follow me

sábado, 12 de junio de 2021

                 Caminar una milla en los zapatos del otro

Oscar Yescas Domínguez

12 de junio de 2,021


He sido amante de los libros desde mi adolescencia y reconozco que en gran parte ha a través de la lectura/estudio de los libros que he logrado ser quien soy y estar donde estoy. Cerca del ocaso de mi vida siento con mayor intensidad la necesidad de seguir leyendo porque los conocimientos que he llegado a acumular a lo largo de mi vida (que incluyen 33 años trabajando como profesor-investigador de tiempo completo enseñando Psicología en la Universidad de Sonora) son como un gota en un océano de conocimientos que la humanidad ha construido en su historia, por lo que mientras más leo, más me doy cuenta de que es mucho más lo que ignoro y necesito saber para continuar escribiendo y publicando lo que dejaré como parte de mi legado.

Pero hay otra pasión que me caracteriza y también contribuyó a mi formación personal y al desarrollo de una sensibilidad social y esta es mi abierta melomanía, es decir, el amor que siento por la música, que también tuvo un efecto liberador de mi persona en la medida que aparte de disfrutar el ritmo y sonido, me atraían también las letras de las canciones, sobre todo aquellas que contenían mensajes de liberación social porque aprendí de ellas lo suficiente como para ampliar mi visión del mundo desde una perspectiva crítica. La música como medio de concientización jugó un papel importante para aquellos que vivimos nuestra juventud en la década de los setentas, un momento histórico caracterizado por grandes convulsiones sociales que repercutieron a nivel internacional. Fueron miles las canciones que disfruté escucharlas y en estos momentos recuerdo de manera particular una de ellas: “Cada fotografía cuenta una historia” (every picture tells a story) del cantante británico Rod Stewart, que venía en el album del mismo nombre que salió a la venta en 1971.

En aquellos tiempos disfrutábamos la música solo a través del oído porque no había videos musicales y tampoco había teléfonos celulares como los que hoy nos permiten tomar fotografías de cualquier cosa y en cualquier momento, por lo que el hecho de tener una fotografía de algo a alguien significativo para nosotros adquiría gran valor. Tener cámara fotográfica en aquellos años era un lujo que pocas personas podían disfrutar, por eso buena parte de quienes vivimos nuestra infancia y juventud previa a la invención de teléfonos celulares, no tenemos fotografías de las primeras etapas de nuestra infancia o juventud. El asunto es que traigo a colación esa canción de Rod Stewart porque nos decía algo que es sumamente obvio, pero que de tan obvio que es, lo pasamos por alto: Cada imagen cuenta una historia.

Muchas personas piensan que los psicólogos “psicologizamos” a través de nuestras miradas y algunas llegan al extremo de evitar establecer contacto visual “para no revelar sus secretos ocultos”. La realidad es que los psicólogos realizamos una observación analítica de quien se acerca a pedir ayuda para tener más información de la misma y prestamos atención a la comunicación no verbal, partiendo del conocimiento comprobado de que en las relaciones interpersonales hay un 30% de mensajes verbales y un 70% de mensajes no verbales. Con una mirada crítica podemos reconocer si la persona está ansiosa o relajada, que tipo de emociones experimenta en ese momento, si realiza contacto visual o no, la vestimenta que utiliza nos indica factores socioeconómicos y grado de atención o cuidado que la persona presta a sí misma, etc. Es el poder de la observación lo que nos proporciona desde el primer momento información de gran importancia relacionada con la persona que tenemos enfrente, por lo que podemos decir que la frase “cada imagen cuenta una historia” tiene un fundamento empírico.

Elevando el nivel de análisis, pasando del individuo a la sociedad, es necesario decir que nos encontramos en una sociedad donde se rinde culto a la imagen, por lo que desfilan diariamente miles de imágenes ante nuestros ojos y por lo mismo no sólo hemos perdido la capacidad de analizar lo que vemos, sino que también se ha perdido nuestra capacidad para criticar la realidad en la que nos encontramos.

Esto sucede porque estamos enfrentando lo que nos advirtió Giovanni Sartori a finales del siglo pasado cuando nos decía en su libro Homo Videns que la televisión y la imagen perjudicaban la capacidad de razonar y de pensar de los seres humanos al grado de empobrecer el aparato cognoscitivo, el tiempo prolongado que pasamos diariamente frente al televisor y con nuestros teléfonos celulares contribuye a anular la capacidad de pensamiento a tal punto que genera una incapacidad para articular ideas en forma clara y razonable.

Es fácil comprobar que en los tiempos actuales predomina una cultura audiovisual en nuestra vida cotidiana, esta cultura limita las fuentes de nuestro aprendizaje e información a sólo aquello que vemos o escuchamos, por lo que la capacidad de pensamiento autónomo disminuye, debido a que la mayoría de las personas no tienen el hábito de la lectura y en estas condiciones se crea un “proletariado intelectual” (es decir, alguien que carece de intelecto, que no tiene muchos conocimientos), que substituye al homo sapiens que fue el producto de la cultura escrita y en su lugar aparece el homo videns, (el ser humano que limita su aprendizaje a los estímulos visuales como fuente principal) como un producto natural de la cultura de la imagen en la sociedad de consumo.

Varios estudios antropológicos y sociológicos han descrito con claridad que hay una correlación directa entre la cultura de una sociedad y el tipo de ciudadano modelo que requiere la misma. En nuestra sociedad neocapitallista y neoliberal, el homo videns era el paso necesario para la creación del homo consumens, el individuo ideal para mantener un equilibrio en una sociedad basada en una producción masiva y un consumo masivo de productos, sin que al consumidor le importe el daño que se produce a sí mismo y al medio ambiente con su estilo de vida como consumidor.

En nuestra sociedad estamos inundados de imágenes, conservamos cientos de ellas en nuestros teléfonos celulares, otras miles de ellas las almacenamos en nuestras computadoras y por este tsunami de imágenes que vivimos diariamente en redes sociales, hemos perdido la capacidad para observar con ojo crítico y comprender las historias que nos cuenta cada imagen. La dependencia que hemos generado hacia nuestros teléfonos celulares, la necesidad de “estar conectados” a las redes sociales de manera permanente, sobre todo durante la pandemia, nos ha hecho perder la capacidad de mirar con ojos críticos la realidad que nos rodea y vivimos nuestras vidas cotidianas con total acriticidad.

Pensando en contra de la corriente de la cultura visual predominante que tiende a eliminar la reflexión crítica, quisiera plantear una pregunta: Si partimos de la premisa de que cada imagen cuenta una historia (lo cual es cierto). Dejando a un lado la imagen que tendemos a proyectar en redes sociales, en las cuales exhibimos nuestro lado amable, bello y/o ficticio, si miramos con ojos críticos nuestra imagen frente al espejo, ¿Cuál sería la historia real que observaríamos si nos miramos con ojos críticos al espejo al levantarnos cada día? Creo que observaríamos una incongruencia entre esa imagen real y la imagen virtual que solemos compartir en redes sociales, nos daríamos cuenta de las carencias que tenemos, de las imperfecciones de nuestra vida cotidiana, pero también veríamos que todos tenemos un potencial humano capaz de servir de fuente motivadora para cubrir las necesidades que detectemos.

Tengamos presente que vivimos tiempos en los que lo privado se ha convertido en algo público, vivimos en una sociedad en la que miles de personas comparten fotografías mostrando los alimentos que consumen, los lugares que visitan, publican selfies tomadas en los baños de sus casas, etc., en una búsqueda constante de aprobación social medida en el número de “me gusta” que obtienen en cada publicación. La imagen que la mayoría intenta proyectar en redes sociales es una “imagen de éxito”, un éxito económico reflejado en una silueta esbelta, juvenil, luciendo ropas de marca, publicando fotos de visitas a lugares exclusivos, etc.

Ensimismados en la cultura visual muchas personas han desarrollado una ceguera moral colectiva que caracteriza a nuestra sociedad contemporánea y que consiste en una insensibilidad social al sufrimiento ajeno. Lo mismo sucede con las injusticias que observamos o somos testigo de ellas, muchas personas han perdido su capacidad para indignarse ante la injusticia ajena, ante la impunidad que afecta derechos de terceros, ante esa falta de justicia que sigue acumulando años de de ausencia sin lograr justicia ante verdaderas tragedias. El sentido común de muchas personas se guía por pensamientos como "Las tragedias de otras personas no nos interesan o son algo que no nos pasará a nosotros, yo tengo derecho a seguir con mi vida", "lo que les pasó algo a otros fue por algo que hicieron", "a las personas buenas no nos pasan cosas malas",  etc.

Hace algunos años una persona cercana me dijo que mi perfil en facebook era un “open book”, un libro abierto, porque cualquiera de quienes tengo registrados como amigos virtuales podía ver quien soy, quien es mi esposa, quienes son mis hijos, donde trabajo, qué hago, que lugares visito, etc. Me di cuenta de que tenía razón, estaba compartiendo demasiada información personal y desde entonces decidí limitar la información que comparto en mi muro para recuperar algo de la privacidad perdida.

Volviendo al tema de las imágenes y las historias que se encuentran detrás de ellas, creo que deberíamos usar también una mirada crítica para observar la realidad social que rodea nuestras vidas cotidianas y es entonces cuando me pregunto ¿Qué historias encontraremos si no vemos las imágenes que nos presenta la realidad social con ojos críticos? Si vamos más allá de nuestra esfera individual y si utilizamos esa misma mirada con ojos críticos para ver las múltiples imágenes que conforman nuestra realidad que nos rodea, sin duda alguna estaríamos en mejores condiciones para ver aquello que ha estado por muchos años frente a nuestros ojos, que se ha mantenido invisibilizada y oculta a nuestra mirada porque teníamos una venda que cubría nuestros ojos, pero que hoy en día es algo inocultable e imposible de no mirar sobre todo después de la pandemia del covid-19.

Me refiero a la existencia de una desigualdad social creciente que afecta a una inmensa mayoría de la población y beneficia a unos cuantos. Esta desigualdad social la podemos ver desde que nos levantamos y nos miramos al espejo ya que podemos observar la ausencia o presencia de productos de arreglo personal, la calidad y cantidad de nuestras vestimentas, la calidad y cantidad de ropa y calzado en nuestro closet, las comodidades o ausencia de ellas en nuestros hogares. La desigualdad social también es geográfica, se revela al ver las condiciones de nuestro vecindario, en el tipo materiales con las que fue construida la casa-habitación en la que vivimos, la cantidad de metros cuadrados de construcción, los aparatos que tenemos al interior de nuestras casas (refrigeradores, minisplits, muebles de sala, camas, en la presencia o ausencia del tipo de servicios que disfrutamos (televisión por cable, internet, telefonía, etc.), el estado de las calles, el grado de seguridad o inseguridad pública de la colonia que habitamos, etc. No es lo mismo conducir un automóvil ilegal, en malas condiciones mecánicas que conducir un automóvil del 2,021 equipado con la más moderna tecnología.

Si salimos de nuestras casas, encontraríamos que en muchos aspectos somos privilegiados porque una inmensa mayoría de personas no tienen aquello sin lo cual otras personas “no podrían vivir”: internet, teléfonos celulares, servicio de wifi, conexión a redes sociales, servicio de energía eléctrica, aparatos de aire acondicionado, comida asegurada todos los días, etc. Cualquier persona puede observar que una característica sobresaliente de la sociedad en la que estamos viviendo en la tercera década del tercer milenio es la existencia de una enorme desigualdad social que afecta a una inmensa mayoría de habitantes del planeta, al estar viviendo en condiciones de precariedad, pobreza y miseria, mientras menos del 1% de la población mundial vive disfrutando una vida de abundancia y despilfarro de recursos, porque la riqueza social es distribuida cada vez más en forma desigual. 

    En nuestras vidas cotidianas existen niveles, no existe igualdad social y podríamos decir sin temor a equivocarnos que gran parte de los problemas sociales que enfrentamos surgen por la existencia de una desigualdad social que está creciendo a nivel mundial, afectando a millones de personas en el mundo entero ya que son obligadas a vivir en condiciones de precariedad, pobreza, miseria y marginación. A fines de los noventas se mencionaba la concentración de la riqueza mundial por parte de un 3% de la población, ese porcentaje se redujo en el 2,010 al 1% y hoy en el 2,021, se afirma que sólo un 0.33% de la población es quien concentra la mayor cantidad de riqueza a nivel mundial. Aumentan los millones de personas que viven en condiciones de pobreza y disminuye el número de personas que viven en condiciones de riqueza y abundancia, pero son inmensamente mucho más ricos. Una mirada con ojos críticos de las imágenes de la realidad social que nos rodea no dice que no existe la igualdad social en la vida real, que algunos tenemos privilegios que otros no tienen. La pandemia demostró claramente que el quedarse en casa sin salir durante semanas o meses enteros, fue un privilegio que no todos pudieron tener.

Por otro lado, en nuestros días es muy común que aquellos que tenemos la fortuna de contar con servicio de televisión por cable o estar suscritos a Netflix u otra empresa dedicada a este ramo, disfrutemos el ver maratones de series de televisión que han sido filmadas en países diferentes al nuestro. Esto nos da la oportunidad de observar otros paisajes, escenarios naturales o urbanos, escuchar diferentes tipos de idiomas y en las imágenes de nuestros televisores podemos admirar impresionantes edificios hechos con la tecnología más avanzada, metrópolis que cuentan con anchas avenidas, espectaculares distribuidores viales y puentes que se entrecruzan y dejan fluir el tráfico de varios automóviles de lujo equipados con la tecnología más moderna. En algunos momentos esas imágenes dan la impresión de que son ciudades del futuro porque vemos “casas inteligentes” y automóviles que se conducen por sí mismos, cuyo funcionamiento responde a comandos de voz, pero al verlos funcionar y darnos cuenta de que en realidad ya existe esa infraestructura y desarrollo tecnológico en algunas ciudades, es cuando nos damos cuenta de que el futuro ya llegó, pero está distribuido en forma desigual.

Porque detrás de esos modernos edificios, casas y automóviles de lujo hechos con la tecnología más moderna se encuentran los barrios marginados, las colonias pobres, los cinturones de miseria que rodean a las grandes metrópolis, que lo mismo se pueden encontrar en Sao Paulo (Brasil, Buenos Aires (Argentina), Seúl (Corea), Detroit (Estados Unidos) o la Ciudad de México, donde habitan aquellos Miserables que describió Víctor Hugo, Los de abajo de Mariano Azuela, Los condenados de la tierra de Franz Fannon, es decir, los pobres, los oprimidos, los excluidos socialmente, los “consumidores defectuosos” que menciona Zygmunt Bauman.

Los guionistas de esas series que tienen gran audiencia gracias al desarrollo tecnológico que permite que millones de personas las vean simultáneamente en distintos países, intentan inútilmente maquillar una realidad desigual. Presentan el sufrimiento colectivo que viven millones de personas en el marco del sistema capitalista neoliberal como “algo natural”, en diversas series de televisión se observa la existencia de una masa de individuos que viven en condiciones de explotación laboral, con salarios bajos, extenuantes jornadas diarias de trabajo y se presentan los problemas como la prostitución, el narcotráfico, la drogadicción, la violencia citadina, la explotación laboral, la pobreza y la marginación social como parte de la vida cotidiana en la sociedad moderna.

Con la misma intención, algunos guionistas intentan presentar en sus series televisivas o películas como “algo natural” el ver a hombres y mujeres vestidos con ropa de marcas exclusivas, viviendo en lujosas residencias, conduciendo automóviles último modelo, mientras exhiben la presencia de mujeres en las esquinas de algunas calles marginadas esperando clientes para vender sus favores sexuales, o el que los hombres acudan a lugares donde toman bebidas observando a mujeres desnudarse mientras bailan en forma sensual para el público masculino. De igual forma presentan como algo “socialmente aceptable” las imágenes de personas en condición de calle o llamados “sin hogar” (homeless), empujando carritos de supermercado y hurgando entre botes de basura.

Lo lamentable de esta situación es que cualquiera puede verificar esta información acerca de las condiciones de existencia de una desigualdad social en el mundo entero utilizando buscadores de internet planteando preguntas precisas al respecto, pero el principal problema que enfrentamos es que gran parte de la población padece de la adioforización descrita por Zygmunt Bauman que consiste en ver los problemas sociales en forma neutral, con una mirada donde la ética está completamente ausente y por ello no se discierne entre lo que es bueno y lo que es malo, de tal forma que gran parte de la población en nuestra sociedad llega al extremo de aceptar como “algo natural” las condiciones de desigualdad social en su vida cotidiana, o como algo parte de “su destino” el vivir en condiciones de precariedad.

Décadas de la falsa democracia que ostenta el nombre de democracia representativa y de avance del capitalismo neoliberal en tiempos de globalización, han generado individuos encerrados en su esfera de confort, alejados de lo público y se han convertido en lo que el filósofo griego denominó “individuos privatizados” que viven en total incertidumbre viendo pasivamente como se desmantelan los derechos sociales conquistados por movimientos colectivos del pasado reciente, observando con indiferencia cómo se destruyen los lazos comunitarios en la medida que avanza la privatización de servicios públicos y la eliminación de los espacios públicos. El individuo contemporáneo, obsesionado por el consumo y las apariencias, que presenta una gran insensibilidad a los problemas sociales y muestra una incapacidad de experimentar empatía hacia el sufrimiento ajeno, no le afecta el sufrimiento de los pobres, de los marginados, de la inmensa cantidad de gente que vive en condiciones de precariedad, solo le interesa lo que está relacionados con sus intereses. Las víctimas de injusticias o tragedias las ve como algo ajeno a sí mismo, esas víctimas representan “los otros”, alguien con quien no mantiene vínculo y está alejado de su zona de confort. Sólo reacciona cuando la tragedia o la injusticia lo golpea directamente y es entonces cuando levanta la voz, preguntando ¿por qué le pasan esas cosas a él? El capitalismo neoliberal busca separar completamente el espacio público de lo privado, eliminando los espacios públicos y privatizándolos, haciendo crecer la brecha que separa a los ricos de los pobres.

Esta desigualdad social que provoca un sufrimiento colectivo expresado en miles de imágenes que se presentan en nuestra vida cotidiana (imágenes que no vemos porque no usamos una mirada crítica al mirar lo que tenemos enfrente), surge por un problema estructural que forma parte de los cimientos del sistema en que vivimos: la corrupción de quienes nos gobiernan, promovida desde el poder corporativo que intenta mantener un equilibrio entre una producción masiva y un consumo masivo de diversos productos en nuestra sociedad para seguir con la maximización de su beneficio económico aún cuando ésta implica la explotación humana y la destrucción de nuestra naturaleza. Este equilibrio intentan lograrlo a través de la imposición del poder económico sobre el poder político, corrompiendo mediante grandes sobornos a gobernantes y políticos de los diferentes partidos que gobiernan varios países para impulsar una serie de reformas a las Constituciones de cada nación, de tal forma que el poder corporativo representa una ofensiva organizada contra la clase trabajadora y población en general, una ofensiva que no reconoce fronteras y que intenta que en cada país se implemente un proceso de privatización de los servicios públicos que antes se otorgaba en forma gratuita por el Estado como parte de su función de guardián del bienestar social de nuestras comunidades y que las reformas constitucionales permitan la explotación laboral de los trabajadores, la exención del pago de impuestos a las grandes corporaciones y una explotación irracional de los recursos recursos naturales en cada país.

A través de las reformas que las grandes corporaciones impulsan a nivel mundial eliminan derechos laborales y prestaciones sociales de los trabajadores, dejando desprotegidos a los trabajadores que pierden la estabilidad laboral, son condenados a trabajar largas jornadas de trabajo y están percibiendo salarios de miseria, por lo que sus condiciones de vida van por un camino que sólo los conduce a la pobreza y a la precariedad en sus condiciones de existencia.

Por eso necesitamos desarrollar un pensamiento y una mirada crítica al ver las imágenes de la realidad que nos circunda y tratar de encontrar la historia detrás de esas imágenes. Cada imagen cuenta una historia y en nuestra sociedad abundan las historias que reflejan un sufrimiento colectivo por la enorme desigualdad social que estamos padeciendo. El primer paso que debemos dar es romper con la idea de que “es normal lo que sucede a nuestro alrededor”, si existe insatisfacción social con las vidas que tenemos, poseemos historicidad, es decir, capacidad para cambiar la realidad de nuestras vidas y darle un rumbo diferente a nuestras historias, las imágenes cuentan historias, pero la historia la construimos los seres humanos y podemos cambiar la historia si actuamos en forma organizada, unida y colectivamente.

Debemos desarrollar una sensibilidad social que nos permita experimentar empatía con quienes son víctimas de alguna injusticia o sufren viviendo en condiciones de pobreza, marginación y exclusión social, porque como la desigualdad social sigue en aumento en sociedades donde impera la corrupción e impunidad, el día de mañana estaremos en las mismas condiciones si no cambiamos este sistema social. Evitemos criminalizar las protestas sociales y condenar a quienes están luchando en defensa de sus derechos que están siendo violados. Actualmente hay varios movimientos colectivos que salen a las calles a protestar por la violación de sus derechos mientras miles de gentes permanecen muy tranquilas en sus casas. Debemos eliminar la acriticidad con que vivimos nuestras vidas cotidianas, mirar con ojos críticos la realidad que nos rodea y tomar consciencia de la necesidad de impulsar cambios en nuestra sociedad, para no estar condenados a aprender por la experiencia personal y exigir justicia sólo cuando seamos víctima de alguna tragedia. Desarrollemos nuestra sensibilidad social para comprender los efectos negativos que la desigualdad social provoca en nuestra comunidad y comprender la necesidad de fortalecer los espacios públicos para participar en la discusión de asuntos colectivos y no tener la necesidad de “caminar una milla en los zapatos de los otros”, como dice la canción del cantante de blues Big Daddy Wilson: “no necesito mucho en esta vida, trato de vivir una vida correcta no creas que hay mucha diferencia entre nosotros, si realmente quieres ayudarme, camina una milla en mis zapatos para que sientas el dolor que siento”.



Big Daddy Wilson - Walk A Mile In My Shoes

https://www.youtube.com/watch?v=gUm_VC3vBt4&ab_channel=Don%27sTunes

No hay comentarios:

Publicar un comentario

coloca tu nombre y correo electronico antes de comentar gracias