante el dolor ajeno.

Nuestra sociedad está inmersa en una crisis cuatridimensional: económica, política, ecológica y sanitaria. Cuatro crisis simultáneas que reflejan la crisis de un sistema socioeconómico que urge cambiar cuanto antes. El capitalismo neoliberal con su obsesión por maximizar el beneficio económico está explotando a los trabajadores, está destruyendo la ecología con la extracción de recursos naturales para mantener el equilibrio entre una producción masiva y un consumo masivo, con los desechos de producción industrial y las toneladas de basura generadas por un consumo compulsivo e irracional, está contaminando mares, ríos, lagunas y destruyendo ecosistemas.

Los espacios públicos han ido desapareciendo porque al capital privado no le interesa mantener espacios públicos donde la población se reúna y aparte de divertirse pueda discutir los asuntos públicos y generar un despertar político. Mientras más dividida e ignorante se mantenga una población le resulta más beneficioso a quienes tienen el poder económico y el poder político, porque no protestarán y seguirán obedeciendo comportándose en forma conformista y pensando que sus problemas privados son causados por su comportamiento individual.

La mayoría de la población todavía no establece el vínculo que existe entre lo privado y lo público, entre los problemas individuales y las políticas públicas, entre el individuo y la sociedad. Ven la política como una actividad que sucede cada determinados años y la reducen al acto de votar. Les han vendido la idea de que vivimos en democracia porque podemos votar para elegir a determinado candidato, pero la democracia dura solo un día y después regresamos al autoritarismo que caracteriza nuestra vida cotidiana, nuestra “normalidad”.

En nuestra sociedad padecemos una evanescencia de significados, una pérdida de significados en instituciones, organizaciones, partidos políticos, escuelas, universidades, Iglesia, familia, etc. Dentro de la crisis social general que padecemos se encuentra una crisis de valores generada por una veneración al dinero promovida por la sociedad que estimula el consumo y maneja el discurso que la felicidad se encuentra en un alto consumo y el consumo sólo lo podemos lograr con aquello que nos permite realizar un intercambio con lo que deseamos: el dinero.

Las nuevas generaciones crecen con esa ambición por ser ricos para ser felices y descartan aquellos valores humanísticos que caracterizaban las relaciones interpersonales: honestidad, sinceridad, lealtad, generosidad, etc. El valor que guía el comportamiento de millones de personas es la búsqueda de dinero para conseguir “lo que necesitan” para ser felices, sin darse cuenta de que la felicidad está frente a sus narices, en la compañía de los seres queridos, en el autoconocimiento y la autoaceptación.

En el contexto de una sociedad en la que existe una enajenación social por el dinero como medio para alcanzar un fin que es la felicidad, es natural que existan ambiciones personales, porque es natural ambicionar tener una casa, buen trabajo, buena vida, etc. Algunas personas superan las expectativas promedio y aparte del dinero buscan el poder político para garantizar un poder económico. Pero cuando se llega a un nivel en el que el medio se convierte en el fin mismo, es decir, que la búsqueda de poder y dinero es permanente y una o varias personas se obsesionan en esta tarea, es necesario decir que estamos hablando de un trastorno psicológico que convierte una ambición natural en una obsesión patológica y es cuando se pierde piso con la realidad circundante.

En el campo de la política estamos siendo testigos de un auténtico caso de obsesión enfermiza por el poder político y económico, este caso es el de Célida López quien anunció recientemente que participará en las próximas elecciones que se realizarán en este año, intentando reelegirse como Presidenta municipal de Hermosillo.

Célida López ha presentado un comportamiento errático desde que abandonó las filas del Partido Acción Nacional cuando no logró la postulación de ese partido para la Presidencia municipal de Hermosillo en el 2,018. Renunció al PAN y de una forma no clara todavía consiguió ser candidata a la Presidencia de la capital del Estado representando al naciente partido Morena al cual todas las encuestas predecían su triunfo inminente. durante su campaña no escatimó insultos contra sus antiguos compañeros de partido gritando a voz en cuello “nos los vamos a chingar”.

La población hermosillense harta de la corrupción del PRI y del PAN, votó a favor de Célida con reticencias, pero siguiendo el llamado de Andrés Manuel López Obrador de votar la fórmula “5 de 5”, por lo que Célida López logró su meta de ser la Presidenta municipal de Hermosillo. Dentro de la euforia popular, de inmediato tomó medidas que anunciaban que los temores de miles de ciudadanos se convertirían en una realidad. Ignoró a militantes locales de morena Hermosillo, incorporó a su equipo de trabajo a militantes del PAN y gobernó al más puro estilo panista: con autoritarismo, prepotencia e ignorando a los reclamos de la ciudadanía que voto por ella.

Insultó en varias ocasiones a la población hermosillense, traicionó a personas y organizaciones, manejó un discurso alejado de su comportamiento y se conduce en contra de las expectativas sociales, actuó en forma contraria a lo que se esperaba, por lo que se puede decir que actuó como alguien "desviada de la norma", es decir, anormal. Olvidó que ocupaba un puesto de elección popular que sólo duraba tres años, en ningún momento pensó que su cargo es de servicio público y que su compromiso principal era actuar procurando el bienestar social de los ciudadanos de esta capital.

Su gestión se caracterizó por comportamientos erráticos, desafiando, decepcionando e insultando a quienes debería representar. Tomó decisiones que afectaron intereses colectivos, trató de imponer por la fuerza estas decisiones y utilizó maniobras descaradas de manipulación social como disfrazarse de trabajadora de limpia pública, subirse a un camión recolector de basura, recoger bolsas de basura en domicilios urbanos usando equipo de protección que los trabajadores de limpia pública no tienen acceso y emitir un discurso mientras todo esta falsa actuación era filmada.

En momentos en los cuales el rechazo popular hacia ella era evidente anunció haber contraído el covid y milagrosamente se recuperó sólo unos días después, cuando todavía no existían vacunas para el covid. Fingió en cámaras realizando una llamada ficticia, conversando con una voz que sólo escuchaba su mente y lo más inolvidable fueron sus actuaciones en cámara tocando guitarra y cantando, burlándose de la población hermosillense con una amplia sonrisa en su rostro y amenazándolo con multarlo si salía de su casa, todos estos comportamientos erráticos forman parte de la memoria colectiva que rodea su nombre.



El ciudadano promedio recuerda el trato con desprecio que dio hacia quienes de manera forzada votaron por ella, un desprecio que fue la constante de toda su gestión como alcaldesa, El hartazgo de la ciudadanía hermosillense hacia Célida López es más que evidente, pero esta persona sigue mostrando un alto grado de congruencia en su comportamiento errático y anuncia sus deseos de reelegirse como Presidenta municipal de Hermosillo a pesar de todos los pesares, mostrando evidentes señales de ambición ciega o síntomas de una patología que le impide ver una realidad que la mayoría de la población puede ver en redes sociales: un masivo rechazo hacia su persona. Célida López tuvo su oportunidad de brillar y construir una historia diferente, pero optó por inclinarse ante intereses privados y despreciar al pueblo hermosillense, ese mismo pueblo al que ahora en el colmo del cinismo (¿o de la patología?) se dirige para pedirles que voten por ella para reelegirse en su cargo. Su comportamiento muestra un patrón: traicionó a sus compañeros del Pan cuando abandonó ese partido por su ambición personal, traicionó a Morena el partido que la recibió y la postuló para el cargo de Presidenta municipal de Hermosillo y sobre todo traicionó al pueblo hermosillense que votó por ella al gobernar favoreciendo intereses particulares, ignorar a los ciudadanos e insultándolos ¿Qué garantiza que no vuelva a traicionar otra vez? Así como hay una locura de dos (folie de deux) en una relación de pareja, también puede presentarse una locura colectiva o grupal (folie de groupe), porque aparentemente no se lanzará sola a la aventura de buscar su reelección. El equipo de maestros universitarios que colaboraron con ella perdieron su capital político en estos caóticos años que trabajaron a su lado y no del lado del pueblo. Quienes decidan seguirla en esta loca aventura, elegirán su muerte política como terapia de shock y protagonizarán la crónica de una derrota electoral anunciada. Si Morena municipal acepta postularla nuevamente como su candidata, seguirá el mismo camino y sufrirá el mismo destino.

El pueblo mexicano aprendió en las elecciones del 2,018 que tenemos un gran poder, que somos sujetos históricos, que podemos cambiar la historia si actuamos en forma unida, colectiva y organizada. Morena municipal tiene que responder a las expectativas sociales de la ciudadanía hermosillense eligiendo a una candidata idónea para presidenta municipal de Hermosillo y tenemos nombres de dos mujeres que han demostrado congruencia política, profesional y personal con su discurso y sobre todo sensibilidad política y compromiso social: Wendy Briseño Zuloaga y Reina Castro Longoria, ambas tienen la capacidad idónea para ocupar el cargo.


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