El
discurso del odio
Oscar
Yescas Domínguez
05
de agosto del 2,019
El
mundo en el siglo XXI nos parece cada vez más pequeño, las
distancias geográficas ya no nos determinan, el desarrollo
tecnológico nos permite comunicarnos en forma inmediata con varias
personas en forma simultánea sin importar que unos estén dentro de
nuestra ciudad, Estado, país o fuera de ellos.
Los
cambios sociales nos plantean la necesidad de hablar más de un
idioma si queremos triunfar en lo laboral y económico, porque cada
vez más existe una interdependencia e interacción entre varios
países . Hoy en día no es difícil conocer o encontrarnos con
personas de otros países en nuestras ciudades, ya sea que viajen por
motivos de placer u obligados a abandonar su lugar de origen para
buscar una mejor vida. ¿Quién no conoce algún amigo o tiene un
familiar que viva en el extranjero?
Vivimos
un momento histórico en el que predomina una gran diversidad social,
cultural y sexual en la sociedad contemporánea, pero de manera
lamentable estamos viendo como resurge el racismo, como se incrementa
la xenofobia y da lugar al odio a quien es diferente, a quien viste
de manera distinta, a quien habla otro idioma que no sea el nuestro.
El
discurso del odio es alimentado por aquellos que disfrutan la enorme
desigualdad social y económica porque se ven favorecidos por la
misma. Aquellos que viven en el país donde la mayoría de los
productos que consumen son hechos por personas pobres que viven en
países lejanos y también en países no tan lejanos, recibiendo un
salario ínfimo y viviendo en condiciones de pobreza de las cuales
jamás saldrán, a menos que emigren de esos lugares.
Los
que viven de la importación de productos se limitan a consumir sin
importarles las condiciones de vida y trabajo de quienes hicieron
esos productos que llegan a sus casas porque es un asunto que no les
interesa. Esas condiciones de gran desventaja social sociales que
existen en otros países y que de manera indirecta crea su propio
gobierno al efectuar intervenciones políticas o militares, ya que el
desarrollo de un país está basado en el subdesarrollo de otros
países.
Algo
parecido a lo que sucede con la riqueza social que se produce
diariamente, los ricos aumentan su riqueza a través de la
explotación de los trabajadores que generan esa riqueza, mientras
más aumentan su fortuna los ricos, más empobrece quien genera esa
riqueza.
Los
países ricos explotan los recursos de los países pobres, a los que
de manera eufemística les llaman “países en vías de desarrollo”
y sus habitantes viven su vida cotidiana pensando que se merecen
tener una buena vida y su concepto de buena vida es tener un alto
consumo cotidiano. Erróneamente piensan que la felicidad se logra
consumiendo cada día más.
La
ideología dominante les hace pensar que son “triunfadores” y
aquellas personas que carecen de recursos económicos o que vive en
condiciones de pobreza son “perdedores”, gente que no es
inteligente o que simplemente no aprovechó las “oportunidades que
da la vida”.
Cuando
las condiciones de vida de las personas que viven en condiciones de
pobreza se complican al grado de estar sólo sobreviviendo, o cuando
se agudiza la violencia poniendo la seguridad personal en peligro, se
produce la emigración, el abandono de aquellos lugares y países en
los cuales no hay oportunidades de desarrollo para dirigirse a los
lugares o países en los que se cree podrán mejorar sus condiciones
de vida.
Es entonces cuando los problemas que existe en otros países toca
nuestras puertas, llega a nuestras calles y ciudades. Vemos en México
el paso de miles de emigrantes rumbo a la frontera norte con abiertas
intenciones de cruzar en forma ilegal para ingresar a territorio
estadunidense. En su paso por territorio mexicano, los emigrantes
sufren asaltos, violaciones y un trato que de manera franca raya en
el racismo, rechazando al extranjero que ingresa de manera violenta a
nuestro país, exigiendo un trato que les permita satisfacer sus
necesidades y nos preguntamos porqué no lucharon de esa forma en sus
lugares de origen para defender sus derechos.
Pero
también los inmigrantes que cruzan México reciben solidaridad,
apoyo, alimentos, refugio por parte de personas con sentimientos de
solidaridad social hacia el excluído, pero sobra decir, que estas
manifestaciones son de menor frecuencia que aquellas que demuestran
recelo, desconfianza y franco rechazo hacia el extranjero que cruza
por nuestras tierras.
Pero
ese trato de exclusión, de rechazo recibido en México no es nada
comparado con el trato que reciben quienes logran ingresar a Estados,
ya que en ese país el discurso del odio tiene tiempo cobrando una
vigencia y fuerza cada vez mayor.
El
odio al extranjero, la desconfianza y violencia hacia los inmigrantes
ilegales ha perdido proporciones y ha llegado a afectar a ciudadanos
estadunidenses con ascendencia latina. Es el racismo que lleva a
rechazar a alguien por el tono de su piel, por su complexión física,
por hablar otro idioma que no sea el inglés. Inclusive, no importa
que hable inglés es su simple aspecto físico.
Este
discurso del odio ha sido manejado con intenciones políticas para
inspirar temor, inseguridad y desconfianza hacia aquellas personas
que encajen en los esterotipos de terroristas, indocumentados o
malvivientes.
El
discurso del odio surge en una sociedad donde existe una fuerte
cultura de apego a las armas, una sociedad que permite que sus
ciudadanos compren armamento moderno con una relativa facilidad,
permitiendo que miles de personas en Estados Unidos tengan un
verdadero arsenal en sus hogares.
El
discurso del odio intenta culpar al extranjero de la movilidad de las
grandes compañías prefieren abrir sucursales en países lejanos para
pagar salarios menores a los que pagaría a trabajadores
estadunidenses.
El
discurso del odio intenta generar inestabilidad psicológica creando
sentimientos de inseguridad, temor, incertidumbre entre la población,
para presentar propuestas de incremento al presupuesto militar o
intervenciones militares en el extranjero dirigida a “blancos
hostiles” utilizando la mentira, el engaño y el fraude para lograr
que las grandes corporaciones de fabricantes de armas obtengan del
gobierno contratos millonarios y los políticos puedan seguir
cuidando “la seguridad nacional”.
Lamentablemente
este discurso del odio ha llegado a ser tan efectivo que ha pasado de
las palabras a los hechos, de los insultos, las vejaciones y
humillaciones a quienes en los estereotipos “socialmente no
aceptados”, para presentarse en su expresión más destructiva: el
asesinato masivo de personas, pero no de cualquier persona, sólo de
aquellas que correspondan a los estereotipos difundidos desde las más
altas esferas del gobierno.
La
violencia contemporánea que los ciudadanos estadunidenses ven en
otros lugares del mundo en forma magnificada, pero que no son capaces
de ver dentro del territorio estadunidense hoy explotó en uno de los
íconos de la cultura de consumo en Estados Unidos: una sucursal de
WaltMart.
Un
joven estadunidense que acaba de cumplir su mayoría de edad, salió
de su casa armado hasta los dientes en busca de mexicanos que
asesinar. Qué fue lo que lo motivó a realizar estos crímenes de
odio? No podemos individualizar un problema social, bien sabemos que
lo individual está determinado por lo social. Podrá argumentarse
que es un individuo aislado, frustrado, con desórdenes psicológicos,
etc., pero
no podrá negarse que el discurso político imperante se ha
distinguido por caracterizar a hispanos como el prototipo de
violadores, narcotraficantes, asesinos, etc.
Lo
social determina lo individual y hoy un acto individual (bueno en
realidad han sido tres en un tiempo relativamente corto), deja un alto
número de muertes realizado por un individuo que tenía toda la
intención de “matar al mayor número de mexicanos”.
El
Presidente Trump
asegura que los tiroteos son un ataque contra la nación y ha pedido
al FBI que investigue también el terrorismo interno y los crímenes
de odio. Ha condenado el racismo y las teorías supremacistas.
Habla
también de reducir la cultura de la violencia, incluidos los
videojuegos y la violencia en Internet
Trump
se muestra dispuesto a reformar leyes sobre salud mental para
identificar -antes de que actúen- a individuos peligrosos y llama a
aplicar la pena de muerte a los autores de estos tiroteos” .
Pero
es un discurso tardío que se contrapone al discurso que manejó
durante los últimos años y sobre todo es un discurso que en ningún
momento ejerce la autocrítica. Lo cierto es que en Estados Unidos
existe una cultura de la violencia, reflejada en una libertad
para que cualquier individuo pueda comprar un arsenal y guardarlo en
su casa.
La
mejor manera de enfrentar esta ola de asesinatos masivos inspirados
en el discurso del odio es asumir la responsabilidad en la generación
de los mismos, impulsar la aprobación de leyes que impidan el libre
acceso a las armas y frenar el crecimiento de grupos racistas,
promoviendo la coexistencia pacífica entre los integrantes de una
sociedad que por su naturaleza y origen tiene una gran diversidad
social y cultural.
Es
necesario retomar estas tragedias desde un enfoque que nos permita
obtener algo positivo de algo negativo, es decir, terminar con el
discurso del odio, frenar la libre venta de armas y sobre todo
educar a la población en el respeto a todo individuo
independientemente de su origen racial, condición económica u
orientación sexual.
El
dolor de los familiares de las numerosas víctimas no podrá ser
eliminado, pero sí se pueden tomar las acciones preventivas para que
este tipo de hechos no se repitan jamás en el futuro.
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