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martes, 22 de diciembre de 2020

 

Reflexiones prenavideñas

Oscar Yescas Domínguez

22 de diciembre del 2,020



En estos días normalmente hay un ajetreo considerable motivado por la cercanía de las fechas de nochebuena y navidad, fechas en las cuales las familias tienden a cumplir con el ritual de reunirse y disfrutar un ambiente familiar en el que la comida abunda en nuestras mesas. Lamentablemente, este año estas celebraciones no serán una situación generalizada porque no todas las personas podrán disfrutar de esta nochebuena y navidad como nos sugieren los medios masivos de difusión: una rica cena, un hogar con árbol de navidad decorado, con regalos para cada uno de los presentes, toda la familia reunida y un ambiente de paz, alegría y dicha.

Este año será diferente por varias razones, para empezar, no todas las personas tienen la capacidad adquisitiva para pagar una cena costosa similar a un banquete, porque la pobreza y el desempleo abunda a nuestro alrededor. La desigualdad social es una realidad que muchas personas no quieren ver todavía, porque actúan de manera similar a quienes todavía no creen en la existencia de la pandemia del covid-19, pero la realidad es que existen millones de gente viviendo en condiciones de pobreza, sufriendo hambre y privaciones mientras que los ricos se hacen cada vez más ricos a costillas de la explotación laboral y la explotación desmesurada de nuestros recursos naturales. Pero para millones de personas esto es una situación “normal”, es algo "que siempre ha existido" y por ello es incuestionable. Les parece natural que haya millones de personas (familias completas y personas sin familia), que estén padeciendo hambre, frío, enfermedades, carencias de todo tipo y no les importa ver que se ha incrementado el número de personas pidiendo ayuda en las calles de nuestra ciudad. Sólo les preocupa su bienestar individual y el de sus familias y muestran una gran indiferencia hacia el sufrimiento de personas ajenas, hacia los excluidos del desarrollo social y hacia quienes sufren la pérdida reciente de un familiar querido.

Son los los miserables que describía el novelista y poeta francés Víctor Hugo, Los de abajo del escritor mexicano Mariano Azuela, Los olvidados del español Luis Buñuel, aquellos que son invisibles socialmente porque la mayoría de las personas actúan como si no existieran. Son aquellas personas pertenecientes al precariado que hace referencia a la inmensa cantidad de personas que viven en condiciones de pobreza en las periferias de las grandes ciudades, a ellos se les sumaron una considerable cantidad de personas porque en esta pandemia miles de personas perdieron sus empleos ya que cerraron miles de pequeños comercios, por lo cual la economía familiar se agravó para millones de personas y por esos motivos esta nochebuena y navidad no podrán disfrutarla como en otros años.

 A este precariado se suma cada vez más gente, personas que antes se consideraban ser “de clase media” y que paulatinamente han estado empobreciéndose por el incremento de precios en alimentos y servicios y han ido cayendo progresivamente hasta vivir en condiciones de pobreza. Este es el rostro de la desigualdad social, una desigualdad que viola los más elementales derechos humanos, una desigualdad social que mata, porque miles de personas mueren de desnutrición, anemia o enfermedades que pudieron haber sido atendidas si contaran con servicios médicos o dinero para compra de medicinas. En esencia, la realidad es que mientras unos tienen mucho dinero, millones no tienen nada y así pasarán esta nochebuena y navidad. Por estos motivos aquellos que tendremos la dicha de convivir en familia y disfrutar de un banquete en la mesa, no debemos hacer ostentación de los alimentos que consumiremos. 

En la televisión vemos ciudades ajenas a las que vivimos y observamos grandes edificios, anchas avenidas, aire limpio y automóviles de lujo, como características de las ciudades modernas. Pero lo que no se muestra en la televisión son las colonias de la periferia de las ciudades, los barrios pobres sin alumbrado público, sin pavimentación, con ambiente polvoriento o carencia de vigilancia pública. Estos lugares donde la pobreza es evidente y en los cuales las personas viven en condiciones deplorables sin comodidades como las que tenemos algunos privilegiados en nuestras casas y que pensamos que todo mundo tiene: televisiones de 60 pulgadas en cada cuarto, internet, wifi, televisión por cable, Netflix, computadoras, teléfonos celulares, aparatos de aire acondicionado, etc.

Estas personas experimentan un gran sufrimiento colectivo mientras que por otro lado, en estos momentos miles de personas se aglomeran en centros comerciales desobedeciendo a las autoridades  sanitarias que nos solicitan no salir de nuestras casas para evitar aumentar las estadísticas de contagiados por covid-19, los comercios se llenan de personas que salen para hacer compras “de última hora” para preparar la cena, para comprar un regalo a un ser querido, porque así nos han educado: el amor se manifiesta en el precio del regalo que entregamos, si no regalas a alguien en estas fechas algunos lo toman como que no hay afecto hacia ellos.

Tanto quienes compran para demostrar amor, como quienes valoran el amor por la cantidad de regalos recibidos o por los precios de los regalos que reciben, están equivocados. El consumismo los ha hecho pensar de esa forma, en tiempos normales nos hacen consumir productos que reamente no necesitamos, ropa que realmente no hay necesidad de comprar, porque si miramos nuestro guardarropa veremos que tenemos ropa que ya no usamos porque "ya está muy vista", tenemos también una gran cantidad de zapatos, etc., pero aún así deseamos estrenar ropa y calzado en esta ocasión especial que es nochebuena y navidad.

No compramos porque tengamos necesidad de hacerlo, nos inducen a comprar para enviar un mensaje a los demás de que tenemos una capacidad adquisitiva mayor que la de los demás, o que pertenecemos a una clase social privilegiada, compramos y aumentamos nuestras deudas financieras que "ya veremos" cómo pagarlas después. Tanto nos han manipulado que no valoramos lo que tenemos y siempre nos estamos lamentando por lo que no tenemos (ropa nueva, tenis nuevos, teléfonos de última generación, etc.). Hemos olvidado que el principal regalo en estos tiempos de crisis sanitaria y crisis económica es estar bien de salud y que nuestros familiares queridos estén a nuestro lado.

En nuestro arraigado individualismo hemos olvidado que en estas fechas significativas para todos nosotros, por primera ocasión habrá ausencia colectiva en varios hogares de todas aquellas personas que murieron durante esta prolongada pandemia que tan sólo en México cobró la vida de 119,495 y a nivel mundial han fallecido 1,713,177 personas. Esta cifra aumenta cada día y sin duda alguna aumentará de manera considerable por la razón de que los tumultos en las compras decembrinas de “última hora”, ocasionarán oleadas de nuevos contagios en momentos en los que el sistema de salud llega a niveles de saturación, las medicinas escasean o aumentan sus precios y el agotamiento del personal médico y de enfermería por la gran cantidad de trabajo que han tenido en estos últimos diez meses está agotando sus energías.

Imaginemos que algún familiar querido forma parte de esas estadísticas y no está con nosotros en estas celebraciones, alguien amado que por primera vez estará ausente en estos días en los que se supone todos deberíamos estar contentos, sin duda alguna la celebración no sería igual. Es lo que está sucediendo con miles de familias que están sufriendo en estos momentos la ausencia de un ser querido que falleció por covid o por otras causas, por lo que no están como lo estamos otros, preparándonos para festejar nochebuena y navidad. Estos días serán placenteros para muchos, pero intensamente dolorosos para otros. Necesitamos realizar ejercicios de empatía social, para comprender el dolor de quienes están sufriendo a nuestro alrededor y buscar la forma de ayudar a mitigar ese dolor o contribuir a dar un poco de alegría o consuelo a quien esté sufriendo, partiendo de la premisa de que el dolor es menor cuando es compartido, si conocemos a alguien que haya perdido un familiar acerquémonos a ellos y pongamos nuestro hombro solidario para ayudarles en su pena, digámosles palabras de consuelo y que les hagan sentir que no están solas en este duro trance por el cual atraviesan. No permitamos que sufran en soledad en estos días en los cuales tradicionalmente todos deberíamos estar festejando. Podemos enviar mensajes a través de whatsapp, llamadas telefónicas, videollamadas, mensajes de texto, etc. Unas simples palabras de apoyo pueden ser como gotas de alivio para quien sufre la pérdida de un ser querido.

Debemos evitar que sigan creciendo las estadísticas de afectados por el covid, y la solución está en nuestras manos, podemos empezar por limitar el número de celebraciones acatando las instrucciones de la Secretaría de Salud, evitando reuniones familiares masivas, celebrar en nuestras casas de forma modesta para cuidar nuestra salud y la salud de nuestros seres queridos y evitando con ello a contribuir en el aumento de las estadísticas de contagiados por covid-19. No debemos preocuparnos por dar o recibir regalos ya que el amor, el afecto y el cariño no tienen precio y es lo que podemos dar y recibir para construir nuestra felicidad y la de los demás.

Partiendo de que no se puede ser feliz totalmente en una sociedad con gran desigualdad social que provoca un sufrimiento colectivo, practiquemos actos de generosidad con personas que presenten necesidades mayores que las nuestras y que con nuestro granito de arena podemos ayudar a satisfacer. Personas que conocemos o que nos encontremos en nuestro camino obsequiándoles parte de nuestro guardarropa o calzado que no usamos, consumiendo los productos de los pequeños comerciantes o dando dinero a quienes veamos que trabajan vendiendo algo en las calles o simplemente veamos que viven en situación precaria y piden ayuda económica. En última instancia, el “espíritu navideño” se trata de eso, ¿no es así? Ayudar al prójimo, compartir lo que tenemos con los más necesitados, ayudar a quienes lo necesitan, aliviar a quienes sufren por algo o por alguien.

El día de hoy tuve necesidad de salir y encontré a un hombre en sus treinta años vendiendo afuera de las puertas de un centro comercial luces de bengala, observé su rostro triste mirando a los consumidores salir con bolsas llenas de productos y caras sonrientes, pasé a su lado y un pensamiento cruzó mi mente "¿cuánto puede ganar vendiendo estos productos? no resistí el impulso de detenerme y regresar para entregarle un billete en sus manos mientras le decía: “ten, te regalo esto”, en verdad me impresionó la forma como su rostro cambió de inmediato a una amplia sonrisa que iluminó su cara y su mirada brilló con alegría cuando me dijo: “muchas gracias, que Dios lo bendiga”.

Detalles tan pequeños para uno, pueden ser la fuente de alegría para otros. Si los que podemos y estamos en una condición económica que no nos afectara compartir algo de lo que tenemos, ¿porqué no hacerlo?, si lo hacemos el mundo sería distinto. No hablo de obras de caridad, tampoco de una revolución armada, sino más bien de una revolución de nuestras consciencias que nos lleve a pensar de forma distinta a como lo hemos estado haciendo. Debemos dejar atrás la ideología individualista y desarrollar una empatía social para superar la ceguera moral que nos hace ver como algo normal la existencia de injusticias aberrantes como la existencia de la desigualdad social.

Necesitamos lograr cambios individuales para generar un cambio social retomando la premisa de que nuestra sociedad está enferma de materialismo vulgar, que nos induce a promover un fetichismo de las mercancías consumiendo sin medida, desarrollando comportamientos que sólo benefician a la nueva religión del siglo XXI: El Dios mercado. Hemos perdido el control de nuestras vidas, nos han educado para que el único sentido en nuestras vidas sea el consumo y la indiferencia social al sufrimiento ajeno. Todos somos parte de la misma sociedad y todos tenemos el derecho de ser felices. De nosotros depende cambiar nuestro comportamiento y con ello, cambiar el mundo que nos rodea, recordemos que con nuestro comportamiento cotidiano educamos a nuestros hijos a través de la imitación, pensemos más allá de las esferas de nuestro individualismo para terminar con nuestra ceguera moral, salgamos de nuestra zona de confort y “estrechemos las manos” (de una manera metafórica porque debemos evitar el contacto físico por motivos de salud) de quienes sufran y carecen de todo diciéndoles: “la paz sea contigo”. Sin duda alguna, actuando así celebrar esta nochebuena y navidad tendrá un significado especial.

miércoles, 16 de diciembre de 2020

 

En defensa de la vida

Oscar Yescas Domínguez

16 de diciembre de 2,020


Fotografía "El arte de la vida tomada por Roman Shatsky con integrantes del ballet Nacional de Sakartvelo (Georgia)

Mi hijo y yo teníamos la costumbre de abrazarnos y darnos un beso en la mejilla cada vez que nos veíamos, aún de adultos lo seguíamos haciendo inclusive en público, sin importarnos que personas ajenas vieran besándose a dos hombres adultos. Este ritual terminó cuando comenzó la pandemia del covid-19, por lo que desde hace diez meses no he podido abrazarlo a pesar de vivir en la misma ciudad. Pasé cinco meses sin verlo por estar ambos respetando el confinamiento voluntario y siguiendo las indicaciones de las autoridades de salud. En una ocasión vino a casa a recoger un taladro que me pidió prestado, la imagen de su visita después de meses sin vernos no la olvidaré nunca: él en la entrada de la cochera de mi casa y yo en la puerta de entrada a la misma, separados por una distancia de cinco metros, ambos cubiertos con cubrebocas resistiendo el impulso de darnos un fuerte abrazo y un beso como lo hemos hecho desde que él era un niño.

Después del saludo me pidió dejar el taladro en una distancia intermedia entre ambos para no acercarnos uno al otro, así lo hice y retrocedí unos pasos, tuvimos una breve conversación haciendo las preguntas triviales de siempre: ¿Cómo has estado?, ¿te estás cuidando?, pero la mayor cantidad de mensajes se encontraba en nuestras miradas porque nunca dejamos de hacer contacto visual, mientras mi esposa lo saludaba desde el interior de nuestra cas a través de una ventana, nuestras miradas fueron prolongadas cargadas de gran emoción y finalmente tomó el taladro, se despidió agitando su mano y se marchó rumbo a su casa. No fuimos a verlo el día de su cumpleaños en el mes de mayo porque en esas fechas la curva de contagio se encontraba en un punto elevado y nos pareció que lo más prudente era continuar el confinamiento voluntario, pero en cambio él sí vino a verme en mi cumpleaños de noviembre, cuando se flexibilizaron las instrucciones y se permitió salir de casa. Pero aún así, ni siquiera en ese día especial hubo un abrazo entre nosotros, para mí era suficiente su presencia y seguimos el protocolo al pie de la letra, solo nos quitamos el cubrebocas durante la cena y cada quien comiendo a una distancia prudente uno del otro mientras charlábamos animadamente.

Ese es un comportamiento normal en el contexto de una crisis sanitaria y en algún momento llegué a pensar que la mayoría de la gente actuaba igual que yo, cuidando su salud y la de los demás usando cubrebocas, procurando no salir de casa y guardando distancia, etc. Pero la realidad me hizo sentir como un iluso, un soñador o alguien que vive diferente a una gran mayoría de personas, porque la pandemia ha crecido a niveles inesperados debido a que miles de personas no toman este tipo de precauciones. La falta de precauciones sanitarias ha provocado que una gran cantidad de la población se ha contagiado al grado de que México ha llegado a ocupar el número 12 de países con mayor número de contagiados a nivel mundial. Desde el inicio de la pandemia hasta este mes de diciembre han muerto miles de personas que pudieron haber salvado sus vidas si hubieran permanecido en sus casas, salido sólo en caso necesario, usado cubrebocas y guardado distancia física al estar con otras personas.

Esta navidad será una navidad triste para miles de familias que extrañarán a los ausentes, sobre todo a aquellos que fallecieron por haberse contagiado del covid-19. En varios hogares habrá dolor en lugar de felicidad en estos días que se supone son de reunión e integración familiar.

En este contexto puedo decir con toda sinceridad que me considero una persona afortunada de llegar al mes de diciembre con vida y con buena salud, más afortunado me siento por el hecho de que mis hijos, esposa y miembros de mi familia extensa no formen parte de las estadísticas de bajas fatales en esta pandemia. Sin embargo debo decir que este sentimiento placentero no me impide empatizar con quienes no han tenido la misma suerte y se encuentran lamentando profundamente la muerte de centenares, de miles de personas que fallecieron dejando una estela de dolor detrás de ellos por haber sido contagiados por el coronavirus, o que están convaleciendo por este virus.

Estoy plenamente consciente de la enorme desigualdad social que existe en nuestra sociedad ha sido una de las principales causas del incremento de las estadísticas de afectados por el covid, ya que esa ha sido la causa principal de que millones de personas no pudieran guardar confinamiento voluntario, porque la pandemia nos reveló que quedarse en casa es un privilegio de clase que no todos pueden disfrutar. Pero también estoy seguro de que miles de personas han demostrado una gran irresponsabilidad social al salir innecesariamente de sus casas, arriesgando sus vidas, negándose a guardar distancia prudente o a usar cubrebocas a nombre de una libertad individual, o simplemente argumentando que el virus no existe.

Por este motivo, al igual que miles cuando llego a salir de casa, siento el temor de ser contagiado por este virus a través de alguien que no ha tomado las precauciones necesarias para cuidar su salud y la de los demás. La existencia del covid-19 está más que comprobada, pero aún así todavía hay gentes que niegan que existe, especulan sobre una conspiración internacional para reducir la población mundial y lo que es peor es que no siguen las instrucciones de las autoridades de salud. Creo que cada quien es libre de pensar y creer lo que quiera, pero la realidad innegable es que en las últimas semanas se han disparado en forma dramática las cifras de contagio del covid en el mundo entero, de tal forma que las cifras de contagio diarias contabilizadas superan en mucho a las cifras diarias que se informaron en los días que se consideraron ser de mayor peligro en meses pasados.

Lejos quedó la ilusión de “aplanar la curva de contagio”, en realidad nunca se logró llegar a tal meta, lo que sí se logró fue una ilusoria disminución del número de casos, que llevó a tomar la decisión de levantar temporalmente las restricciones para permitir la movilidad social y “recuperar la economía”, a sabiendas de que levantar las restricciones sociales para la apertura de comercios, fábricas, negocios, etc., sólo arrojaría como resultado un mayor número de contagiados. Pero eso no importó, lo que se necesitaba era continuar manteniendo el ritmo de una producción masiva y un consumo masivo de productos, bajo el argumento de “salvar empleos”, cuando que la intención oculta era continuar obteniendo un beneficio económico para las grandes compañías corporativas ignorando deliberadamente la prioridad de salvar vidas. El “apagón del sistema” estaba afectando a las grandes empresas porque detuvo el consumo y con ello les impedía continuar con la obtención del beneficio económico.

Las autoridades sanitarias no aprendieron de la experiencia de otros países y en lugar de aplicar medidas de restricción social, a nombre de la democracia hacen “llamados de consciencia” para que la ciudadanía asumiera voluntariamente comportamientos socialmente responsables, cuando la experiencia reciente que esto no sucedió y no sucederá. Como resultado de ignorar la prioridad de salvar vidas y privilegiar la economía, el día de hoy nos encontramos con un panorama incierto en el que lo único seguro es que las estadísticas de contagiados y fallecidos siguen aumentando a nivel mundial.

En el caso de México vemos con pesar que ya se ha llegado a la cifra de 1,277,499 casos de personas contagiadas y 115,769 personas fallecidas. Mientras que a nivel mundial hay 73, 973,293 casos de contagio y 1,646,739 personas fallecidas en diferentes países por la misma causa: el virus del covid. Recordemos que en todas cifras estadísticas, siempre hay una cifra negra, los números reales que por lo regular son mayores a los números oficiales. Estas cifras cambian cada día aumentando en forma intermitente, cualquiera puede checarlo, a veces es un ligero aumento de los números, pero en otros días y sobre todo en fechas especiales como lo fueron el día de las madres, el día de muertos, o cualquier fecha que forme parte de los rituales de nuestra cultura, y que esté relacionado con el consumo como forma de celebrarla, las cifras aumentan en forma escandalosa.



Lejos de espantarnos por las cifras tan altas y decidir encerrarnos a piedra y lodo en nuestras casas, debemos asumir una actitud de percibir a estos números como una invitación a reflexionar, acerca del porqué hemos llegado a esta situación, si consideramos que la protección en contra del covid-19 es relativamente sencilla en la medida de que incorporemos a nuestro repertorio de hábitos conductas como usar el cubrebocas de manera permanente cuando salgamos de casa, guardar distancia física cuando estemos cerca de otras personas, limpieza frecuente del espacio en que habitamos, lavado de manos frecuente, etc., tomaremos consciencia de que es responsabilidad colectiva el reducir estas cifras lo antes posible.

Para comprender estos comportamientos colectivos debemos recordar que antes de la pandemia, nuestra sociedad estaba sumida en una crisis que se agudizaba cada vez más y que se manifestaba en tres dimensiones fundamentales: Una crisis económica originada por la implementación de políticas neoliberales en los últimos 30 años, prácticas de corrupción en las esferas de gobierno y en los partidos políticos, que dieron como resultado un crecimiento inaudito de una enorme desigualdad social con niveles nunca antes vistos en la historia de la humanidad y que se reflejaba en el aumento rápido de millones de personas que pasaban a vivir en condiciones de pobreza y miseria, mientras que unos cuantos millonarios se hacían cada vez más ricos a costa del empobrecimiento colectivo. Las modificaciones a las constituciones de varios países permitieron la eliminación de derechos laborales y prestaciones sociales lo cual aumentó las condiciones de pobreza, miseria y explotación laboral para millones de personas, lo cual creó el ambiente ideal para el surgimiento de problemas sociales como delincuencia común, delincuencia organizada, drogadicción, alcholismo, prostitución, etc.

Por otro lado se observaba una crisis política en la que los Estados-Nación experimentaban una crisis de liderazgo en la medida que las instituciones que forman parte de las estructuras del Estado moderno presentaban una enorme distancia entre el discurso y la acción, mostrándose debilitadas y con tendencia a desaparecer ante el empuje de políticas neoliberales impuestas por los organismos financieros internacionales que forzaban a los Estados a desaparecer instituciones públicas para proceder a la privatización de los servicios que éstas prestaban y permitir el surgimiento de compañías privadas que lucrarían con servicios que antes proporcionaba el estado, servicios como salud, educación, esparcimiento, deporte, etc.

El sector salud fue uno de los más afectados en varios países, porque se buscaba la privatización de los servicios de salud que proporcionaba el Estado, por lo que los hospitales públicos sufrieron abandono del Estado, disminución de presupuesto para su funcionamiento, recortes de personal, etc. Estas medidas permitieron que el sector salud se sumiera en una crisis profunda y disminuyera su capacidad para ofrecer servicios eficientes de salud a la población.

Junto a las anteriores crisis, se encontraba otra de diferentes dimensiones pero con impacto mayormente dañino: una crisis ecológica que es producida por las grandes corporaciones transnacionales que realizan una explotación irracional de los recursos naturales para poder mantener el equilibrio entre una producción masiva de mercancías y productos y lograr una maximización de un beneficio económico a través del fomento de un consumo masivo. La maquinaria capitalista basada en la propiedad privada de los medios de producción necesitaba manipular al ser humano contemporáneo para disminuir su condición de homo sapiens y reducirlo a la condición de homo consumens y poder mantener el ritmo de producción masiva y consumo masivo.

A esta explotación irracional se suma la producción de toneladas de basura que genera una sociedad que estimula el consumo constante como sustituto de la felicidad humana, creando un placer efímero al comprar algún producto nuevo que tiende a llenar temporalmente el vacío existencial generado por el fetiche de las mercancías, placer que desaparece y surge de nuevo el impulso incontrolable por una nueva compra, a la vez que se desechan aquellos artículos que ya no cumplen su valor de uso, generando con ello una mayor contaminación de mares, ríos , lagos y lagunas, a la vez que son la causa principal del cambio climático y la desaparición de ecosistemas afectando la calidad de vida del ser humano y la desaparición de centenares de especies de animales.

A estas tres crisis (económica, política y ecológica) se sumó una crisis inesperada: la crisis de salud provocada por el surgimiento del coronavirus y su rápida expansión por el mundo entero tomando las características de una pandemia se debe a la globalización presente en nuestras vidas que implica un mayor intercambio comercial a través de la importación y exportación de productos en el mundo entero. Esta pandemia representa la mayor crisis de salud que se registra en la historia de la humanidad y es responsabilidad colectiva participar activamente en su contención y desaparición y la manera de hacerlo es atender los llamados de las autoridades de salud de salir de casa lo menos posible, usar cubrebocas y guardar distancia, etc.

A diez meses del surgimiento de la pandemia los pronósticos iniciales de las autoridades sanitarias de que se superaría la misma en 4 o 6 meses, quedaron rebasados por una triste realidad en la que se observa un alarmante e incontrolable crecimiento de las cifras diarias de casos de covid. Desde un principio las autoridades sanitarias mexicanas dijeron que para controlar esta pandemia “todo dependería del comportamiento de la gente durante la misma”.

La repetición continua de la información sobre las instrucciones para los ciudadanos acerca de cómo evitar el contagio del covid-19, parece que tuvo un efecto contrario en algunas personas que actuaron como si padecieran de disonancia cognitiva, en el sentido de que mostraron un comportamiento contrario al que se les estaba solicitando. Se pidió quedarse en casa guardando un confinamiento voluntario y miles de personas salieron a las calles con el menor pretexto. Se les pidió usar cubrebocas de manera permanente y cientos de personas se negaron a usarla y miles la usan de manera incorrecta, caminando en calles con el cubrebocas debajo de su barbilla, con la nariz descubierta, etc. Se les pidió guardar distancia física al salir y en los comercios se pintaron cruces y señales para que cada persona se colocara encima de ellas y de esa manera guardaran distancia con el resto de las personas reunidas en ese lugar, sin embargo, la gente está más atenta a mirar sus celulares o platicar entre ellos sin siquiera mirar las marcas en el piso que les indican donde deberían colocarse para guardar distancia y en consecuencia no respetan el llamado a guardar distancia física. Mientras tanto en colonias de varias ciudades se escucha la música y las risas de personas divirtiéndose en algún domicilio de nuestras ciudades, desoyendo el llamado de las autoridades de no realizar reuniones en domicilios con cantidades mayores a diez personas. ¿Cómo puede llamarse a esta conducta de no respetar las instrucciones de las autoridades de salud?, ¿Rebeldía sin causa?, ¿Ignorancia colectiva?, ¿irresponsabilidad colectiva?,¿Disonancia cognitiva?

La pandemia nos ha permitido visualizar con mayor claridad los problemas estructurales que antes estaban velados para una inmensa mayoría: la desigualdad social, la pobreza familiar, el problema ecológico provocado por un impulso irracional hacia el consumo, el peligro de continuar con un sistema económico que está devastando al planeta con su lógica de producción masiva-consumo masivo. Cerrar comercios, restaurantes, cantinas, gimnasios, parques, etc, de manera temporal es buena medida pero es insuficiente, de igual forma se ha comprobado que la repetición continua de cifras y estadísticas en el incremento de los casos no aumenta el conocimiento, no fomenta el aprendizaje, ni cambia los comportamientos.

En estos días de diciembre cercanos a nochebuena y navidad se renueva la discusión sobre tomar una decisión entre dos opciones: ¿Salvar vidas o salvar la economía? Miles de personas salen a aglomerarse en los comercios para realizar compras y “prepararse” para nochebuena y navidad. ¿En qué momento quedó registrado en nuestras mentes que forzosamente debemos obsequiar un regalo costoso para demostrar el amor que tenemos hacia nuestros seres queridos? Violar las normas sanitarias para arriesgar la vida en una misión que tiene como objetivo la compra de algún regalo para nuestros seres queridos suena como algo totalmente irracional y absurdo. No necesitamos medir nuestros sentimientos con el precio de los regalos que obsequiemos, tampoco necesitamos cumplir con un ritual de obsequiar un regalo en estas fechas navideñas.

Tan solo pensemos en aquellas miles de familias que pasarán por primera vez nochebuena y navidad sin la presencia de uno o más seres queridos porque fallecieron por el covid-19. Estar vivos en estas fechas es ya de por sí un regalo suficiente y debemos apreciar tal obsequio para no dejarnos manipular por la publicidad y la mercadotecnia que intentarán convencernos para comprar varios artículos y “obsequiar felicidad a nuestros seres queridos”. La felicidad no se encuentra en las cosas materiales, se encuentra en las relaciones que entablamos con otras personas, que pueden ser nuestros abuelos, padres, hermanos, tíos, tías, sobrinos, etc.

Por otro lado, es normal que tengamos deseos de reunirnos con nuestros seres queridos, sobre todo aquellos a quienes vemos una sola vez al año, precisamente en estos días de diciembre en nochebuena, navidad y año nuevo, pero lo más sensato en estos momentos es mostrar nuestro amor hacia los mismos evitando recibir en nuestras casas a personas que no vivan con nosotros, es decir, evitando tener reuniones familiares. Será sin duda alguna una de las navidades más tristes que hayamos tenido, pero si deseamos cuidar nuestra salud y la salud de los demás, evitemos encuentros familiares y mantengamos contacto con ellos a través de videollamadas, teléfono o mensajes de texto.



Debemos reconocer que el consumo colectivo que caracteriza a nuestra sociedad contemporánea está destruyendo la tierra y provocando una crisis ecológica que afecta la existencia de varias especies de animales y a toda la raza humana. No es suficiente con decir que todos estamos dentro del mismo barco que se llama Tierra, o sea nuestro planeta. Todos somos habitantes de la misma tierra, pero algunos van en camarotes de lujo, otros están en cubierta, o muchos mas viajan en el cuarto de máquinas y otros van de polizontes ocultos en las lanchas salvavidas. Es decir, no estamos en condiciones de igualdad social, unos cuantos que viven “la gran vida consumen más, producen más basura y ocasionan más daño a nuestro medio ambiente, otros apenas tienen para sobrevivir y son los más indefensos ante enfermedades oportunistas que los ponen en la primera línea de personas que pueden ser afectadas por el covid-19, pero es indudable que todos debemos contribuir a que nuestro mundo sea habitable.

Si vivimos nuestras vidas sin límites en el consumo y en nuestra libertad individual, disfrutaremos de una libertad que perjudica las condiciones de vida del medio ambiente y de la salud de las demás personas. El consumo exagerado produce una contaminación masiva y destruye ecosistemas, afectando una vida vivible y al generar una gran cantidad de basura estamos afectando nuestras vidas y las vidas de los demás en nombre de una libertad absurda, que va en contra de la colectividad.

Muchas personas se oponen a asimilar en su repertorio de comportamientos las conductas de usar cubrebocas, guardar distancia, quedarse en casa, etc., a nombre del ejercicio de su libertad individual. La libertad así concebida se valora por encima de cualquier otro valor, incluso del valor a la vida misma, la propia y la de otras personas. La recuperación parcial de algunas partes del planeta como resultado de la reducción del consumo durante esta pandemia, nos muestra que todas las personas debemos contribuir a disminuir nuestros patrones de consumo y contaminación y contribuir a salvar nuestro medio ambiente y mejorar la salud pública.

Las restricciones que impone la pandemia tienen como objetivo proteger nuestras vidas y las vidas de otras personas, pero al mismo tiempo estas restricciones nos dan la oportunidad de construir una mirada diferente sobre nosotros mismos, acerca del mundo y sobre la necesidad de cambiar nuestros estilos de vida. Un punto sobresaliente es la necesidad de reconocer que nuestras vidas están en estrecha interdependencia con las vidas de otras personas, así se encuentren en el punto más alejado del planeta. La rápida expansión de la pandemia es un claro ejemplo de ello. Otro punto que resulta imposible ignorar es que nuestro comportamiento individual afecta la salud de los demás y el comportamiento de los demás afecta mi salud personal. Estamos juntos en esta pandemia y sólo podemos salir bien librados si actuamos juntos en forma colectiva y organizada demostrando un aprendizaje al desarrollar comportamientos socialmente responsables, ya que nuestras vidas dependen de como actúe cada quien.

Debemos dejar atrás aquellos tiempos en los que cada quien actuaba por su cuenta sin importar o considerar si su comportamiento afectaba a otras personas. En estos momentos está claro que compartimos el mismo aire, el mismo espacio y los mismos riesgos. Por lo tanto debemos dejar de actuar como si nuestras vidas estuvieran separadas y nuestras vidas personales fueran prioritarias. Vivimos en un mundo cada vez más pequeño que muestra una gran interdependencia y esto nos impide decir “es mi vida personal y yo decido que hacer con ella”.

Debemos aprender a convivir con el resto de las personas que nos rodean y actuar de forma que logremos que vale la pena vivir. La vida que vivimos nunca es una vida aislada, nunca es exclusivamente nuestra en un sentido individual, la personalidad psicosocial que todos tenemos que consiste en una determinada forma de pensar, sentir y actuar de manera diferente a los demás, la hemos construido gracias a la interinfluencia e interdependencia con figuras significativas de personas en los distintos grupos sociales a los que pertenecemos o hemos pertenecido.

Si podemos concebir la vida como el conjunto de vivencias que experimentamos con otras personas en un espacio histórico-temporal determinado, podremos decir entonces que la vida es el lugar donde se dejan de lado los etnocentrismos, el mundo no gira alrededor de nuestra vida personal, nosotros giramos en el mundo en forma colectiva con otras personas con las que compartimos vivencias, espacios, aire, etc.

Hoy podemos afirmar que de los factores que permitieron llegar a este elevado número de cifras sin duda alguna la desigualdad social que impidió seguir las instrucciones de las autoridades sanitarias de guardar confinamiento voluntario y otro factor derivado de la misma es que millones de personas presentaron predisposición para contraer el virus por un estado de salud deficiente: hipertensión, diabetes, desnutrición y otro tipo de enfermedades generadas por vivir en condiciones de miseria, pobreza y exclusión social.

Pero también puede afirmarse que uno de los factores principales que han permitido incrementar las cifras de casos de contagiados y muertes por covid, ha sido la irresponsabilidad social de millones de personas que se negaron a seguir las instrucciones de las autoridades de salud de quedarse en casa y sólo salir en caso necesario, que se resistieron a usar cubrebocas a nombre de la defensa de una libertad individual. Junto a esta irresponsabilidad social se puede incluir una ignorancia colectiva que indujo a miles de personas a continuar sus vidas como si no hubiese pandemia, saliendo de sus casas, recibiendo visitas, realizando fiestas o reuniones privadas en la clandestinidad, etc.

La pandemia obliga a reconocer las diferencias sociales y desigualdades económicas, por lo cual debemos ser más solidarios con otras personas, porque estamos vinculados con los demás en formas complejas que ni siquiera imaginamos a través de algo que se llama “tejido social”. Las vidas más amenazadas por la pandemia son las vidas de los pobres, los que viven en condiciones de miseria, que no tienen dinero para comprar comida y tampoco tienen cobertura médica.

En estas fechas decembrinas, a diez meses de la pandemia, el saldo de víctimas es demasiado alto como para ignorar la necesidad de realizar un aprendizaje social. Fomentar el consumo permitiendo la apertura de comercios e industrias en lugar de reactivar la economía sólo pone en peligro a una gran cantidad de personas, sobre todo a aquellos que tienen predisposición por problemas en su salud (diabetes, hipertensión, desnutrición, etc.). La economía se está derrumbando porque estamos comprando sólo lo que necesitamos, hemos dejado de comprar lo que consideramos no esencial y deberíamos adoptar esta actitud hacia el consumo como un hábito permanente. Cambiemos la forma de expresar nuestros sentimientos hacia nuestros seres queridos y en lugar de obsequiar objetos, regalemos calidad de tiempo en su compañía.

Millones de personas esperan volver a la normalidad que existía antes de la pandemia, sin saber que en realidad esa normalidad fue la que dio origen a la pandemia. Es una normalidad que encubría los problemas estructurales relacionados con la explotación humana en ambientes de trabajo, la explotación irracional de recursos naturales, el consumo masivo de mercancías que generaba toneladas de basura y provocaba destrucción ambiental. Una normalidad que encubrió el desmantelamiento del sistema de salud pública en varios países debido a la implementación de políticas neoliberales que intentaron privatizar esos servicios.

La pandemia expuso que la normalidad liberal pone en peligro de supervivencia a los seres humanos al mismo tiempo que destruye el ambiente a través de la explotación irracional de recursos naturales y la contaminación que produce. La nueva normalidad que debemos construir es la realización de un esfuerzo educativo que nos permita comprender que la pandemia surgió por la llamada “normalidad” que existía antes de ella, que en realidad era un infierno para millones de personas, no podemos regresar a ese tipo de normalidad que provocó revueltas populares en varios países, es la normalidad de la pobreza, del hambre, de la miseria colectiva, etc. 

La educación debe cambiar no sólo ampliando la distancia física entre pupitres o normalizando la educación a distancia, sino cambiando los contenidos para incluir enfoques críticos sobre la realidad social y la promoción de una educación que incluya una igualdad social como meta a alcanzar, explicando las relaciones de poder asimétrico vigentes en nuestra sociedad y la necesidad de construir un poder simétrico en el cual se de un empoderamiento colectivo de los individuos y de las comunidades. No debemos permitir que después de esta pandemia se implemente un gatopardismo que consiste en cambiar todo para que todo siga igual. No será suficiente con lograr ciertas concesiones y seguir permitiendo que el capitalismo siga con una explotación sin precedentes de la naturaleza como el neoextractivismo que destruye ciclos vitales de restauración de recursos naturales, la minería a cielo abierto, la agricultura industrial, el uso de insecticidas, la contaminación de ríos, mares y lagunas, etc. La crisis ecológica y el calentamiento global es lo que permite el surgimiento de virus y que estos pasen de los animales a los seres humanos.

La nueva normalidad debe incluir la discusión sobre el papel que juegan las grandes corporaciones en nuestras vidas y el poder que ejercen sobre los dirigentes políticos al obligarlos a implementar políticas neoliberales que violan derechos ya consagrados en las constituciones de nuestros países.

Pero debemos tener presente que la nueva normalidad se caracterizará por encontrarnos en una pandemia intermitente, es decir, estaremos en condiciones de confinamiento temporal, desconfinamiento y nuevos confinamientos. La pandemia no terminará con el fin del año 2,020, la tendremos presente en nuestras vidas en el 2,021. 



Por todas las razones anteriores debemos empezar la discusión acerca de la necesidad de construir otro modelo de sociedad que no se base en la producción masiva y consumo masivo, es decir, en otro modelo que no sea el neoliberalismo que tanto daño ha provocado en los últimos 40 años. El modelo actual ya demostró su inoperancia y perjuicio social, la pandemia demostró que el neoliberalismo no tiene fundamento ético, social y político, por lo que el escenario de un cambio social se presenta como una necesidad urgente y necesaria.

Esta necesidad nos debe ayudar a terminar con la creencia creada durante el neoliberalismo de que padecíamos una ausencia de alternativas, de que después de la caída del muro de Berlín y el desplome de la Unión soviética sólo quedaba la opción del capitalismo que hoy es un capitalismo financiero. La pandemia nos abrió los ojos acerca de que podemos salir del confinamiento político en el que nos tenía sometidos el neoliberalismo.

Necesitamos reconstruir las formas de hacer política, rebasar la democracia representativa y construir una verdadera democracia participativa en donde los individuos nos reconozcamos como sujetos históricos, que estamos construyendo la historia en nuestra interacción cotidiana en los diferentes grupos, organizaciones y comunidades a las que pertenecemos y que en consecuencia, podemos cambiar el rumbo de la historia en la medida que incrementemos nuestra participación social y desarrollemos un empoderamiento individual y colectivo.

La construcción de este empoderamiento nos permitirá cambiar la relación asimétrica que existe entre el poder corporativo, el poder político y la voluntad popular. Debe terminarse con la fragmentación de las luchas y movimientos colectivos que hoy existen, para construir un movimiento unitario, un frente de todos estos movimientos que estén integrados por sujetos políticos globales que visualicen la articulación que existe entre los problemas locales, nacionales y sus raíces globales. Los partidos políticos son importantes, pero más importantes son los movimientos colectivos, debe haber una correlación entre ambos para lograr la construcción de la democracia en las calles, universidades, fábricas, familias, centros de trabajo, etc.

La nueva realidad debe caracterizarse por la consolidación de una democracia participativa, en la que todos los ciudadanos participemos en la discusión de los problemas colectivos relevantes en nuestra vida pública, no debemos limitar la participación en contiendas electorales. Si se limita la democracia a la participación electoral, la democracia dejará de existir, esta participación debe darse también impulsando y apoyando políticas públicas de protección social que rompan con el cerco neoliberal. 

La nueva realidad debe excluir los crímenes de la paz que se cometen en nombre de una paz social caracterizada por miles de muertes por hambre, desnutrición, enfermedades que podrían curarse si se obtiene atención médica y medicinas en forma oportuna. Esta nueva realidad  debe darse a través de la construcción de un nuevo sistema social que no contemple la explotación desmedida de los recursos naturales, ni la explotación laboral extrema. Sólo a través de una democracia participativa podremos tomar el rumbo de nuestra existencia bajo nuestro control y evitar seguir por el camino a la autodestrucción y muerte que nos conduce el neoliberalismo. En la medida que nos concibamos como seres sociales que pertenecemos a comunidades y manejemos mas el lenguaje del "nosotros" por encima del uso del "yo", estaremos en condiciones de realizar una efectiva defensa de la vida que está amenazada no sólo por la pandemia, sino también por un capitalismo feroz que sólo tiene como meta hacer más ricos a los ricos a través de maximización del beneficio económico manteniendo un equilibrio entre producción masivo y consumo masivo. De nosotros depende no solo salir de esta pandemia con vida, reducir los números de contagiados y fallecidos, también depende la construcción de un mundo mejor al que tenemos hoy y superior al que prevalecía en la normalidad previa a la pandemia del covid-19.

Boaventura De Souza, Santos: Las tres salidas de la epidemia

http://www.correodelorinoco.gob.ve/boaventura-de-sousa-santos-pandemia/

Butler, Judith: La pandemia, el futuro y una duda: ¡qué es lo que hace que una vida sea vivible?

https://www.lavaca.org/notas/judith-butler-la-pandemia-el-futuro-y-una-duda-que-es-lo-que-hace-que-la-vida-sea-vivible/

Massimo Paolini: Romper la normalidad: sobre la urgencia de cambios sociales, económicos, ecológicos y educativos. Agosto 2,020

https://www.perspectivasanomalas.org/2020/08/17/romper-la-normalidad-sobre-la-urgencia-de-cambios-sociales-economicos-ecologicos-educativos/?fbclid=IwAR3X_8RG6yqVLsouxNEgKnJDcNXUVDcUwGGEBF-vb27ebBSupiPcnXAyjdQ


Neoliberalismo: la importancia de conocer

http://www.xn--sociologainquieta-kvb.com/2020/06/neoliberalismo-la-importancia-de-conocer.html?fbclid=IwAR1sgy2LZeYqr2dDo8pz5VOzJVSm5sqZm0QJudJ5rWj-8uwU7ElnWxl27QQ

Junio 2,020

Yescas, Oscar:El cambio cultural como asunto de vida o muerte durante el covid. https://oscaryescasd.blogspot.com/2020/10/elcambio-cultural-como-asunto-de-vida-o.html

Yescas, Oscar: El castigo de Sísifo en la posmodernidad

https://oscaryescasd.blogspot.com/2020/11/elcastigo-de-sisifo-en-la-posmodernidad.html

Yescas, Oscar: La transformación social desde una perspectiva científica

https://oscaryescasd.blogspot.com/2020/09/latransformacion-social-desde-una.html

Yescas, Oscar: La ignorancia como fuerza alimentadora del covid-19

https://oscaryescasd.blogspot.com/2020/07/laignorancia-como-fuerza-alimentadora.html