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lunes, 24 de diciembre de 2018


La identidad líquida del posmodernismo
Oscar Yescas Domínguez
24 diciembre 2,018

        A principios de la década de los ochentas en el siglo pasado, como recién egresado de la Facultad de Psicología de la Universidad Veracruzana me dispuse a realizar una serie de lecturas para elaborar mi tesis profesional y obtener mi grado de Licenciado en psicología en el área de psicología social.
        En aquellos tiempos como la mayoría de los miembros de mi generación, partía de la premisa de que el examen profesional de titulación era un evento en el cual debería demostrar porqué aspiro a obtener el preciado título, comportarme como todo un profesional eligiendo un problema social relevante y aportar algo novedoso en mi tesis utilizando el método científico en su análisis y desarrollar una propuesta que contribuyera a su solución, en mi caso ésta debería partir desde la perspectiva de la Psicología social.
        Haciendo un paréntesis sobre el tema debo decir con gran pesar que esa percepción acerca de los exámenes de titulación y la presentación de tesis profesionales se ha degradado en nuestros días al grado de perder significado y pasar como una práctica cada vez menos frecuente en las universidades de nuestro país. Comportamientos institucionalizados en estos tiempos de modernidad líquida la práctica de exámenes profesionales se ha reducido, perdido contenido y lo que se observa en cambio, es la tendencia de los egresados de las universidades de evitar la opción de examen profesional y buscar otras formas para obtener su titulación de la manera más fácil y rápida posible.
Como profesor universitario con más de 30años de experiencia académica puedo decir que he sido testigo del surgimiento de esta tendencia a evitar la opción de titulación para obtener el título de licenciado y de cómo se han privilegiado otras opciones como tomar diplomados que garantizan la titulación. Estos diplomados no garantizan la exhibición del dominio de la metodología de la investigación, lo cual pone en entredicho la calidad de su formación académica y se presta a un surgimiento de un negocio en el que aparentemente todos ganan: ganan dinero aquellos que se dedican a ofrecer diplomados para titular egresados de las universidades y ganan los egresados al obtener su título de esta forma.
        Pero la triste realidad es que quien pierde es la sociedad al propiciar que egresados con deficiente formación académica obtengan su permiso legal para ejercer una profesión en la que no están debidamente preparados. No quiere decir esto que todos los que optan por esta opción tengan deficiente preparación, pero junto a ellos salen otros que tienen deficiencias metodológicas y teóricas.
Regresando al tema de mi titulación, debo decir que en aquella ocasión me preparé realizando lecturas sobre metodología de la investigación y de elaboración de tesis, ya que por encontrarme laborando no tenía oportunidad de contar con el apoyo de un asesor de tesis. Estas lecturas me permitieron elaborar un plan de trabajo en el cual utilicé el formato de un proyecto de investigación (porque a final de cuentas, escribir una tesis es una investigación documental que puede tener datos de campo o no) y decidí elegir como problema social objeto de estudio, la problemática de la sexualidad juvenil en México.
Después de construir el marco teórico que presentaba el ejercicio de la sexualidad de aquellos años como un verdadero problema social, me enfoqué a leer materiales que me permitieran definir conceptualmente el término juventud y dentro de las lecturas que realicé recuerdo una de ellas que me ayudó en gran medida para definir a la juventud y fue precisamente la teoría del desarrollo de la personalidad de Erik Erikson.
Lo que quiero retomar en este momento es el planteamiento de Erikson sobre la “crisis de identidad del adolescente”, que en resumidas cuentas planteó la idea de que el desarrollo de la identidad del yo es un proceso que dura toda la vida, atravesando por diferentes etapas que generan una crisis de identidad que debe ser resuelta para pasar a la siguiente etapa de desarrollo psicosocial.
En aquel entonces acostumbrábamos a pensar que la crisis de identidad se presentaba sólo en la etapa de la adolescencia y que la misma terminaba una vez que consolidábamos nuestra identidad como jóvenes y adultos entrando a una etapa de estabilidad psicológica y emocional porque según esto, ya definimos nuestra identidad una vez que dejamos atrás la adolescencia.
Pero en los tiempos que vivimos en este siglo XXI,  en lo que se conoce como  posmodernidad, vemos que enfrentamos un verdadero duelo de identidades en el contexto de la sociedad de consumo y nos encontramos en una permanente e interminable búsqueda de identidad, por lo que podemos afirmar que la crisis de identidad propia de la adolescencia ha trascendido hasta presentarse en las posteriores etapas de desarrollo psicológico.
A diferencia de la búsqueda de identidad en nuestro desarrollo psicológico que buscábamos en nuestro interior los elementos para lograr estabilidad emocional tales como el autoconocimiento y autoceptación, la búsqueda de identidad en los tiempos posmodernos está orientada hacia afuera de nosotros ya que está regida por el mercado, está determinada por el Dios Mercado, ya que nos encontramos bajo la dictadura del mercado.
¿En qué consiste esta crisis de identidad contemporánea? Nuestra vida cotidiana está determinada por la sociedad de consumo, vivimos tiempos en los que las marcas de los productos que consumimos nos dan identidad y nos proporcionan la sensación de acceder a un exclusivo círculo social de consumidores.
Recuerdo que en la década de los setentas los jóvenes de aquella época nos rebelábamos a toda forma de autoritarismo e intentábamos demostrar nuestra rebeldía con nuestro comportamiento irreverente, nuestro cabello largo y nuestra forma de vestir. En esa búsqueda de una identidad diferente a la que los adultos nos asignaban como destino final, encontramos un aliado que nos ayudó a consolidar nuestra rebeldía.
En aquellos tiempos los pantalones de mezclilla eran usados mayoritariamente por la clase trabajadora, mientras que el resto usaba prendas de vestir de fina calidad. Levi´s utilizó una óptica visionaria y encontró un segmento del mercado en aquellos jóvenes que mostrábamos actitudes de rebeldía y nos proporcionó un producto con el cual no sólo podíamos hacerlo, sino que también nos hacía sentir cómodos: los pantalones de mezclilla, principalmente los 501, después este  mercado de jóvenes inconformes se fue segmentando cada vez más y surgieron nuevas opciones de pantalones.
Pero Levi´s ya había encontrado la mina de oro y nosotros en agradecimiento mostramos una lealtad a la marca Levi´s durante décadas. Mi padre fue minero en la mina de Cananea, Sonora y recuerdo que nos decía: estudien hijos para que no se pasen toda la vida vistiendo de mezclilla”. Me pregunto que diría si viese mi guardarropa en el cual predominan los pantalones de mezclilla.
Después de levi´s, otras corporaciones siguieron su ejemplo y adoptaron el enfoque de mercadotecnia en la administración de sus organizaciones, dicho enfoque consiste en estudiar el mercado, identificar el mercado meta o segmento de este, reconocer sus necesidades, expectativas y deseos para elaborar el producto o servicio que tienda a satisfacer esos deseos.
La mercadotecnia es en sí la aplicación del método científico en la realización de estudios de mercado que permiten identificar los perfiles psicográficos que sonilos Es un atributo el cual nos sirve para segmentar el mercado y divide a los compradores en grupos diferentes con base en su clase social, estilo de vida o características de la personalidad. Valores Personalidad Consumidor Estilo de vida Actividades
En ese contexto, si analizamos con detenimiento nuestro patrones de consumo, veremos que compramos productos y servicios no motivados precisamente por el deseo de satisfacer necesidades básicas específicas, sino que en realidad consumimos para brindar un mensaje a los demás de que tenemos una mayor capacidad adquisitiva que ellos, que tenemos un “buen nivel de vida” y que podemos darnos lujos que otros no pueden, es decir, que pertenecemos a un selecto grupo que quiere y puede comprar lo que le gusta.
En este proceso de compra somos víctimas de una manipulación publicitaria que nos vende la idea de que la felicidad consiste en lograr un aumento en nuestra capacidad de consumo y con esa expectativa invertimos demasiado tiempo en ganar dinero suficiente para comprar bienes y productos en las grandes tiendas comerciales para uso personal o para demostrar “nuestro amor” a nuestros seres queridos.
El mercado intenta y muchas veces logra comercializar bienes y productos acompañados de la idea de que el consumo de estos es un camino seguro al logro de la felicidad. Somos objeto de una campaña permanente que nos dice que la felicidad está en el consumo de bienes y esto nos desvía de la búsqueda de aquellos bienes intangibles y no comerciales que en realidad nos proporcionan felicidad, es decir, aquellas satisfacciones que solo podemos alcanzar con el desarrollo de unas relaciones interpersonales basadas en comportamientos auténticos que nos permitan expresar lo que realmente sentimos y decir lo que realmente pensamos.
La publicidad nos genera imágenes ideales de lo que es ser hombre y ser mujer, acompañadas del uso de productos específicos y rodeadas de la idea de que si consumimos esos bienes y productos podremos ser como esas figuras ideales. Lamentablemente esta visión nos impide crear relaciones auténticas con quienes nos rodean, porque no somos nosotros, intentamos ser aquellos parecidos a las figuras ideales que nos vende la publicidad, lo cual nos conduce al fracaso y al aislamiento social.
Esto nos genera sentimientos de infelicidad e insatisfacción que han sido identificados perfectamente por los mercadólogos, de tal forma que nos ofrecen nuevos bienes y productos intentamos superar consumiendo nuevos productos para compensar el vacío y aislamiento individual, bajo la premisa de que existe una estrecha correlación entre el crecimiento económico y la felicidad. La creencia es que, si el gasto crece, esto trae como consecuencia un incremento en la felicidad de los que gastan.
Pero la falsedad de esta premisa yo nos la planteaba Erich Fromm desde la década de los cincuentas cuando escribió en su libro Psicoanálisis de la sociedad contemporánea que en los países más desarrollados existía la tasa más alta de suicidio, lo que echaba por tierra que el aumento en las mejoras de las condiciones de vida materiales no trae consigo la estabilidad emocional, el bienestar personal o la felicidad.
Diversos estudios han demostrado una y otra vez que las mejoras en el nivel de vida no van asociadas a la mejora en el bienestar subjetivo. No hay duda de que todos buscamos la felicidad de una u otra forma.
¿Es válido buscar la felicidad? Creo que todos sin excepción alguna queremos y tenemos el derecho de ser felices. El detalle está en nuestra definición de felicidad y en donde la buscamos. ¿Se puede encontrar la felicidad en las tiendas? Considero que la sociedad de consumo nos ha vendido la idea de que consumiendo bienes, productos y artículos aumentamos las posibilidades de ser felices y esto lo vemos con mayor claridad al final de cada año cuando nos empujan a una compra obsesiva para lograr nuestro bienestar subjetivo.
Los políticos de todos los países han contribuido a fortalecer esta idea de que el dinero compra la felicidad cuando establecen una correlación entre el crecimiento del producto interno bruto y el logro de la felicidad.
Pero en realidad al comparar la expresión de un niño al jugar con un juguete nuevo con la expresión que tiene al jugar con su padre o madre, veremos una diferencia cualitativa imposible de ignorar. Lo mismo sucede con los adultos.
El problema es que al crecer aceptamos la idea de que seremos más felices si consumimos más productos, cuando en realidad, lo que nos hace en realidad felices son las relaciones de afecto que entablamos con quienes nos rodean, sin importar cuantos regalos recibamos
Lo que nos proporciona felicidad es la interacción con las personas que amamos. Olvidémonos de regalar productos caros para expresar nuestro amor, simplemente disfrutemos el "aquí y ahora" que pasamos con las personas que en realidad son significativas para nosotros.
La felicidad está a nuestro alcance con tan solo expresar lo que realmente sentimos y decir lo que realmente pensamos. Es decir, con tan solo desarrollar comportamientos auténticos. Olvidemos la idea de endeudarnos comprando regalos costosos y tengamos presente que la felicidad no pertenece al reino del consumo. La felicidad es gratuita, no tiene precio alguno. Disfruten estos días
Zygmunt Bauman titulado el arte de la vida donde describe de una manera clara la falsedad de la creencia generalizada de que el crecimiento económico conduce al logro de la felicidad.
Invertimos mucho tiempo en intentar ganar dinero para comprar bienes y productos para hacer felices a nuestros seres queridos, cuando lo que en realidad los hace felices es el tiempo de calidad que pasamos con ellos y la atención que les damos. Por ello, dice Bauman, la cantidad y calidad de la felicidad no puede medirse con el producto interno bruto.
Lo que sí demuestran las estadísticas del Pib es la creencia generalizada de que las rutas para alcanzar la felicidad pasan por las tiendas. La falsedad de que hay un vinculo entre la felicidad y el volumen del consumo
Al aceptar la idea de que la felicidad se obtiene a través del consumo de bienes y productos eliminamos la posibilidad de que la búsqueda de felicidad llegue en algún momento a su fin, y llegamos a conformarnos con la ilusión de que la persecución de la felicidad es la misma felicidad.
Es aquí cuando reflexionamos y nos damos cuenta de que al comprar productos de determinadas marcas, etiquetas o logos a los cuales hemos dado nuestra confianza, estamos no solo hipotecando nuestro futuro, también estamos siendo presa de una tremenda manipulación comercial al creer que el consumo de determinados productos nos dará una identidad determinada, una identidad socialmente aceptada, pero que tiene una existencia efímera, tan efímera como la duración de los productos hoy en día.
Este es el sentido de La obsolescencia programada u obsolescencia planificada es la determinación o programación del fin de la vida útil de un producto, de modo que, tras un período de tiempo calculado de antemano por el fabricante o por la empresa durante la fase de diseño del mismo, este se torne obsoleto, no funcional, inútil o inservible por diversos procedimientos, por ejemplo por falta de repuestos, y haya que comprar otro nuevo que lo sustituya. Su función es generar más ingresos debido a compras más frecuentes para generar relaciones de adicción (en términos comerciales, «fidelización») que redundan en beneficios económicos continuos por periodos de tiempo más largos para empresas o fabricantes.
El objetivo de la obsolescencia no es crear productos de calidad, sino exclusivamente el lucro económico, no teniéndose en cuenta las necesidades de los consumidores, ni las repercusiones medioambientales en la producción y mucho menos las consecuencias que se generan desde el punto de vista de la acumulación de residuos y la contaminación que conllevan. Esta práctica ha creado un creciente malestar entre los consumidores, por lo que, en tiempos recientes, activistas, medios de comunicación, organizaciones e incluso los mismos consumidores y varias empresas están llevando acciones para revertir esta práctica.
Esta obsolescencia programada para los productos se aplica también en las personas, en la construcción de identidades temporales basadas en las tendencias de la moda, que llevan a miles de personas a comprar productos que les “dan identidad”, aun cuando en un tiempo corto, se vean obligadas a cambiar de imagen o de identidad porque el mercado cambia las expectativas sociales para propiciar la compra de nuevos productos.
Las etiquetas, logos y marcas son el nuevo lenguaje de reconocimiento social y nuestra sociedad nos empuja a consumir determinados bienes y productos no precisamente para mejorar nuestra calidad de vida, sino “para darnos una identidad”. En ese sentido, la búsqueda de identidad es una parte importante en la búsqueda de la felicidad y somos felices mientras no perdamos la esperanza de ser felices buscando la felicidad en el consumo y en ese proceso se presenta un interminable “funeral de identidades” que está vinculado al comportamiento de compra y a los artículos que adquirimos.
Así como los artículos y productos que consumimos están programados para una duración prevista cuando llega un momento en el que dejan de funcionar, la construcción de identidades atraviesa el mismo proceso, surge una identidad que provoca sensación de bienestar, pero al poco tiempo genera decepción cuando pasa la sensación de novedad y tendemos a buscar la construcción de nuevas identidades consumiendo nuevos productos.
El mercado nos oculta la información de que la felicidad se produce con el establecimiento de relaciones humanas auténticas, intensas e íntimas en el sentido lo lograr desnudos psicológicos que consisten en decir lo que realmente se piensa y decir lo que realmente se siente.

Las fuentes de la felicidad no están dentro del reino del consumo de bienes materiales, se encuentran en nuestra capacidad de amar, de construir una amistad, en el aprecio, la solidaridad, el respeto a uno mismo y a los demás, etc. Dejemos de buscar la felicidad consumiendo bienes y productos y disfrutemos la compañía de nuestros seres queridos, elevemos la calidad del tiempo compartido y empecemos a aprender a expresar nuestros sentimientos y a compartir nuestras ideas, generando comportamientos auténticos.

Bauman, Zygmunt: El arte de la vida. Ed. Paidós. México, D.F. 2,017
Yescas, Oscar: Consideraciones sobre la problemática sexual juvenil
Obsolescencia programada


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