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martes, 22 de diciembre de 2020

 

Reflexiones prenavideñas

Oscar Yescas Domínguez

22 de diciembre del 2,020



En estos días normalmente hay un ajetreo considerable motivado por la cercanía de las fechas de nochebuena y navidad, fechas en las cuales las familias tienden a cumplir con el ritual de reunirse y disfrutar un ambiente familiar en el que la comida abunda en nuestras mesas. Lamentablemente, este año estas celebraciones no serán una situación generalizada porque no todas las personas podrán disfrutar de esta nochebuena y navidad como nos sugieren los medios masivos de difusión: una rica cena, un hogar con árbol de navidad decorado, con regalos para cada uno de los presentes, toda la familia reunida y un ambiente de paz, alegría y dicha.

Este año será diferente por varias razones, para empezar, no todas las personas tienen la capacidad adquisitiva para pagar una cena costosa similar a un banquete, porque la pobreza y el desempleo abunda a nuestro alrededor. La desigualdad social es una realidad que muchas personas no quieren ver todavía, porque actúan de manera similar a quienes todavía no creen en la existencia de la pandemia del covid-19, pero la realidad es que existen millones de gente viviendo en condiciones de pobreza, sufriendo hambre y privaciones mientras que los ricos se hacen cada vez más ricos a costillas de la explotación laboral y la explotación desmesurada de nuestros recursos naturales. Pero para millones de personas esto es una situación “normal”, es algo "que siempre ha existido" y por ello es incuestionable. Les parece natural que haya millones de personas (familias completas y personas sin familia), que estén padeciendo hambre, frío, enfermedades, carencias de todo tipo y no les importa ver que se ha incrementado el número de personas pidiendo ayuda en las calles de nuestra ciudad. Sólo les preocupa su bienestar individual y el de sus familias y muestran una gran indiferencia hacia el sufrimiento de personas ajenas, hacia los excluidos del desarrollo social y hacia quienes sufren la pérdida reciente de un familiar querido.

Son los los miserables que describía el novelista y poeta francés Víctor Hugo, Los de abajo del escritor mexicano Mariano Azuela, Los olvidados del español Luis Buñuel, aquellos que son invisibles socialmente porque la mayoría de las personas actúan como si no existieran. Son aquellas personas pertenecientes al precariado que hace referencia a la inmensa cantidad de personas que viven en condiciones de pobreza en las periferias de las grandes ciudades, a ellos se les sumaron una considerable cantidad de personas porque en esta pandemia miles de personas perdieron sus empleos ya que cerraron miles de pequeños comercios, por lo cual la economía familiar se agravó para millones de personas y por esos motivos esta nochebuena y navidad no podrán disfrutarla como en otros años.

 A este precariado se suma cada vez más gente, personas que antes se consideraban ser “de clase media” y que paulatinamente han estado empobreciéndose por el incremento de precios en alimentos y servicios y han ido cayendo progresivamente hasta vivir en condiciones de pobreza. Este es el rostro de la desigualdad social, una desigualdad que viola los más elementales derechos humanos, una desigualdad social que mata, porque miles de personas mueren de desnutrición, anemia o enfermedades que pudieron haber sido atendidas si contaran con servicios médicos o dinero para compra de medicinas. En esencia, la realidad es que mientras unos tienen mucho dinero, millones no tienen nada y así pasarán esta nochebuena y navidad. Por estos motivos aquellos que tendremos la dicha de convivir en familia y disfrutar de un banquete en la mesa, no debemos hacer ostentación de los alimentos que consumiremos. 

En la televisión vemos ciudades ajenas a las que vivimos y observamos grandes edificios, anchas avenidas, aire limpio y automóviles de lujo, como características de las ciudades modernas. Pero lo que no se muestra en la televisión son las colonias de la periferia de las ciudades, los barrios pobres sin alumbrado público, sin pavimentación, con ambiente polvoriento o carencia de vigilancia pública. Estos lugares donde la pobreza es evidente y en los cuales las personas viven en condiciones deplorables sin comodidades como las que tenemos algunos privilegiados en nuestras casas y que pensamos que todo mundo tiene: televisiones de 60 pulgadas en cada cuarto, internet, wifi, televisión por cable, Netflix, computadoras, teléfonos celulares, aparatos de aire acondicionado, etc.

Estas personas experimentan un gran sufrimiento colectivo mientras que por otro lado, en estos momentos miles de personas se aglomeran en centros comerciales desobedeciendo a las autoridades  sanitarias que nos solicitan no salir de nuestras casas para evitar aumentar las estadísticas de contagiados por covid-19, los comercios se llenan de personas que salen para hacer compras “de última hora” para preparar la cena, para comprar un regalo a un ser querido, porque así nos han educado: el amor se manifiesta en el precio del regalo que entregamos, si no regalas a alguien en estas fechas algunos lo toman como que no hay afecto hacia ellos.

Tanto quienes compran para demostrar amor, como quienes valoran el amor por la cantidad de regalos recibidos o por los precios de los regalos que reciben, están equivocados. El consumismo los ha hecho pensar de esa forma, en tiempos normales nos hacen consumir productos que reamente no necesitamos, ropa que realmente no hay necesidad de comprar, porque si miramos nuestro guardarropa veremos que tenemos ropa que ya no usamos porque "ya está muy vista", tenemos también una gran cantidad de zapatos, etc., pero aún así deseamos estrenar ropa y calzado en esta ocasión especial que es nochebuena y navidad.

No compramos porque tengamos necesidad de hacerlo, nos inducen a comprar para enviar un mensaje a los demás de que tenemos una capacidad adquisitiva mayor que la de los demás, o que pertenecemos a una clase social privilegiada, compramos y aumentamos nuestras deudas financieras que "ya veremos" cómo pagarlas después. Tanto nos han manipulado que no valoramos lo que tenemos y siempre nos estamos lamentando por lo que no tenemos (ropa nueva, tenis nuevos, teléfonos de última generación, etc.). Hemos olvidado que el principal regalo en estos tiempos de crisis sanitaria y crisis económica es estar bien de salud y que nuestros familiares queridos estén a nuestro lado.

En nuestro arraigado individualismo hemos olvidado que en estas fechas significativas para todos nosotros, por primera ocasión habrá ausencia colectiva en varios hogares de todas aquellas personas que murieron durante esta prolongada pandemia que tan sólo en México cobró la vida de 119,495 y a nivel mundial han fallecido 1,713,177 personas. Esta cifra aumenta cada día y sin duda alguna aumentará de manera considerable por la razón de que los tumultos en las compras decembrinas de “última hora”, ocasionarán oleadas de nuevos contagios en momentos en los que el sistema de salud llega a niveles de saturación, las medicinas escasean o aumentan sus precios y el agotamiento del personal médico y de enfermería por la gran cantidad de trabajo que han tenido en estos últimos diez meses está agotando sus energías.

Imaginemos que algún familiar querido forma parte de esas estadísticas y no está con nosotros en estas celebraciones, alguien amado que por primera vez estará ausente en estos días en los que se supone todos deberíamos estar contentos, sin duda alguna la celebración no sería igual. Es lo que está sucediendo con miles de familias que están sufriendo en estos momentos la ausencia de un ser querido que falleció por covid o por otras causas, por lo que no están como lo estamos otros, preparándonos para festejar nochebuena y navidad. Estos días serán placenteros para muchos, pero intensamente dolorosos para otros. Necesitamos realizar ejercicios de empatía social, para comprender el dolor de quienes están sufriendo a nuestro alrededor y buscar la forma de ayudar a mitigar ese dolor o contribuir a dar un poco de alegría o consuelo a quien esté sufriendo, partiendo de la premisa de que el dolor es menor cuando es compartido, si conocemos a alguien que haya perdido un familiar acerquémonos a ellos y pongamos nuestro hombro solidario para ayudarles en su pena, digámosles palabras de consuelo y que les hagan sentir que no están solas en este duro trance por el cual atraviesan. No permitamos que sufran en soledad en estos días en los cuales tradicionalmente todos deberíamos estar festejando. Podemos enviar mensajes a través de whatsapp, llamadas telefónicas, videollamadas, mensajes de texto, etc. Unas simples palabras de apoyo pueden ser como gotas de alivio para quien sufre la pérdida de un ser querido.

Debemos evitar que sigan creciendo las estadísticas de afectados por el covid, y la solución está en nuestras manos, podemos empezar por limitar el número de celebraciones acatando las instrucciones de la Secretaría de Salud, evitando reuniones familiares masivas, celebrar en nuestras casas de forma modesta para cuidar nuestra salud y la salud de nuestros seres queridos y evitando con ello a contribuir en el aumento de las estadísticas de contagiados por covid-19. No debemos preocuparnos por dar o recibir regalos ya que el amor, el afecto y el cariño no tienen precio y es lo que podemos dar y recibir para construir nuestra felicidad y la de los demás.

Partiendo de que no se puede ser feliz totalmente en una sociedad con gran desigualdad social que provoca un sufrimiento colectivo, practiquemos actos de generosidad con personas que presenten necesidades mayores que las nuestras y que con nuestro granito de arena podemos ayudar a satisfacer. Personas que conocemos o que nos encontremos en nuestro camino obsequiándoles parte de nuestro guardarropa o calzado que no usamos, consumiendo los productos de los pequeños comerciantes o dando dinero a quienes veamos que trabajan vendiendo algo en las calles o simplemente veamos que viven en situación precaria y piden ayuda económica. En última instancia, el “espíritu navideño” se trata de eso, ¿no es así? Ayudar al prójimo, compartir lo que tenemos con los más necesitados, ayudar a quienes lo necesitan, aliviar a quienes sufren por algo o por alguien.

El día de hoy tuve necesidad de salir y encontré a un hombre en sus treinta años vendiendo afuera de las puertas de un centro comercial luces de bengala, observé su rostro triste mirando a los consumidores salir con bolsas llenas de productos y caras sonrientes, pasé a su lado y un pensamiento cruzó mi mente "¿cuánto puede ganar vendiendo estos productos? no resistí el impulso de detenerme y regresar para entregarle un billete en sus manos mientras le decía: “ten, te regalo esto”, en verdad me impresionó la forma como su rostro cambió de inmediato a una amplia sonrisa que iluminó su cara y su mirada brilló con alegría cuando me dijo: “muchas gracias, que Dios lo bendiga”.

Detalles tan pequeños para uno, pueden ser la fuente de alegría para otros. Si los que podemos y estamos en una condición económica que no nos afectara compartir algo de lo que tenemos, ¿porqué no hacerlo?, si lo hacemos el mundo sería distinto. No hablo de obras de caridad, tampoco de una revolución armada, sino más bien de una revolución de nuestras consciencias que nos lleve a pensar de forma distinta a como lo hemos estado haciendo. Debemos dejar atrás la ideología individualista y desarrollar una empatía social para superar la ceguera moral que nos hace ver como algo normal la existencia de injusticias aberrantes como la existencia de la desigualdad social.

Necesitamos lograr cambios individuales para generar un cambio social retomando la premisa de que nuestra sociedad está enferma de materialismo vulgar, que nos induce a promover un fetichismo de las mercancías consumiendo sin medida, desarrollando comportamientos que sólo benefician a la nueva religión del siglo XXI: El Dios mercado. Hemos perdido el control de nuestras vidas, nos han educado para que el único sentido en nuestras vidas sea el consumo y la indiferencia social al sufrimiento ajeno. Todos somos parte de la misma sociedad y todos tenemos el derecho de ser felices. De nosotros depende cambiar nuestro comportamiento y con ello, cambiar el mundo que nos rodea, recordemos que con nuestro comportamiento cotidiano educamos a nuestros hijos a través de la imitación, pensemos más allá de las esferas de nuestro individualismo para terminar con nuestra ceguera moral, salgamos de nuestra zona de confort y “estrechemos las manos” (de una manera metafórica porque debemos evitar el contacto físico por motivos de salud) de quienes sufran y carecen de todo diciéndoles: “la paz sea contigo”. Sin duda alguna, actuando así celebrar esta nochebuena y navidad tendrá un significado especial.

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