La cuarta transformación
y la participación popular
Oscar Yescas Domínguez
publicado el 29 de diciembre de 2,018
publicado el 29 de diciembre de 2,018
En nuestros tiempos los gobiernos de todo el mundo tienen
como modelo la democracia occidental, es decir, son el resultado de elecciones
democráticas que conllevan la participación de una mayoría de integrantes del
sistema social en el que se realice la elección.
Los políticos participantes en esas elecciones llegan al
poder gracias a las masas que depositan su voto a favor de determinado
candidato o partido político. En ese sentido se puede afirmar que los
gobernantes deben su acceso al poder a la mayoría de los participantes en el
proceso electoral. Si bien participaron en campaña electoral representando
alguna fuerza política o partido político determinado, se supone y espera que
una vez llegado al poder los triunfadores de la contienda electoral deben
quitarse la camiseta del partido que les permitió llegar al poder y gobernar
para todos, no solo para los que votaron a su favor, se espera que su gobierno
represente a todos los integrantes de la sociedad y trabaje para atender las
necesidades colectivas sin favorecer colores de partido alguno.
Sin embargo, esto no ha sido así siempre, ya desde la década
de los setentas el psicólogo social francés nos advertía en su libro La era de
las multitudes que el siglo XX sería reconocido como la era de las multitudes
en el sentido de que los grandes cambios sociales en la historia de la
humanidad, especialmente en el siglo pasado, se debieron a las grandes
movilizaciones de enormes multitudes que luchaban reivindicando la defensa de
ciertos derechos y conquistando otros, de tal forma que lograban acceder al
poder político y una vez conquistado el poder, depositaban el mismo en un grupo
de personas, quienes a su vez cedían el
ejercicio de ese poder a una sola persona.
Lamentablemente, nos ilustraba Moscovici, la persona en
quien llegaba a depositarse ese poder terminaba por darle la espalda a las
grandes multitudes ejerciendo un liderazgo de tipo autocrático. La historia
reciente nos proporciona muchos ejemplos de esa traición a la democracia por
parte de quienes accedían al poder. En el caso de México, no fue una sola
persona la que le dio la espalda al pueblo que participaba en las elecciones,
fue en realidad un grupo de individuos que actuaron en forma similar a la
delincuencia organizada, saqueando las riquezas de nuestro país y desviando los
presupuestos públicos mediante prácticas de corrupción para favorecer intereses
privados, olvidándose de atender las necesidades sociales y el bienestar
social.
La corrupción y la impunidad se establecieron en nuestro
sistema de gobierno y llegó al extremo de considerarse como “algo natural” ser
corrupto, como algo intrínseco a la cultura del mexicano. Estas prácticas
nefastas propiciaron una distorsión en la percepción pública de tal forma que
un grueso de la población veía la actividad política como la actividad de gente
sin escrúpulos, ni moral alguna que accedía a participar en política con la
evidente intención de robar de los dineros públicos.
Debido
a esta percepción distorsionada de la política, una gran mayoría de mexicanos
se abstenía de participar en política bajo la premisa de que “todos los
políticos son iguales”, es decir, todos eran corruptos e inmorales. La
abstención en la participación de actividades políticas favoreció la extensión
de la corrupción y de la impunidad porque los corruptos e inmorales no tenían
quien los detuviera en sus acciones ilegales. De esta forma se observaban altos
índices de abstención en los ejercicios electorales, una abstención que
favorecía a quienes estaban enquistados en el poder porque podrían seguir
haciendo de las suyas sin ser molestados por nadie.
Contribuyó
también al crecimiento de la corrupción, la impunidad, las injusticias sociales
y la desigualdad social, la percepción que la población tenía del concepto de
democracia. La mayoría de las personas concebía la democracia como la exclusiva
actividad de participar en elecciones para decir a los nuevos gobernantes, una
vez terminado el ejercicio electoral, la participación social se reducía o
extinguía, sucediendo una y otra vez lo que nos advirtió Serge Moscovici sobre
la traición a las masas por parte de dirigentes políticos.
En
realidad esa percepción de la democracia es muy limitada ya que estamos
hablando de una democracia representativa, es decir, un proceso en el cual la
participación social se reduce a la elección de futuros representantes, los
cuales no tenían ningún sentimiento de compromiso alguno con quienes
depositaban su voto y su confianza, ya que “era costumbre” que después de las
elecciones los políticos se olvidaran tanto de las promesas de campaña como de
quienes confiaron en ellos.
La
situación cambia cuando cambiamos nuestra actitud sobre la democracia y la
concebimos como una democracia participativa, en la cual los integrantes de una
sociedad determinada participan a lo
largo del proceso electoral para elegir a sus gobernantes y su participación no
termina con las elecciones, sino que continúa debido a que existe un vínculo
entre los nuevos gobernantes y los gobernados. Es decir, los representantes
asumen su rol como tales y las decisiones que toman en sus actividades como
dirigentes políticos se basan en consultas realizadas con quienes ellos
representan, de tal forma que existe un
proceso de interacción en el cual los integrantes de la sociedad, o sea los
representados participan activamente en la discusión de asuntos públicos, que
inevitablemente llevan el nombre de asuntos de política, ya que han tomado
consciencia de que la política determina tanto lo público como lo privado y los
representantes políticos actúan con madurez política experimentando un fuerte
compromiso social que los conduce a trabajar en la búsqueda del bienestar
social.
Para
una buena porción de la población esto que escribo suena como utopía o algo
inalcanzable y comprendo su reticencia porque la historia reciente de nuestro
país nos heredó un sentimiento de rechazo a la política porque llegamos a
confundirla con la práctica de individuos ambiciosos que utilizan la política
en su beneficio personal promoviendo la corrupción. Este es el legado cultural
que nos dejó el Prian después de décadas de saqueo de nuestras riquezas
materiales, fondos públicos y prostitución de la política.
A
quienes piensan así, les invito a pensar que en realidad estamos viviendo
tiempos de cambio social en México, un cambio que va mucho más allá de los
cambios políticos, de relevo del poder y cesión de la silla presidencial a una
nueva fuerza política. Aquellos que siguen pensando que “todos los políticos
son iguales”, les invito a pensar que nos encontramos en un momento histórico
determinado en el que confluyen condiciones inéditas que han permitido el
cambio político, pero también han generado el cambio de percepción de la
política porque se ha producido algo que se llama “empoderamiento social” de la
población mexicana.
Es
indudable que el hartazgo de la población por los excesos de corrupción del
Prian generaron un voto de castigo hacia los partidos políticos responsables de
la crisis en nuestro país. Pero también debemos identificar lo positivo en todo
esto que es precisamente el surgimiento de un cambio en la autoimagen
individual y colectiva de la población mexicana que ha tomado consciencia de su
rol como sujeto histórico activo que contribuye a la construcción de una
realidad social mediante su participación en los diferentes grupos,
organizaciones y comunidades a las que pertenece. A través de la participación
social está haciendo historia, no una historia pasada, sino la historia del
presente, hemos tomado consciencia de que estamos construyendo la historia de
nuestro país y sobre todo hemos fortalecido una identidad nacional que
anteriormente estaba fragmentada y que hoy a través del reforzamiento del
sentimiento de pertenencia a nuestras comunidades hemos desarrollado un fuerte
vínculo con el lugar donde vivimos, con la comunidad a la que pertenecemos, con
el país que nos da identidad y todo eso estamos dispuestos a defenderlo tal y
como lo hicimos el primero de julio pasado cuando más de 30 millones de
mexicanos arrojamos al basurero de la historia al Prian y a todos los políticos
corruptos que provocaron la crisis que enfrentamos todos los días y sobre todo
que se enriquecieron a costa de condenar a la pobreza y a la miseria a millones
de mexicanos al aumentar la desigualdad social.
El
nuevo gobierno de nuestro Presidente Andrés Manuel López Obrador, es muy
diferente a los otros gobiernos ilegítimos que le antecedieron: Felipe Calderon
y Enrique Peña Nieto (Pan y Pri, que para el caso es lo mismo, por eso se hace
referencia a ellos como el Prian), en el sentido de que no existe duda alguna
de que AMLO llegó al poder en las elecciones más votadas en la historia de
México, recibiendo el mayor porcentaje de votos que ha recibido Presidente
mexicano alguno.
Esa
es la principal legitimidad del nuevo gobierno de López Obrador y de Morena, lo
que acentúa la legitimidad del nuevo gobierno mexicano es el grado de
congruencia que se está demostrando al eliminar privilegios que antes
disfrutaba la clase en el poder, aun cuando esto ha implicado recibir ataques
de quienes están perdiendo esos privilegios.
En este punto es cuando la participación social adquiere
mayor importancia, porque la consigna “López Obrador no está solo”, no debe ser
sólo una consigna, debe respaldarse con acciones concretas, tal como la estoy
haciendo en este momento. Es decir, todos debemos manifestarnos defendiendo al
nuevo gobierno de los ataques y cuestionamientos sin fundamento que está
recibiendo en este momento.
Si ampliamos nuestra visión del momento histórico que
estamos viviendo podremos darnos cuenta de que somos testigos (y a la vez
participantes) de dos corrientes principales en la dinámica social
internacional. Por un lado vemos un ascenso al poder de las fuerzas conservadoras
de derecha como en su momento lo fue la elección de Donald Trump en Estados
unidos y como lo fue de manera mas reciente en Brasil con el triunfo de Jair
Bolsonaro, cuya gestión como futuro presidente representa una amenaza no sólo
para los millones de precarios en ese país, sino para el mundo entero al
declarar sus intenciones de talar buena parte de la selva amazónica.
Por otro lado tenemos el ejemplo de los llamados “chalecos
amarillos en Francia que han librado duras batallas en ese país contra las
política neoliberales que intentan imponer y que ha llamado la atención del
mundo entero. Una atención internacional similar recibió también el triunfo de
Andrés Manuel López Obrador en las elecciones pasadas ya que representó el
triunfo del pueblo mexicano frente a las fuerzas que representaban la
corrupción, la impunidad, las injusticias, la desigualdad social, etc.
El
pueblo mexicano dio una gran lección al mundo entero al lograr un cambio social
de manera pacífica a través de la vía electoral. La enorme participación social
en las elecciones de julio pasado impidió que los diversos intentos de fraude
electoral tuvieran resultado.
Todos sabemos que ningún gobierno puede existir sin
interacción con el pueblo al que formalmente representa, la existencia de toda
entidad gubernamental se basa en la existencia de la población en la que se
encuentra y la interacción entre representantes y representados es fundamental
para el equilibrio social.
Evidentemente existen diferencias en el grado de interacción
existente entre gobiernos y la población bajo su mando y dirección, estos tipos
de interacción reciben el nombre de democracia, dictadura, fascismo, etc. En México
estamos haciendo historia en la medida que estamos reconstruyendo el país,
intentando recuperar lo que nos fue robado, pero algo que ya hemos recuperado y
habíamos perdido es la confianza en nosotros mismos, la seguridad de que si nos
lo proponemos todos podemos jugar el rol de gente de cambio social y poner
nuestro granito de arena para construir una montaña que sirva como fortaleza
impenetrable a todo tipo de agresiones externas.
Nuestro himno mexicano dice en su letra “un soldado en cada
hijo te dio”, el día de hoy el llamado que enfrentamos es para defender la
opción que millones de mexicanos elegimos como forma de vida: un nuevo régimen
que se caracteriza por una permanente y clara lucha contra la corrupción. Un
nuevo gobierno que no ha dudado en afectar grandes intereses de políticos corruptos
para beneficiar a una amplia mayoría de precarios en nuestro país.
Este nuevo gobierno está personificado en la figura de Andrés
Manuel López Obrador y sobre él se han centrado los ataques de los grupos de
derecha en nuestro país que no han dudado en usar la calumnia, la intriga y el
ataque personal para denostar la imagen del hombre que ha demostrado tener
palabra al cumplir poco a poco las promesas que hizo en su campaña
presidencial.
Pero estos grupos conservadores se equivocan ya que Andrés
Manuel López Obrador no está solo, tal como lo dijo en su discurso inicial “él
ya no se pertenece, nos pertenece a todos los mexicanos” y el pueblo mexicano
representado por primera vez en más de medio siglo por un verdadero Presidente
legítimo, no permitirá ningún retroceso histórico, ni ataque alguna a la figura
presidencial, porque aquí sí que aplica el dicho: “Si atacan a uno atacan a
todos” y en ese caso ese número uno que es la figura presidencial es quien nos
representa a la gran mayoría de mexicanos.
El triunfo electoral de julio pasado demostró que el pueblo
mexicano ha despertado y puede actuar como un moderno Leviatán para defender lo
que considera suyo y el actual gobierno mexicano es algo nuestro, es el
verdadero representante del pueblo mexicano, algo que no todos los pueblos del
mundo pueden decir: tener un gobierno que realmente lo represente.
Es por eso que la participación social cobra importancia en
estos momentos de transición social. La cuarta transformación nacional sólo
será posible en la medida de que se incremente y mantenga la participación
social en la defensa de nuestro país, de nuestra soberanía popular, de nuestro
bienestar social y del futuro de nuestros hijos.
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