El covid y el derecho a la salud
Oscar Yescas Domínguez
07 de agosto de 2,021
Todas las personas son especiales, pero de quien estoy hablando es de un destacado académico universitario en el Estado de Veracruz, Doctor en Psicología y brillante psicoanalista con gran prestigio en aquel Estado, incluso goza de reconocimiento a nivel nacional e incluso internacional. El motivo de su llamada es para avisarme que se encontraba en Guaymas, Sonora, viajando en automóvil desde Xalapa, Veracruz hasta Ensenada, Baja, California y que en lugar de tomar el libramiento de Hermosillo y seguir su viaje, deseaba pasar a saludarme porque tenía muchos deseos de verme. Mi primera reacción fue de gran entusiasmo y alegría por escuchar su voz y saber que se encontraba cerca de la ciudad donde vivo y la sola posibilidad de vernos después de más de tres décadas me emocionó, porque significaría un reencuentro en el cual podríamos ponernos al tanto después de décadas sin vernos, tiempo en el cual cada uno se desarrolló y destacó como profesional de la Psicología.
Pero después de colgar el teléfono un rayo de lucidez opacó mi alegría al recordar que estamos en pandemia iniciando una nueva fase aguda que sin duda alguna representa lo que se ha llamado “la tercera ola del covid”, que en los últimas semanas se han disparado las cifras de contagio en el mundo entero y ha colocado a México en el cuarto país con mayor número de muertes por covid a nivel mundial. En los últimos días, tanto han crecido las cifras de contagio en México que las autoridades sanitarias han optado por dejar de publicar el número de contagios diarios, que según los últimos reportes llegaban a más de 19,000 casos diarios y que por otra fuente me enteré de que las cifras de contagio ya rebasaban los 20,000 casos diarios, datos que generan gran preocupación la cual aumenta por el ocultamiento de las cifras en las fuentes oficiales, porque puede interpretarse como una manipulación de la información.
Entonces, procesando en forma racional la situación en la que nos encontramos, reanudé el diálogo con mi amigo por messenger, le comento que estoy feliz con la posibilidad de vernos después de tanto tiempo, pero que debido a la terrible situación que estamos viviendo con la pandemia, mi esposa y yo nos estamos cuidando tomando medidas que para algunos sonarán extremas, pero que las propias autoridades sanitarias siguen recomendando. Es decir, salir de casa lo menos posible, usar cubrebocas, guardar distancia de otras personas al salir de casa, al regresar quitarse ropa para enviarla a su lavado y dirigirse de inmediato a tomar una ducha antes de tocar cualquier cosa dentro de la casa y principalmente, no realizar ni recibir visitas en casa. Por lo que le comenté a mi querido amigo que sólo podría recibirlo por fuera de mi casa y que si aceptaba venir con esa condición sería más que bien recibido.
El tiempo que tardó en responderme se me hizo eterno, pero finalmente, como buen académico y usando un sentido práctico respondió que mejor seguiría su viaje tomando el libramiento para evitar entrar a Hermosillo, que tenía razón en tomar precauciones y finalizó su respuesta diciendo. “Recuerdo que en una ocasión me dijiste en un mensaje, ya en tiempos de la pandemia: cuidémonos para que volvamos a encontrarnos, continúa esa máxima querido amigo”. Esa noche no dormí bien, porque experimenté sentimientos de culpa, cuestionándome si hice bien o hice mal. Al despertar al día siguiente, tenía un mal sabor de boca, pero ya no me cuestionaba porque sabía que la decisión que ambos tomamos (yo de advertirle que no podía recibirlo en casa y él de tomar el libramiento evitando ingresar a Hermosillo, porque le esperaban todavía muchas horas de viaje después de haber manejado más de 3,000 kilómetros) había sido la correcta. Durante el transcurso del día seguimos en contacto por messenger y me alegró que no se afectó nuestra amistad porque ambos somos conscientes de la situación de riesgo en la que nos encontramos y por ello, permitimos que la racionalidad prevaleciera y dejamos pasar la oportunidad de un emotivo reencuentro, para no poner en riesgo la salud de ambos.No ha sido la única experiencia en la que el covid me ha empujado a alejarme de las personas que amo o estimo. Recientemente un familiar muy cercano me invitó a asistir a su boda, precisamente en Baja California, pero cuando me llamó por teléfono para avisarme que vino especialmente a Hermosillo a entregar las invitaciones y estaba en la lista de invitados especiales, cuando le dije que no asistiría, sentí que le rompía el corazón porque me había avisado meses antes de este evento y contaba con mi asistencia, a pesar de que me insistió me mantuve firme y ya no pasó a mi casa porque el motivo de la visita desapareció. Sé que para él era muy importante mi presencia en ese evento de gran trascendencia, pero pudo más mi racionalidad que me puso a pensar en la cantidad de kilómetros que debería viajar, las horas en carretera, las incontables personas con las que tendría contacto y las innumerables situaciones en las que estaríamos en riesgo de contagio del covid, por lo que mi consciencia me recordó que estamos en pandemia y lo más sensato era quedarse en casa, todos estos pensamientos fueron los que me impidieron aceptar el asistir a la celebración de ese acto de gran relevancia para él y también para mí. En momentos pienso que fui un poco egoísta al no asistir, pero creo que es válido porque el cuidado de la salud en estos tiempos debe ser lo prioritario y estoy plenamente consciente de que los actos individuales pueden tener consecuencias sobre la salud de los demás.
También por el mismo motivo de encontrarnos en pandemia he cancelado por segundo año consecutivo mis planes de viajar para visitar a mi hija y nietos porque las condiciones de salud empeoran cada vez ya que nos encontramos en un punto muy peligroso de la pandemia porque estamos en el inicio de la tercera ola del covid enfrentando un grave aumento en el número de casos de contagios y fallecidos. De 3 a 4 mil casos diarios de contagio en todo el territorio mexicano que se registraban en meses anteriores, las cifras se han disparado hasta superar los 20,000 casos en un sólo día, cifras que superan en mucho a los picos más altos de la pandemia en el 2,020. Lo peligroso de la situación es que el blanco de la nueva variante del covid llamada Delta son los jóvenes, inclusive niños.
Pero lo realmente terrible es que una gran parte de la población actúa como si no existiera pandemia, muchas personas deambulan en nuestras calles sin usar cubrebocas, restaurantes y comercios funcionan con limitaciones, pero continúan funcionando y los consumidores que visitan los centros comerciales no respetan la sana distancia, ni siquiera miran las marcas pintadas en el suelo que indican la distancia que deben guardar con las personas cercanas. Aún cuando la mayoría de las personas percibe como “un riesgo importante” la posibilidad de contagio del covid, para algunos grupos parece que consideran que ese riesgo “es menor” para ellos y continúan con sus comportamientos cotidianos sin tomar las debidas precauciones.
Esta percepción de “riesgo menor” es lo que representa un verdadero riesgo para la mayoría de la población, los comportamientos basados en esta creencia son los que tienen un impacto significativo global. Sobre todo cuando esta percepción prevalece mayoritariamente en los más jóvenes que son conscientes de la crisis de salud, pero se sienten menos amenazados por su juventud y creen que tienen mayores defensas que otras personas, por lo que incurren en conductas de alto riesgo. Diversas investigaciones han demostrado que en la medida que disminuye la edad, los comportamientos son más relajados, ya que consideran que mientras más jóvenes son, mayores defensas tienen. Una percepción totalmente equivocada como lo muestran las estadísticas de los nuevos contagios de la variante Delta del covid, que ataca principalmente a jóvenes y adolescentes, precisamente por esa falsa percepción de estar en el grupo de “riesgo menor”. Por lo que se podría inferir que la percepción de riesgo personal aumenta de forma escalonada de acuerdo al rango de edad.
La situación se complica más porque diversos estudios indican que el agente causante de la enfermedad por covid-19 se ha diversificado y a partir de julio del 2,021 se han detectado cuatro variantes más que generan gran preocupación porque representan verdaderas amenazas potenciales para la humanidad. Estas variante s del covid-19 han recibido los nombres de Alpha, Beta, Delta y Lambda. Ésta última identificada inicialmente en Perú y que ha sido detectada en 40 países, es capaz de presentar una mayor resistencia a la inmunidad antiviral generada por las vacunas contra el covid, por lo que representa un serio peligro a la salud pública.
En este contexto de agudización de la crisis de salud por el incremento en el número de contagios de covid que estamos padeciendo, el gobierno mexicano anuncia un inminente regreso a clases en este mes de agosto, lo cual sin duda alguna traerá como consecuencia un mayor incremento en el número de contagios porque las escuelas no han sido rehabilitadas físicamente para garantizar la sana distancia y se puede predecirse sin riesgo a equivocarse que se convertirán en verdaderos centros de contagio masivo, ya que millones de estudiantes de todos los niveles estarán encerrados en un salón de clases sin tener barreras protectoras porque no se han hecho modificaciones físicas a los mesabancos y estarán compartiendo el mismo aire y espacio por varias horas, lo que aumenta las posibilidades de contagio de covid.
Con todas estas ideas en mi mente, por eso digo que a veces quisiera ser un palurdo, no pensar, dejar de preocuparme y actuar como lo hacen millones de personas en el mundo entero, quienes después de año y medio de pandemia y con la muerte girando a nuestro alrededor, continúan mostrando un comportamiento de gran irresponsabilidad social al presentar resistencia a usar cubrebocas, al no guardar distancia prudente y se exponen innecesariamente a riesgos de contagio del covid y con ello ponen en riesgo a salud de los demás.
Pero ese disparatado deseo de actuar como un palurdo más es un sentimiento efímero porque afortunadamente recupero la cordura y continúo informándome de la situación internacional para comprobar que en la mayoría de los países del mundo que anteriormente habían flexibilizado sus reglas de prevención del covid, al permitir la apertura de centros de trabajo, comercios, restaurantes y centros nocturnos y que llegaron al grado de levantar la obligación de usar cubrebocas en público, ya se encuentran retrocediendo y limitando de nuevo la movilización social aplicando toques de queda, cerrando centros de diversión, empresas y negocios no esenciales porque están sufriendo un alarmante nuevo repunte en los casos de contagio del covid.
Pero lamentablemente en un gran número de países (incluido México), una inmensa mayoría de la población sigue en estado de negación de la gravedad de la crisis de salud que estamos enfrentando, siguen pensando que pronto regresaremos a la normalidad, una normalidad perdida que no regresará y aparentemente sólo un sector reducido de la población reconocemos que estamos viviendo momentos de gran peligro y seguimos actuando con responsabilidad social tomando las precauciones para evitar contagios, pero aún así, se han dado casos de personas que no salieron de sus casas y murieron de covid por haber recibido visitas en sus casas.
Un amplio sector de nuestra sociedad no se ha dado cuenta de que nos encontramos inmersos en una nueva fase aguda de una pandemia en la que han muerto más de 4 millones de personas en el mundo entero y con verdadera tristeza podemos decir que la gran mayoría de estas muertes fueron innecesarias ya que pudieron haber sido evitadas si nuestros gobiernos hubieran tomado las medidas de control que evitaran la expansión de la pandemia. Un hecho innegable es que la medida más efectiva de evitar mayores contagios de covid es reduciendo la movilidad social, es decir, quedarse en casa, no salir si no hay necesidad, usar cubrebocas y guardar distancia y si es necesario, apagar de nuevo el sistema social.
Otra de las causas de tantas muertes innecesarias ha sido la imprudencia, ignorancia e irresponsabilidad de millones de personas que hicieron y siguen haciendo caso omiso de asimilar en su repertorio de comportamientos las conductas de prevención ya conocidas por todos. Tal y como se observan las cosas es de esperarse que la curva de contagios continúe ascendiendo en forma imparable y a las cifras de afectados se sumen otros millones más de muertes a nivel mundial, que también podrían evitarse si cada parte tomara consciencia de su responsabilidad social.
Por un lado, quienes trabajan como servidores públicos deberían ejercer el poder que tienen para lograr la implementación de políticas públicas de contención de la pandemia y por otro lado, que los ciudadanos tomemos consciencia de la necesidad de participar en forma responsable para cuidar la salud colectiva.
Mientras no cambiemos nuestros comportamientos individuales, veremos que en los números de afectados del covid se encontrarán cada vez más, los rostros de familiares, amistades, conocidos, colegas, vecinos, etc. El avance de la pandemia nos empuja a encerrarnos en nuestras casas y a experimentar un sentimiento de inseguridad y temor cada vez que salimos de ellas. Vivimos tiempos en los que estamos padeciendo la desaparición de los rituales que antes daban significado a nuestras vidas. Creo que no es exagerado afirmar que todos sin excepción alguna hemos celebrado nuestro cumpleaños a solas, sin poder invitar a nuestros amigos, familiares o vecinos. Aquellos festejos que antes servían de pretexto para reunir a la familia (quinceañeras, bodas, bautizos, cenas de fin de año, etc), se están diluyendo en el marco de la pandemia y esto tiene un impacto psicológico que cada persona resiente de manera diferente.
La pandemia del covid-19 no sólo ha dejado una estela de muerte en su paso por la mayoría de los países del mundo, también ha dejado un profundo dolor en las familias de cada fallecido por este virus. Si nos ponemos a pensar en que cada uno de los más de 4 millones de fallecidos por covid en esta pandemia, eran esposos, padres, madres, hijos, hermanos, tíos, etc., nos podremos dar una idea del daño que la pandemia ha provocado en el tejido social, sobre todo si tomamos en cuenta a los hijos que quedaron solos después de que sus padres fallecieran en esta pandemia.
La pandemia del covid-19 ha provocado un notable incremento en los casos de depresión y ansiedad en la mayoría de los países del mundo entero y México no ha sido la excepción. El impacto económico del covid al provocar el cierre de miles de empresas en Latinoamérica, provocó un aumento en el desempleo y con ello una inseguridad financiera en millones de personas, aumentó la pobreza y agudizó la crisis económica que ya se venía padeciendo. La demanda de medicamentos controlados para a depresión, ansiedad o para inducir el sueño, se ha disparado y no son suficientes las cantidades que les permiten prescribir porque la demanda supera los límites establecidos.
Por estas razones es importante que tomemos consciencia de que los aumentos de contagios se han producido por descuidos en el comportamiento de los afectados y por la ausencia de implementación de políticas de salud que contribuyan a disminuir el contacto social. Debemos tener presente que ha sido responsabilidad humana el surgimiento de la crisis del covid, de la contaminación gradual de nuestro planeta y del deterioro del medio ambiente y en esa misma línea, el disparo de las cifras de contagio del covid, el encontrarnos en una nueva fase de crecimiento inusitado de casos que se ha denominado la tercera ola, también es resultado del comportamiento humano. Cada ciudadano debería asimilar de manera consciente, que estamos viviendo momentos críticos en esta crisis de salud y que está en nuestras manos evitar ser contagiados o contagiar a las personas que se encuentran a nuestro alrededor si tomamos las medidas preventivas que todos conocemos.
Se esperaría que nuestros gobiernos priorizaran la salud pública en su forma de gobernar, pero nos encontramos en la era de la globalización, en la que se produjo un divorcio entre el poder económico y el poder político, ya que el desarrollo de la tecnología ha ampliado el poder de las grandes corporaciones, al tener la capacidad de movilizar enormes cantidades de capital de un lugar a otro con el sólo clic de un teléfono.
El poder corporativo tiene sometido a nuestros gobiernos y una muestra de ellos es la prioridad para “salvar la economía” que mantienen nuestros gobiernos por encima de su obligación de cuidar la salud pública de quienes los colocaron en posición de poder. La influencia del poder corporativo ha logrado la modificación de las constituciones de varios países latinoamericanos para eliminar derechos laborales y prestaciones sociales, dentro de sus intenciones está la eliminación del derecho a la jubilación y la eliminación de las pensiones del sistema laboral. Junto a ello, se encuentran evidencias de que la corrupción continúa vigente en varias de las instituciones gubernamentales, ya que el neoliberalismo impulsa la privatización de los servicios públicos y la estrategia para lograrlo es a través de la corrupción de legisladores y directivos de las instituciones gubernamentales.
La crisis del covid evidenció el estado de colapso y abandono en el que se encuentran los sistemas de salud en varios países latinoamericanos, porque estaban en la vía de la privatización del servicio de salud pública y por ello la pandemia llegó a hospitales públicos que no contaban con personal suficiente, medicamentos adecuados ni insumos médicos en la cantidad necesaria para enfrentar la crisis de salud.
Es el caso en Sonora, del Instituto de Seguridad Social al Servicio de los trabajadores del estado de Sonora (ISSSTESON), institución de salud pública que presenta desde hace varios años una grave crisis financiera que ha afectado su funcionamiento y con ello, ha disminuido la calidad de la atención que ofrece a sus miles de derechohabientes. La corrupción en el sistema de salud afecta la atención a los enfermos del covid por la falta de medicamentos, insumos hospitalarios, personal médico suficiente, mantenimiento de áreas de hospitalización, etc.
En este contexto global, la lucha por la defensa de nuestra salud no debe limitarse a que la ciudadanía de muestras de responsabilidad social al incorporar las conductas preventivas de contagio del covid, en realidad, al asumir la defensa de nuestra salud y exigir de nuestros gobiernos la implementación de políticas públicas que tiendan a proteger la salud pública, está incluida en esta demanda el equipamiento de hospitales públicos, la compra necesaria y suficiente de equipo e insumos médicos, la dotación de equipo de protección y el pago justo al personal del sector salud, de tal forma que se garantice una atención médica profesional, oportuna y eficiente en los hospitales públicos.
La creciente demanda de atención médica por el incremento en los casos de número de contagios por covid, va en un sentido contrario a la implementación de políticas neoliberales que pretenden privatizar todo tipo de servicios públicos, dentro de los cuales se encuentra la privatización del sector salud. La defensa por la salud se convierte en una lucha en contra de la corrupción que invade las instituciones gubernamentales, especialmente en las instituciones de salud pública. Por lo tanto, la defensa del derecho a la salud se convierte en una acción política y quienes participan en ella, asumen un rol de actores políticos que actúan luchando por una causa legítima como lo es la salud, un valor que no tiene precio en este contexto de crisis sanitaria en la que millones de personas han perdido la vida y muchos más se sumarán si no cambiamos nuestros comportamientos individuales asumiendo una responsabilidad social y si no exigimos del Estado las medidas necesarias para garantizar la protección de la salud pública.
Los trabajadores organizados en sindicatos deben proceder a la democratización de sus organizaciones para que sus representantes sindicales realmente representen y defiendan sus intereses y en este caso encabecen la lucha por una atención médica oportuna, y por la erradicación de la corrupción dentro de las instituciones gubernamentales. No podemos mantener la expectativa de volver a la antigua normalidad que encubrió el desmantelamiento del sistema de salud pública en varios países debido a la implementación de políticas neoliberales que intentaron privatizar esos servicios.
La pandemia expuso que la normalidad liberal pone en peligro de supervivencia a los seres humanos al mismo tiempo que destruye el ambiente a través de la explotación irracional de recursos naturales y la contaminación que produce. La nueva normalidad que debemos construir es la realización de un esfuerzo educativo que nos permita comprender que la pandemia surgió por la llamada “normalidad” que existía antes de ella, que en realidad era un infierno para millones de personas, no podemos regresar a ese tipo de normalidad que provocó revueltas populares en varios países, es la normalidad de la pobreza, del hambre, de la miseria colectiva, etc. la nueva realidad debe caracterizarse por la consolidación de una democracia participativa, en la que todos los ciudadanos participemos en la discusión de los problemas colectivos relevantes en nuestra vida pública, no debemos limitar la participación en contiendas electorales.
No debemos permitir que después de esta pandemia se implemente un gatopardismo que consiste en cambiar todo para que todo siga igual. La nueva normalidad debe incluir la discusión sobre el papel que juegan las grandes corporaciones en nuestras vidas y el poder que ejercen sobre los dirigentes políticos al obligarlos a implementar políticas neoliberales que violan derechos ya consagrados en las constituciones de nuestros países.
Necesitamos reconstruir las formas de hacer política, rebasar la democracia representativa y construir una verdadera democracia participativa en donde los individuos nos reconozcamos como sujetos históricos, que estamos construyendo la historia en nuestra interacción cotidiana en los diferentes grupos, organizaciones y comunidades a las que pertenecemos y que en consecuencia, podemos cambiar el rumbo de la historia en la medida que incrementemos nuestra participación social y desarrollemos un empoderamiento individual y colectivo para garantizar el derecho a la salud como una prioridad en las políticas gubernamentales. De nosotros depende no solo salir de esta pandemia con vida, reducir los números de contagiados y fallecidos, también depende la construcción de un mundo mejor al que tenemos hoy y superior al que prevalecía en la normalidad previa a la pandemia del covid-19.
Bienvenidos al feliz mundo pandémico: violencia, guerras fría y vacunas. Boaventura de Souza Santos 26 de julio del 2,021
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