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domingo, 17 de mayo de 2020


Regreso a una nueva normalidad?
Oscar Yescas Domínguez
16 de mayo 2,020

Salir o quedarse en casa? El falso dilema actual.
El concepto de normalidad social
La normalidad social antes del covid
El concepto de bienestar social
La nueva normalidad después de la pandemia del covid-19
Conclusiones


Salir o quedarse en casa? El falso dilema actual.
Después de cerca de dos meses de aislamiento social, propiciado por la implementación del programa “quédate en casa” por parte de las autoridades sanitarias en varios países, en este momento álgido de la pandemia que corresponde a los días de mayor contagio, las autoridades de salud se enfrentan ante dos criterios que responden a diferentes intereses pero que coinciden en la demanda de levantar la cuarentena y regresar a la vida social
Por un lado se encuentra el criterio económico que intenta “salvar la economía” abriendo las puertas de empresas, negocios particulares, restaurantes, etc., argumentando la necesidad de que fluya el consumo, conservar fuentes de empleo y evitar “mayores daños económicos”. Dueños de grandes empresas, coinciden con propietarios de pequeñas y microempresas para demandar que se levante la cuarentena, se proceda a abrir comercios, que funcionen de nuevo fábricas y empresas y que todo vuelva “ a la normalidad”.
Por otro lado, se encuentra una parte de la población que muestra crisis de ansiedad al no poder soportar más el encierro que implicó un cambio repentino en sus hábitos al no poder salir, al irse a la cama en la madrugada y no dar descanso debido a sus cuerpos, que experimentan deseos incontrolables de salir de sus casas y volver a la normalidad de socializar con otras personas. Algunas personas ya bajaron la guardia y salen de sus casas sin precauciones algunas para realizar compras o visitar familiares como sucedió este pasado día 10 de mayo en el cual se festeja el día de las madres.
Por si esto fuera poco otras personas se niegan a reconocer la tragedia que viven los familiares de los fallecidos, manteniendo la idea de que la pandemia del covid-19 es una conspiración gubernamental para ejercer un mayor control social de la población y arengan a otros a no quedarse en casa para seguir con su vida cotidiana. No se dan cuenta de que el mundo cambió, que la vida cotidiana de antes ya no volverá y que nuestra realidad será otra a partir de que termine esta pandemia.
Mientras tanto, por medio de redes sociales, prensa y televisión se informa que aumenta el número de afectados a nivel global con una impresionante cifra de más de 4 millones de contagiados y cerca de 300 mil fallecidos en el mundo entero y los números van aumentando cada día que pasa.
Es innegable que la muerte ronda a nuestro alrededor, en estos días ha aumentado el anuncio de fallecimientos de personas cercanas o conocidas, algunos mueren por diferentes motivos y otros oficialmente por covid-19, pero el hecho real es que no pasa una semana sin que nos enteremos de varios fallecimientos.
Es importante mencionar que el estado de estrés, temor y angustia generado por este “enemigo invisible” provoca un aumento en las complicaciones de salud al grado de que puede provocar infartos a algún otro padecimiento que lleva a algunas personas a su propia muerte. No todos fallecen por covid-19 oficialmente, pero creo que de manera indirecta se vieron afectados por la amenaza del mismo.
En el caso de México, tenemos la fortuna de que las políticas de salud pública y de contención de la pandemia están bajo la responsabilidad de verdaderos científicos especialistas en epidemología, que han implementado estrategias que mantienen como prioridad proteger la salud de la población.
Pero quienes representan a nuestro gobierno en la lucha contra la pandemia, enfrentan fuertes intereses económicos que presionan por levantar el programa quédate en casa, abrir comercios y empresas. Enfrentan también la ignorancia de aquella parte de la población que se rebela contra las autoridades en forma irracional y también enfrenta los intereses oscuros de defensores del antiguo régimen de corrupción e impunidad que intentan desestabilizar al nuevo gobierno de Andrés Manuel López Obrador que les quitó la gallina de los huevos de oro que tenían al usurpar el poder político y desviar grandes cantidades de finanzas públicas en actos de corrupción.
A estas fuerzas se suman comportamientos colectivos que reflejan verdaderas adicciones, consideradas como “costumbres culturales” como lo que sucede en el Estado de Sonora, cuando las autoridades decidieron disminuir el contagio prohibiendo la venta de cerveza que ha tenido efectos contrarios, porque la venta clandestina de este producto se ha disparado y cuando se autoriza temporalmente su venta, se han formado largas filas afuera de los comercios sin que las personas guarden la sana distancia mientras esperan durante horas para adquirir el líquido ambarino.
La situación actual se puede resumir en el hecho de que en el contexto de la pandemia se encuentran fuerzas que representan intereses distintos luchando entre sí para decidir si se continúa la lucha contra el covid-19 aplicando el programa Quédate en casa o si se declara levantado el control sanitario y se intenta seguir el ejemplo de países europeos de lograr una”inmunidad comunitaria” que consiste en vivir en contacto social con el riesgo de adquirir el virus, alimentando la esperanza de que el contagio colectivo desarrolle un tipo de inmunidad de manera natural.
Quienes abogan por ésto último olvidan que los niveles de nutrición, alimentación y servicios de salud son muy diferentes a los que tiene acceso la población mexicana que presenta cifras altas en obesidad, diabetes, hipertension, desnutrición y el sistema de salud en México se encuentra en proceso de recuperación después de décadas de saqueo del prianismo que en su afán de aplicar políticas neoliberales abandonó a los hospitales públicos para dejarlos caer y favorecer la privatización del sector salud. El día de hoy vemos que aquellos que ayer apoyaban las políticas de privatización de la salud y abandono de los hospitales, son quienes con mayor fuerza reclaman que sea el Estado mexicano quien cubra los gastos de atención médica de miles de mexicanos.
El incremento de las cifras debe llevarnos a aceptar el criterio médico-científico que busca reducir al máximo el número de contagiados del covid, llamando a mantener el confinamiento en el hogar, aceptando que por el momento el quedarse en casa es la única alternativa para proteger la salud de la ciudadanía. ¿Cómo ignorar este llamado si me llega la información de que en el Hospital Chávez se detectaron 6 casos positivos del covid en el personal del enfermería? Junto a esta información se me informa que en el Cias centro del Isssteson se detectaron 7 casos positivos, 2 enfermeras y 5 personal administrativo. La pesadilla es real, no debemos menospreciar las advertencias.
¿Salir o quedarse en casa? Sigue siendo el falso dilema por el que muchos ponen en riesgo sus vidas y la de los demás al no respetar el llamado del confinamiento en nuestros hogares, sobre todo en los días que se anunciaron como los que tienen mayor probabilidad de contagiar a más personas.
En medio de estas fuerzas que pugnan por mantener cerradas o abrir las puertas de casas, negocios y empresas, junto a aquellas que busca la desestabilización social, se encuentran millones de personas en el mundo entero que están viviendo una de las experiencias más aterradoras que haya conocido la humanidad. Una buena parte de los millones de habitantes de nuestro país (y en el mundo entero) ya desean que la normalidad regrese. Es más en algunos países, incluidos México, ya abrieron parcialmente negocios, fábricas, industrias, etc. Prevaleció el criterio económico por encima del criterio de proteccón de la salud de la población. Quienes desean que regrese la normalidad previa al covid-19 reflejan con este deseo que no han aprendido la principal lección que debemos extraer de esta pandemia. ¿A qué normalidad desean regresar? Vendría bien hacer un alto en el camino y reflexionar sobre lo que entendemos por normalidad.

El concepto de normalidad social
El principal legado de esta pandemia del coronavirus es que ha desnudado y visibilizado aquello que era invisible: La desigualdad social. Durante décadas investigadores sociales, pensadores contemporáneos, académicos universitarios y otras personas insistían en poner en la mesa de discusiones el tema de la desigualdad social.
Nadie hacía caso, se seguía ignorando un problema que crecía cada día, con la globalización se disparó el crecimiento de la desigualdad social al priorizar la maximización de las ganancias por encima del bienestar social. El covid vino a demostrar que la democracia no existía en la sociedad occidental, ni siquiera la muerte es democrática nos dice Byung Chul-han, porque con el programa Quédate en casa como medio de protección al contagio, los ricos se fueron a sus casas de campo o de playa, mientras que los pobres quedaron indefensos en sus casas, sin alimentos, con altos niveles de desnutrición, padeciendo diversas enfermedades, sin atención hospitalaria.
La normalidad social previa al covid era en verdad una anormalidad social. Veamos porqué: La palabra normal y normalidad se ha hecho de uso común y manejo popular, se da por sentado que todo mundo sabe su significado, pero por cuestión de procedimiento en la definición de “la nueva normalidad social” que vendrá después de la pandemia del covid debemos definir el concepto de “normalidad”.
En este punto es pertinente retomar algunos planteamientos de George Cangilhem en su libro “Lo normal y lo patológico”, cuando escribió lo siguiente: “El término normal pasó a la lengua popular y se naturalizó en ella a partir de los vocabularios específicos de dos instituciones, la institución pedagógica (Escuela) y la institución sanitaria (Hospital), que fueron reformadas durante la revolución francesa.
Estas reformas intentaban dar respuesta a la exigencia de racionalización en tiempos de crisis y coincidieron con la exigencia en política que resultó del surgimiento de la primera revolución industrial que resultó de la creación de la máquina de vapor en el proceso de la producción, que hizo surgir las primeras fábricas que desplazaron a los talleres artesanales y empezó la producción en serie de artículos al utilizar la banda transportadora.
En aquellos tiempos de luchas sociales de cambio de sistema social, cuando desapareció la monarquía y surgió la república, fue cuando surgió el Estado moderno, el poder ciudadano que sustituyó al poder jerárquico. Thomas Hobbes lo ejemplificó ejemplarmente en su libro El Leviatán que representaba la figura de un gigante que crecía alimentándose de cuerpos de ciudadanos, que simbolizaban que a través de la participación social se crearía una fuerza imparable que dejaría a trás a la monarquía y construiría a un nuevo Estado moderno y soberano.
Las exigencias de la normalización de la salud, de la educación igualitaria, inclusive el aumento en el proceso de producción, provenían de expresiones colectivas que buscaban lograr un bienestar social en momentos de agonía de un sistema social y el surgimiento de uno nuevo.
Lo normal se convirtió entonces en el término mediante el cual se designaría al prototipo escolar y al estado ideal de salud orgánica. Al mismo tiempo lo normal seguía siendo la extensión y la exhibición de una norma, lo cual no quiere decir que lo normal sea un concepto estático o específico, sino más bien un concepto dinámico y polémico.
No ha existido en la historia de la humanidad algún momento de la experiencia humana normalizada sin que haya una representación de normas vinculadas en la consciencia con la tentación de romper esa norma. En ese sentido, cobra sentido la afirmación de que “lo normal es el efecto obtenido por la ejecución de un proyecto normativo, lo normal es la norma exhibida de hecho” (Canguilhem).
En Psicología, podemos ver con claridad como en el campo de la Psicología clínica se utilizan términos que han sido retomados del campo de la Medicina: salud, enfermedad, diagnóstico, tratamiento, patología, etc. Esto sucedió por la reducción del objeto de estudio de la Psicología a la conducta. Se partió de la analogía de considerar que la salud significa una adaptación al medio ambiente y la adaptación implica un comportamiento normal.
Todo organismo biológico busca adaptarse al medio ambiente y cuando no lo logra se enfrenta a un problema.
En ciencias naturales la salud es sinónimo de adaptación y la adaptación es sinónimo de normalidad, de manera desnaturalizada se asocia en Psicología el concepto de enfermedad con el de inadaptación y se empieza a hablar de “conducta inadaptada” o “ conducta anormal” señalando que quien no se adapta no está sano, quien no es normal es un “anormal”.
Se extrae el término “conducta” de la biología y se le lleva al campo de la Psicología para que se utilice como medida de adaptación social. La naciente industria necesitaba de una ciencia que ofreciera técnicas que permitieran incrementar la producción, la reproducción y el consumo. La teoría conductista ofrece técnicas de “control del comportamiento humano”, disfrazadas de ciencia que legitiman el uso de esas técnicas que permiten controlar la conducta humana.
Una conducta inadaptada, según la Psicología conductista es una conducta anormal. Se espera que los individuos se adapten a las circunstancias sociales, que se adapte a las expectativas de los diferentes grupos y organizaciones a los que pertenecen, si desea ser aceptado.
Recordemos que la palabra normal proviene de un origen estadístico, la manera como se comporta la mayoría de la población es “lo normal”, o sea la norma estadística. Aquellos que se comportan de una manera diferente a la mayoría son los “anormales”, o sea, los desviados de la norma.
Pero usar estos términos para decir que unos están sanos y otros están enfermos constituye un gran error, que a lo largo de la historia ha causado dolor, sufrimiento y víctimas.

La normalidad social antes del covid
Lo primero que debemos recordar es que el sistema de gobierno en el mundo occidental se encontraba en crisis permanente, en los hechos vivíamos en un Estado de crisis que no era transitoria ni temporal, sino que más bien era el síntoma de un cambio profundo que afectaba el conjunto del sistema económico y social.
Esta crisis social se manifestaba en una crisis económica prolongada, también en una crisis política y nos encontrábamos al borde de una crisis ecológica. Las principales instituciones de nuestra sociedad se encontraban afectadas por la crisis, no hablo sólo de instituciones gubernamentales o empresariales, sino también de aquellas instituciones como el matrimonio, el noviazgo la virginidad, es decir, aquellos comportamientos colectivos socialmente aceptados que empezaron a perder validez social.
El Estado-Nación perdió soberanía con la globalización, fuimos testigos y víctima del divorcio entre el poder económico y el poder político. La liberación de las fronteras y el aumento del comercio internacional provocó una guerra comercial. Con la desaparición de la guerra fría surgió la globalización y ésta provocó una nueva guerra de tipo comercial en la que el pez más grande se come al pez más chico.
Las grandes compañías transnacionales atravesaron nuestras fronteras y se instalaron en nuestra tierra compitiendo en forma desleal con las pequeñas y microempresas regionales, surgiendo lo que hoy se conoce como el poder corporativo que se formó como delincuencia organizada corrompiendo y sumando a sus fuerzas y objetivos de debilitamiento del Estado y privatización de sus servicios a Presidentes de varios países, Legisladores, Dirigentes de Partidos políticos, Dirigentes de organismos financieros internacionales, directivos de medios masivos de comunicación, Gobernadores, etc.
Este poder corporativo logró la modificación de las constituciones en varios países imponiendo reformas que eliminaban derechos laborales, prestaciones sociales, seguridad en el empleo, etc. El poder económico se imponía al poder político forzando al Estado a abandonar su misión de protector social y olvidarse del bienestar social de la población.
En esas condiciones la normalidad antes de la pandemia del covid consistía en que las personas se adaptaran a sus condiciones de vida, a sus condiciones de trabajo en sus organizaciones, en que producieran eficientemente sin protestar, que no sintieran ganas de protestar y mucho menos despertar las protestas de los demás. No importaba que la jornada de trabajo fuese excesiva, tampoco que los salarios fuesen demasiado bajos, que las condiciones de contratación tuviesen en la indefensión a millones de trabajadores.
La normalidad social previa al covid consistía en ignorar o aceptar sin protestar a la gran desigualdad social que sumía en condiciones de pobreza a millones de personas en nuestro país y en el mundo entero. Esa normalidad que implicaba aceptar el predominio del poder corporativo sobre los Estados modernos que perdieron soberanía ante el empuje de la globalización y la difusión del modelo neoliberal por la mayor parte del mundo, que exigía el desmantelamiento de los servicios públicos que ofrecía el Estado para cumplir su misión de garantizar el bienestar social.
Esas políticas neoliberales que tenían como objetivo la privatización de servicios que antes ofrecía de manera gratuita el Estado y que llevaron al desmantelamiento de los hospitales públicos que hoy en día estamos necesitando por la presencia de la pandemia. Vemos la terrible contradicción de que aquellos que ayer exigieron la desaparición de escuelas y hospitales públicos, hoy en día exigen que sea el Estado el que enfrente los costos que genera atender a miles de enfermos de coronavirus.
Antes de que nos viéramos encerrados en nuestras casas por la pandemia del covid, nuestra vida cotidiana nos hacía llevar una rutina en la que nacíamos, estudiábamos, trabajábamos, consumíamos y fallecíamos. Trabajábamos para consumir, consumíamos adquiriendo deudas y pagábamos nuestras deudas trabajando cada vez más.
En el neoliberalismo todo el mundo está endeudado, el dinero no alcanza porque nos engañaron diciendo que la felicidad se lograba mientras más consumiéramos, la felicidad se encontraba detrás del escaparate de las grandes tiendas en los centros comerciales. Invertíamos demasiado tiempo en ganar dinero suficiente para comprar bienes y productos en las tiendas y centros comerciales, en lugar de invertir tiempo en aquellos bienes que no son comerciales y que nos proporcionan la felicidad: el amo de la pareja y de la familia, la amistad verdadera y no interesada, los placeres de la vida hogareña, la satisfacción de convivir con los seres queridos, el respeto a quienes nos rodean, etc.
Vivíamos en un permanente culto a la satisfacción inmediata que nos generaba un vacío existencial y emocional que padecíamos lo llenabamos con los productos que comprábamos, vivíamos en un mundo en el que la ciencia y la tecnología permitía producir diversos artículos en forma masiva y para mantener ese ritmo de producción, se estimulaba el consumo masivo. La publicidad nos vendía imágenes ideales de lo que significaba ser hombre o ser mujer y nos ofrecía los productos que con su consumo podíamos acercarnos a tener esa figura ideal.
Éramos objeto de una campaña permanente que nos decía que la felicidad estaba en el consumo de bienes, si no teníamos dinero no era problema, nos daban tarjetas de crédito con altas tasas de interés para consumir y adquirir deudas a largo plazo. La nueva esclavitud en la era del neoliberalismo era el trabajo agotador y el consumo masivo que creaban un mayor endeudamiento.
El valor máximo que se aprendía a través de los medios masivos de difusión, en programas de televisión, series, películas, etc., era un valor material: el dinero. Los verdaderos valores humanos perdieron su importancia y millones de personas tenían como meta principal en sus vidas el acumulamiento del dinero para comprar lo que quisieran, ese era el concepto de felicidad, tener dinero suficiente para comprar lo que se deseara porque “todo tiene un precio”, inclusive las personas ya que era “normal” que los hombres se fueran a divertirse en antros donde mujeres jóvenes y atractivas bailaban en forma sensual y estaban disponibles por una suma económica. La prostitución se veía como algo normal, algo que les pasaba a otras personas pero nunca a nosotros.
Igualmente era “normal” que la prensa informara de mujeres asesinadas por hombres por el simple hecho de ser mujer, tan normal que sumaban miles de mujeres que perdieron la vida en feminicidios.
Nos encontrábamos en la era de la enajenación colectiva de millones de personas reducidos a la calidad de homo consumens, que se encontraban buscando el amor y la felicidad de manera permanente pero que vivían toda su vida infelices, padeciendo altos niveles de insatisfacción que los llevaban a consumir cada vez más y utilizar el consumo como terapia, en lugar de pedir ayuda psicológica, preferían acudir a los centros comerciales a aumentar sus deudas comprando cosas que no necesitaban. En otros casos, la salida a la insatisfacción social permanente consistía en crear una adicción: al alcohol, al tabaco, a las drogas, al juego de azar (ludopatía), al sexo, etc.
La vida cotidiana antes de la pandemia del covid, incluía ver como algo “natural” la muerte de miles de personas en México por asuntos relacionados con el narcotráfico. En ese contexto de pobreza extrema, de violencia hacia las mujeres, de explotación laboral, de violencia doméstica y violación de derechos humanos, laborales y sexuales, los suicidios no eran algo excepcional, sino parte esporádica de la realidad.
Vivíamos en la cultura del despilfarro, tan pronto nos aburría alguna prenda o artículo comprábamos otro nuevo que lo sustituyera para poder presumir nuestra capacidad de compra ante las demás personas.
La producción masiva y el consumo masivo nos conducía a la destrucción de nuestro medio ambiente, la producción masiva exigía una explotación irracional de nuestros recursos naturales y el consumo masivo generaba toneladas de basura y contaminación ambiental. La vida cotidiana, la normalidad antes del covid-19 nos llevaba por un camino seguro hacia nuestra propia destrucción como humanidad.
Llegamos a un punto en el cual el ser humano destacó como el ser vivo más depredador en la historia de la humanidad, como el responsable de la extinción de diversas especies por la caza excesiva, por la tala inmoderada de árboles, por la construcción de carreteras y el crecimiento de las ciudades en áreas naturales.
Esa era la normalidad antes de la epidemia del coronavirus, regresaremos a esas mismas condiciones? Creo que el regreso a la normalidad debe ser discutida ampliamente y recordar que la misión del Estado benefactor que se encontraba en crisis tenía como misión la consolidación del bienestar social. Pero detengamos un momento la lectura y procedamos a responder la pregunta: ¿qué es el bienestar social?

El concepto de bienestar social
El bienestar social es un concepto que se ha utilizado con demasiada frecuencia, tanta que ha llegado a perder su significado. Fue usado con demasía por políticos corruptos del Prian durante décadas, lo mismo lo utilizaron articulistas, comentaristas de televisión, Gobernadores y presidentes de la república.
Se usó con tanta frecuencia que la población llegó a aceptar su uso sin comprender realmente su significado, al fin y al cabo, recordemos que hay tantas cosas que han perdido significado en este mundo posmoderno, en esta sociedad líquida donde todo pierde sentido, predomina el absurdo y el significado de las instituciones, de las ideas, de los valores se diluye con el paso del tiempo. Es parte del avance de la insignificancia nos advirtió desde el siglo pasado el filósofo griego Cornelius Castoriadis.
Pero partiendo de la premisa de que de algo malo puede surgir algo bueno, creo que esta cuarentena sanitaria nos da la oportunidad de reflexionar sobre el estilo de vida que teníamos y sobre todo de la que vendrá después de que se levante la cuarentena sanitaria del covid-19. Uno de las tareas que podemos realizar en este encierro es redescubrir el significado del concepto “bienestar social”.
¿Qué es el bienestar social? Algunos podrán decir que es sinónimo de Desarrollo social y que significa la satisfacción plena de las necesidades básicas, económicas y culturales de una comunidad determinada. Otros dirán que el bienestar social es el conjunto de factores que se conjugan para que los integrantes de una sociedad puedan satisfacer sus necesidades fundamentales. Podremos seguir buscando definiciones y la mayoría coincidirá en la satisfacción de las necesidades humanas, definiciones vagas y ambiguas en realidad.
Pero recuerdo que en mis seminarios de intervención psicológica en convivencia social III que impartía en la Escuela de Psicología de la Universidad de Sonora, una de las unidades de estudio era la Psicología comunitaria y encontré una joya de definición de bienestar social en el prólogo que escribió Isaac Prilleltensky para el libro Introducción a la Psicología Comunitaria de la Psicóloga Venezolana Maritza Montero.
Nos dice Prilleltensky: “El bienestar social depende del reparto equitativo de las riquezas producidas en la sociedad y este bienestar social es el que determina la calidad de vida, la cual está determinada por las condiciones sociales y políticas. De manera sorpresiva nos encontramos una definición, un concepto de bienestar social totalmente diferente de lo que comúnmente circula redes sociales y en la blibliografía en general.
Prestemos atención nuevamente a esta afirmación: “El bienestar social depende del reparto equitativo de las riquezas producidas en una sociedad”...”y este bienestar social es el que determina la calidad de vida” ¡Sorpresa! Esto quiere decir que en los últimos 200 años de vida del capitalismo nunca hemos tenido un verdadero bienestar social porque en los últimos dos siglos no ha existido un reparto equitativo de los recursos que se producen en una sociedad, al contrario, ha aumentado la desigualdad social.
Veamos que más dice Isaac Prilleltensky cuando sorprendió a Maritza Montero y más gentes al atender la petición de escribir un prólogo para un libro y terminó escribiendo una verdadera joya de literatura en ciencias sociales: “Los individuos alcanzan el bienestar social cuando los tres conjuntos de necesidades son atendidas: personales, relacionales y colectivas. Las necesidades colectivas son parte inseparable del bienestar social.
La teoría del bienestar social concibe al desarrollo humano como la interrelación de propiedades que refuerzan las cualidades personales, relacionales y sociales.
El bienestar social se logra al equilibrar las múltiples fuerzas que determinan el nivel de satisfacción de las necesidades humanas. Estas necesidades son las necesidades personales, necesidades relacionales y necesidades colectivas. La satisfacción de cada una de ellas es la que proporciona el bienestar social. Mientras mayores sean las capacidades y oportunidades que tenga un grupo social, mayor será su posibilidad de avanzar en lograr el bienestar social”.
Cuando existe un mínimo de satisfacción en los dominios personal, relacional y colectivo, cuando éstos están balanceados se logra el bienestar emocional.
Con su definición de bienestar social, Prilleltensky nos queda claro que para lograr el bienestar social se requiere de la ausencia total de explotación económica y ausencia de abuso de los derechos humanos, algo que no existía antes del covid-19. La calidad de vida basada en esta definición de bienestar social sólo se puede lograr cuando las condiciones sociales y políticas están libres de explotación económica y de abuso de los derechos humanos, laborales, sexuales y sociales.
La normalidad social previa al covid-19 no incluía el bienestar social, lo contradictorio es que la misión del Estado que se fundó después de la Monarquía, es decir, el Estado moderno, era precisamente lograr el bienestar social de la población.

La nueva normalidad después de la pandemia del covid-19
Todos deseamos recuperar nuestra libertad de movimiento, no estar encerrados por más tiempo, el aislamiento de manera temporal nos hace bien, pero aislarnos súbitamente de manera no planeada e indefinida nos puede hacer perder el control.
Después de dos meses de encierro estamos en un momento de la pandemia del covid-19 en el cual ya se está hablando del regreso a la normalidad social, es decir, a la apertura de restaurantes, bares, fábricas, centros comerciales, escuelas, etc.
Después de estos dos largos meses de confinamiento algunas personas están cediendo a la impaciencia y el deseo por salir, pero las presiones más fuertes provienen de los propietarios de grandes empresas y centros de servicios que argumentan la necesidad de “salvar la economía” antes de su debacle. Debemos tener presente que ha sido una cuarentena que no fue respetada por todos y que por lo mismo, tendremos rebrotes del covid en los próximos meses provenientes de aquellos que no siguieron las indicaciones de las autoridades de salud de quedarse en casa. Aquellas personas que por diversos motivos no se aislaron, no tomaron las precauciones necesarias de guardar sana distancia y no usaron cubrebocas, y que estuvieron en situación de riesgo de contagiarse, probablemente empezarán a manifestar los síntomas en los próximos meses y la curva de contagio tendrá un nuevo repunte.
Todos sabemos que debemos regresar a la convivencia social, la inmensa mayoría lo desea, pero la pregunta no es ¿cuándo vamos a regresar a las calles?, más bien, debemos preguntarnos ¿cómo regresaremos a los espacios públicos?, ¿en qué condiciones de seguridad regresaremos? ¿cómo será el mundo después de la pandemia?. Responder a todas estas preguntas depende de la respuesta a la siguiente pregunta: ¿Qué hemos aprendido de esta crisis sanitaria?
Lo primero que debemos reconocer es que la humanidad dejó de serlo cuando permitió la explotación de una gran mayoría para beneficiar a unos cuantos y es algo que necesariamente debemos corregir. Un gran porcentaje de la población mundial padece los efectos de una desigualdad social nunca antes vista en la historia de la humanidad provocando un sufrimiento colectivo que ya no es posible ignorar por lo que tenemos que desarrollar nuestra sensibilidad social y capacidad de indignación ante las injusticias.
La pandemia nos mostró la crudeza de la desigualdad social, mientras algunos nos quedamos encerrados en casas sin salir de ellas sin experimentar un gran problema, una inmensa mayoría no pudo hacerlo, sufrió por no tener alimentos en casa o simplemente no tenía casa.
El covid-19 dejó en claro que existen diferencias sociales y que las diferencias socioeconómicas significan la diferencia entre la vida y la muerte, entre el contagio y la sobrevivencia después del mismo o la muerte segura. No podemos regresar a vivir en las mismas condiciones de desigualdad social, de constantes violaciones a los derechos humanos, de la concentración de la riqueza en manos de unos cuantos, a costa del empobrecimiento de millones de personas en el mundo entero.
La normalidad capitalista fue la causa principal de la masiva expansión del covid-19, la globalización nos acercó tanto que llegamos al punto de compartir casi simultáneamente la misma crisis sanitaria, pero como siempre, los más afectados son los del eslabón débil.
Esta globalización que se basa en la maximización de las ganancias por medio de la explotación irracional de los recursos naturales y de la explotación laboral, nos estaba conduciendo a la destrucción del planeta y de nuestras propias vidas.
La voracidad de unos cuantos llevó a buena parte de la humanidad a confundir el sentido de la vida, el significado de la felicidad y la naturaleza del amor. La ideología capitalista necesitaba que los seres humanos dejaran de ser homo sapiens y convertirse en homo consumens. Mantener el ritmo de producción masiva y consumo masivo requería de un nuevo tipo de esclavitud que consistía en trabajar, para ganar dinero, para poder consumir, endeudarnos, trabajar más para pagar las deudas, explotar en forma irracional nuestros recursos naturales, contaminación del medio ambiente, etc.
Debemos asimilar como parte del aprendizaje de esta pandemia que necesitamos reconceptualizar nuestras ideas acerca de lo que significa vivir el “arte de la vida” en la nueva normalidad postcovid-19 y reconocer que la riqueza material no garantiza una vida feliz. Debemos de reducir el hiperconsumo que caracterizaba a nuestra sociedad, dejando de consumir aquellos alimentos y productos producidos industrialmente y que ocasionan daños a nuestra salud.
Debemos reconocer el fracaso del modelo neoliberal que nos hacía identificar el consumo de productos y servicios que ofrecen las tiendas como fuente de felicidad. La felicidad no se encuentra en los centros comerciales, debemos dejar de ver a la felicidad con el consumo de etiquetas de marcas de prestigio.
La felicidad debemos encontrarla primero en nosotros mismos, realizando un autoconocimiento y una autoaceptación que nos genere una paz interior, una estabilidad emocional. Una vez lograda esta paz interior podremos buscar en quienes nos rodean el amor deseado.
Para reconstruir una nueva sociedad donde realmente alcancemos el bienestar social en los términos descritos por Isaac Prilleltensky, tenemos que implementar una serie de cambios:
Debemos regresar a la vida social valorando como algo prioritario nuestra salud, reencontrándonos con amistades, compañeros, vecinos, etc, manteniendo una sana distancia porque el peligro no ha terminado. Debemos exigir el rediseño de las áreas de trabajo para impedir acercamientos físicos innecesarios que pondrán de nuevo nuestras vidas en riesgo.
Debemos exigir el respeto a los derechos humanos, laborales y sociales, reclamando jornadas laborales más cortas y salarios más dignos.
El dinero para reconstruir el nuevo mundo en condiciones que permitan reducir la desigualdad social puede salir de nuestra exigencia a no pagar la deuda externa que gobiernos prianistas adquirieron en el pasado y que nos condenaron a vivir un presente y un futuro en condiciones de indefensión social y laboral.
Tenemos que reconstruir el vínculo social y vernos como seres sociales que pertenecemos a varios grupos simultáneamente, en los cuales ocupamos diferentes roles y responder a cada con la responsabilidad correspondiente. Debemos ampliar nuestra identidad psicológica dejando atrás el individualismo y vernos como miembros de una pareja, de un grupo familiar, de un barrio, de una colonia, de una comunidad, de un país, etc.
Debemos asumir nuestra identidad como seres sociales que pertenecemos a una comunidad que experimenta problemas colectivos que se reflejan en la vida privada (inseguridad pública, transporte público deficiente, falta de espacios públicos, áreas verdes, drogadicción, contaminación por polvo, alcoholismo, etc.) y que requieren de acciones colectivas para lograr su verdadera solución.
La falta de espacios públicos impide la sana diversión y esparcimiento familiar, debemos recuperar y ampliar los espacios públicos para utilizarlos como lo hacían los antiguos griegos en El Ágora, donde aparte de divertirse discutían asuntos colectivos. Debemos unirnos para defender los pocos espacios públicos que quedan y que intentan venderse a particulares como lo es el caso del terreno denominado El Cárcamo y el Parque La Sauceda en la capital del Estado de Sonora.
Por otro lado, debemos dejar atrás los roles sexuales estereotipados que nos hacen actuar reforzando la desigualdad sexual, esto implica que construyamos nuevas imágenes y modelos a seguir de lo que significa ser hombre y lo que significa ser mujer, con una perspectiva de equidad de género para terminar con la ola de feminicidios y la violencia hacia las mujeres.
Necesitamos reconstruir las relaciones interpersonales dejando atrás la obsesión por obtener dinero revalorándonos como personas, dejar de vernos como objetos con valor económico y recuperar los valores perdidos durante la enajenación materialista, tales como el respeto, la honestidad, autenticidad, etc.
Salir de esta pandemia significa no cometer los errores del pasado y demostrar que hemos aprendido valorando de manera intensa el simple hecho de estar vivo y en estado saludable. Dejar atrás el sentimiento de insatisfacción permanente que nos generaba la sociedad de consumo y que tendíamos a cubrir con un consumo irracional.
Tenemos que aprender a ser diferentes a lo que éramos antes del covid-19 para empezar a actuar en la reconstrucción de un nuevo mundo en el que realmente exista el bienestar social y la humanidad recupere su misión fundamental de crear el conocimiento científico para comprender la realidad social, compartirlo de manera colectiva y lograr el mejoramiento continuo de nuestra sociedad a través de una transformación social permanente. https://oscaryescasd.blogspot.com/2019/06/serdiferente-la-alternativa-hacia-el.html


Conclusiones
Con el movimiento feminista aprendimos desde la década de los setenta que lo personal es político, la equidad de género y la igualdad sexual son derechos que se conquistan con luchas políticas. Lo mismo sucedió con el movimientos de los homosexuales. el derecho a la libre orientación sexual, al matrimonio igualitario, se logran luchando en política.
Todo acto social es político, el ser humano es un animal político nos decía el antiguo filósofo griego Aristóteles, pero nos hemos dejado engañar por décadas de corrupción y nos convencieron que la política es una actividad mala a la que se dedican sólo los políticos corruptos. Alguien honesto no puede ser político, porque nos decían “la política es el arte de comer mierda sin hacer gestos”.
La verdad es que la política se encuentra en todas partes, en la vida pública y en la vida privada, por lo que tenemos que encontrar el vínculo entre los problemas personales y la implementación de políticas públicas. Hemos desvinculado la vida pública de la vida privada y eso nos impide comprender que los problemas privados tienen causas colectivas y por lo tanto, la solución a los mismos deben darse en forma colectiva. En el actual contexto de la globalización debemos reconocer que los problemas locales tienen un origen global por lo que no podemos seguir tratando de dar soluciones locales a problemas que tienen causas globales.
El origen de la apatía e indiferencia hacia la política se encuentra en el conformismo generalizado que ha crecido en la sociedad de consumo fortalecida por una ideología neoliberal, es decir, individualista y con gran indiferencia social.
Debemos reconstruir nuestra autoimagen reconociendo la influencia que tenemos sobre las personas que nos rodean y que eso nos posibilita desempeñar un papel como agente de cambio social para lograr acciones colectivas que conduzcan a la transformación de nuestra realidad social.
Esta identidad y el cambio social lo lograremos en la medida de que cambiemos nuestra visión del poder,
actualmente la mayoría de las personas piensa que el poder es económico o es político. Ignora la existencia de un poder social o poder popular que puede revolucionar el estado de una sociedad. El poder existe en todos los campos de interacción humana y lo conceptualizamos de acuerdo a la forma que pensamos acerca de los demás, de la gente con la cual interactuamos y la forma en que tratamos a los demás.
La historia ya nos ha dado ejemplos de grandes revoluciones y de grandes cambios sociales que se lograron gracias a la participación social en movimientos colectivos. Debemos lograr un empoderamiento individual, grupal y colectivo para construir el poder popular o poder ciudadano.
Debemos realizar una revolución de nuestras consciencias para que implementemos cambios en nuestra autoimagen y en nuestra percepción de los demás, en un sentido de vernos como seres gregarios que si unimos nuestros recursos, nos organizamos y actuamos en forma colectiva tendremos un poder superior al poder político y al poder económico.
Hasta el momento la visión popular del poder ha sido de una visión asimétrica del mismo, es decir, desigual. Se piensa que alguien tiene el poder cuando obtiene un puesto público o cargo político, que se tiene el poder cuando se tiene riqueza y recursos económicos. Pero no se ha pensado que la inmensa mayoría de las personas de nuestra sociedad que carecemos de poder político o económico, podemos construir un poder que rebasaría a ambos si nos organizamos en comités ciudadanos, discutimos en forma colectiva sobre los problemas que enfrentamos y si nos movilizamos en forma colectiva y simultánea tendríamos más poder para paralizar el sistema social que el poder que ha tenido el covid-19 en estos meses. Podemos lograr una simetría en el poder y confrontar al poder formal (económico o político) viéndolo en igualdad de circunstancias, es decir, de igual a igual.
Cuando logramos una comprensión política y psicológica del poder, el bienestar y la justicia, es cuando nos encontramos en condiciones de cambiar el mundo a nuestro alrededor. El regreso a una nueva normalidad después del covid-19 requiere de la suma de esfuerzos para construir una nueva sociedad donde el bienestar social sea una realidad y no sólo la muletilla de un discurso político proveniente de un demagogo o funcionario corrupto.
El Estado-Nación debe recuperar su soberanía y poder que le dio origen en la forma del Leviatán. Necesitamos que despierte el Leviatán ciudadano para reconstruir la nueva sociedad. México ya lo hizo varias veces y debemos hacerlo nuevamente en los próximos meses y años que siguen, porque la lucha no continúa, de hecho la lucha es continua.

Byung Chul Hang: Viviremos en estado de guerra
12/05/2,020

Bauman, Zygmunt: El arte de la vida

Bauman, Zygmunt/Bordoni, Carlo: Estado de crisis. Ed. Paidós, 2,016
Montero, Maritza. Introducción a la Psicología comunitaria

Yescas, Oscar: El agente de cambio social
Yescas, Oscar El Leviatán mexicano. Esto apenas comienza 09/07/2,019
Yescas, Oscar: La inexorable evanescencia de nuestras vidas en el capitalismo 11/02/2,016
https://oscaryescasd.blogspot.com/2017/10/la-inexorable-evanescencia-de-nuestras.html

Yescas, Oscar: La revolución de las consciencias
Yescas Oscar: La revuelta feminista en México 18/08/2,019
Yescsa, Oscar: Ser diferente, la alternativa hacia el cambio social
https://oscaryescasd.blogspot.com/2019/06/serdiferente-la-alternativa-hacia-el.html

3 comentarios:

  1. Muy buena reflexión Oscar, sobre todo por que retoma la Seguridad Social que para muchos de nosotros los trabajadores no se considera como parte de nuestra remuneración salarial, la vivienda, la salud, el derecho a la cultura y recreación, es ahí donde no hemos podido sumar esfuerzos para que a las nuevas generaciones que se incorporan al trabajo, valoren la importancia de la lucha colectiva, que la seguridad social que todavía tenemos aunque muy debilitada es producto de la lucha, de la movilización.
    Mencionas a Cornelius Castoriadis, pero no su planteamiento de Autonomía, donde ubica qué la discusión sobre la crisis Ecológica a principios de los años 80 se debe dar en un contexto más allá de la tecnología.
    Con gusto difundiré tu reflexión sobre "el regreso a la normalidad" ?

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    1. Muy acertado tu comentario Edmundo, te agradezco hayas tomado el tiempo y esfuerzo de subirlo a mi blog. De eso se trata de unir voces y conjuntar esfuerzos para no seguir siendo "un mar de fueguitos" como decía Eduardo Galeano. Sí, tienes razón, faltó retomar más los planteamientos de Castoriadis, de quien tenemos mucho por aprender, ha y algunos que ni siquiera lo conocen. Pero siempre he recibido la queja de que mis artículos son muy largos. Algunos me dicen que utilice Twitter. Lo he intentado, pero quienes me dicen eso, deberían comprender que lo que hago es análisis crítico no periodismo, pero aún así me quedo siempre que termino y publico algún artículo,con la sensación de que me faltó decir algo más. Ese vacío que siento se llena con comentarios como el que compartes, por lo cual te lo agradezco y mando abrazo grande, acompañado de saludos cordiales¡

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  2. Hola mi querido Oscar, nada mas cierto que lo que has escrito, la duda que siempre he tenido, es si la idiosincrasia del mexicano le permitirá hacer el cambio, en lo personal,lo dudo mucho, ya que por estos lares la gente no se solidariza y parece no darle importancia a la situación actual, y eso que Veracruz tiene un rango importante de contagios,(espero equivocarme), pero ni así, sí ha habido respuesta, pero creo, esta es "obligada" ya que el MORENA, rige y tiene bastantes adeptos,,pero la gente no se cuida,, bueno ya lo describes en tu atinado artículo,, felicidades hermano, cuidate mucho, saludos.

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