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sábado, 2 de noviembre de 2024

 

 ¡Recordando a nuestros muertos con alegría!

Oscar Yescas Domínguez

2 de noviembre de 2024

 

¿Quién no ha llorado la ausencia definitiva de un ser querido? Tanto hombres como mujeres nos hemos quebrado en llanto ante la presencia de la muerte en nuestro círculo cercano y la partida de alguien que realmente amamos. Romper en llanto no es expresión exclusiva de las mujeres como enseña la ideología machista y patriarcal, porque hombres y mujeres somos seres con sentimientos, pensamientos y comportamientos.
La muerte de un ser querido nos provoca momentos de gran dolor, angustia y tristeza, pero también nos recuerda que no existe nada más democrático en esta vida que la muerte, porque ante ella todos somos iguales ya que no admite diferencias de género, orientación sexual, edad, nivel socioeconómico, posición laboral o afiliación política, nadie se salva de morir.
Ante la muerte todos somos iguales y su presencia nos hace ver lo absurdo que es dedicar nuestras vidas a trabajar para consumir productos, prendas de vestir y otros objetos que realmente no necesitamos y que erróneamente pensamos que su posesión nos hará felices.
La muerte nos abre los ojos y nos recuerda una y otra vez que la felicidad se encuentra al estar en compañía de nuestros seres queridos y no se encuentra en los centros comerciales comprando productos para "vivir mejor" o para comprar regalos y demostrar nuestro amor, aunque eso implique aumentar nuestras deudas y con ello incrementar la angustia de sobrevivir en una crisis económica que nos hace vivir nuestra vida cotidiana que vivimos como si fuera la versión moderna del castigo de Sísifo, laborando largas jornadas y percibiendo bajos salarios.
A la muerte se le respeta, se le teme pero algunos despistados la olvidan y se dedican a vivir en un eterno carpe diem, pensando que jamás morirán, olvidando que la vida es corta y se puede perder en un pestañeo, porque la muerte se puede presentar y terminar con nuestras vidas con un fin que puede ser inesperado porque la podemos encontrar a la vuelta de la esquina, al rebasar el límite de la velocidad o al ignorar el semáforo por " tener prisa", por un segundo de descuido al conducir o por padecer del gusto por la velocidad.
Pero quien no tiene prisa es la muerte, porque sabe que llegará el momento en que vendrá por nosotros y a manera de advertencia a veces nos pega un susto para recordarnos que no somos inmortales.
Pero hay gente que no aprende, que a pesar de haber asistido a varios funerales siguen sin aprender que la vida es corta y debemos vivirla con intensidad, alegría y responsabilidad social porque no sabemos si lograremos llegar vivos al siguiente mes o si estaremos con vida para recibir al 2025.
Todos tenemos personas cercanas que se nos adelantaron y se fueron con la muerte, algunos los habrán olvidado porque la vida continúa y siguen al pie de la letra el dicho:" el muerto al pozo y el vivo al gozo", viviendo sus vidas con excesos e irresponsabilidades porque no han encontrado el sentido de la vida.
Pero otros hemos aprendido a soportar la ausencia de nuestros muertos porque no los hemos olvidado jamás y los llevamos pegados a nuestras pieles, con sus recuerdos muy dentro de nosotros, en el interior profundo de nuestros corazones y mentes. Su ausencia se siente menos porque sentimos su compañía con cada recuerdo de momentos agradables que compartimos o de lecciones que nos dieron en vida y que generaron un aprendizaje vivencial muy profundo y ellos tampoco están solos porque sienten nuestra presencia cuando los recordamos constantemente.
Cómo mantenemos vivos a nuestros muertos? Cómo disminuir el dolor de la ausencia de un ser que nos dio amor y fue objeto de nuestro amor? Recordemos que todos tenemos una personalidad psicosocial, una particular forma de pensar, sentir y actuar que hemos desarrollado gracias a la interinfluencia con figuras significativas de los diferentes grupos a los que pertenecemos o hemos pertenecido.
Dentro de estas figuras significativas se encuentran nuestros padres, que nos dieron vida, alimento, vestido, techo y modelaron nuestro comportamiento con sus ejemplos de conducta. A través de ellos aprendimos a amar, a ser nosotros mismos, por lo que debemos tener presente que somos lo que somos, gracias a los demás por la interinfluencia social que existe en los grupos.
Cabe mencionar que no todos tuvieron la fortuna de haber tenido padres y madres que actuaron con responsabilidad y lejos de ser fuente de amor, se comportaron como si no hubieran tenido madre, pero también ejercieron influencia y actuaron como modelos que no se debe seguir y en ese sentido dejaron un aprendizaje porque quienes los padecieron en lugar de disfrutarlos, lograron ser mejores personas que sus ancestros, rompieron el ciclo de continuidad y aprendieron por su cuenta a ser mejores padres y madres para enseñar amor a sus hijos.
Varios de aquellos que fallecieron y fueron nuestros maestros informales porque sirvieron de modelos de comportamiento a seguir y contribuyeron con su granito de arena a construir nuestra personalidad psicosocial, ya están muertos pero siguen vivos porque los alimentamos con nuestros recuerdos. Por eso la cultura mexicana es única, porque nos enseña que la muerte es parte de la vida, sin vida no hay muerte y viceversa y por esa razón los mexicanos sabemos que la muerte no es nuestro enemigo ya que es el final del ciclo de la vida y hemos aprendido que podemos mantener vivos a los muertos alimentando en nuestros corazones y mentes los recuerdos de los ausentes.
Ya los lloramos suficiente en su momento, su ausencia todavía nos duele porque el duelo de un ser querido nunca termina y el tiempo nos ayuda a acostumbrarnos a vivir sin ellos, pero puede suceder que cualquier estímulo nos los recuerde, ya sea una canción que disfrutamos, cantando y bailando cuando estaban con vida, visitar un lugar que acudimos en su compañía, un olor que les gustaba, su comida favorita, etc.
En esos momentos, la emoción nos embarga, puede nublar nuestra vista y provocar la caída de lágrimas por nuestras mejillas, pero no debemos avergonzarnos si esto sucede, recordemos que la intensidad del dolor en la separación de dos personas que se amaron, está en relación directa con la fortaleza del vínculo amoroso que los unía y como dice el dicho "vale más amar y sufrir que nunca haber amado".
Pero así es la vida, se complementa con la muerte, la vida es el inicio y la muerte es el final de una línea del tiempo que dura nuestra vida. El cómo vivamos nuestras vidas, depende de nosotros, algunos fallecen jóvenes, otros llegan a la madurez pero no alcanzan a llegar a la vejez.
Aquellos que somos " adultos mayores" somos afortunados porque miles o millones de personas no lograron llegar a la vejez y al llegara a ser adulto mayor aprendemos la gran lección de que se envejece de acuerdo a cómo se vivió, si se tuvo una vida con excesos, tendrá enfermedades y problemas de salud en su vejez.
Debemos reconocer que para llegar a ser viejo y sabio, alguna vez se fue joven e se hicieron cosas estúpidas, de los errores también se aprende, la vida es un conjunto de vivencias que funcionan como experiencias de aprendizaje informal. Si se tuvo una vida en la que se cuidó la alimentación, se hizo ejercicio y no se incurrió en excesos, hay más posibilidades de que se tenga un envejecimiento satisfactorio.
En este día 2 de noviembre, honremos a nuestros muertos recordando con alegría aquellos momentos felices que convivimos con ellos, agradezcamos el haber compartido parte de nuestras vidas a su lado y tengamos presente que a nuestros muertos no les gustaría ver qué sus recuerdos provocan llanto, dolor y sufrimiento. A ellos les agradaría más ver que sus recuerdos provocan sonrisas en nuestros rostros, despiertan sentimientos de alegría compartida con ellos.
La mejor manera de honrarlos es seguir con nuestras vidas con entera libertad, rigiendo nuestro comportamiento con los valores y ejemplos que aprendimos de ellos porque nos dieron un ejemplo a seguir y debemos continuar sin ellos avanzando por un camino de superación constante que nos conduzca a ser mejores personas, mejores ciudadanos. Nuestros muertos no han muerto porque sólo mueren cuando dejamos de recordarlos.
Ser buen ciudadano significa ser un buen vecino, buen compañero de trabajo, ser personas con sensibilidad social, con un sentimiento de pertenencia a nuestras comunidades y tener capacidad para indignarse ante las injusticias ajenas. Ser buen ciudadano significa tener suficiente valor y compromiso para luchar por mejorar nuestras vidas y las de otras personas actuando en forma organizada, colectiva y unida para transformar nuestra realidad social y construir un mundo mejor.
A nuestros seres queridos ausentes no les gustaría ver qué somos personas conformistas, indiferentes y egoístas, sino que les agradaría ver que parte del legado que dejaron en su paso por esta vida, es que contribuyeron a formarnos como seres humanos con integridad y con empatía social porque la empatía es parte de nuestra condición de seres humanos.
Actuando con responsabilidad social haremos honor a su legado, llevaremos con dignidad su apellido y seremos congruentes con la necesidad que nos exige el momento histórico de evitar las guerras, detener el desastre ecológico y defender la existencia de la humanidad entera!